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EL DESARROLLO DE LAS IDEAS REVOLUCIONARIAS EN RUSIA

Alejandro Herzen

APÉNDICE PRIMERO

SOBRE LA COMUNA RURAL EN RUSIA


La comuna rural rusa subsiste desde tiempo inmemorial y se encuentran formas bastante parecidas en todas las tribus eslavas. Donde no existe realmente, sucumbe bajo la influencia germánica. En los servios, búlgaros y montenegrinos se conserva todavía más pura que en Rusia. La comuna rural representa, por así decir, la unidad social, una instancia moral. El Estado no tendría que haber ido nunca más allá porque ella es la propietaria, la instancia que impone. Es responsable por todos y cáda uno y, por consiguiente, es autónoma en todo lo que concierne a sus asuntos internos.

Su principio económico es la antítesis perfecta de la célebre máxima de Malthus: deja a cada uno, sin excepción, ocupar un lugar en su mesa. La tierra pertenece a la comuna y no a sus miembros en particular; a éstos compete el derecho inviolable de poseer tanta tierra como cada uno de los miembros de la comunidad posee. Esta tierra le es dada como posesión en vida y no puede ser legada por herencia. Inmediatamente después de alcanzar la mayoría de edad, el hijo tiene derecho, aún en vida de su padre, a reclamar de la comuna un pedazo de tierra. Si el padre tiene muchos hijos, cada uno de ellos, al alcanzar la mayoría de edad, recibe una porción de tierra, y cuando muere alguno de los miembros de la familia, la tierra vuelve a la comuna.

Ocurre frecuentemente que los ancianos de mucha edad devuelven su tierra y adquieren de ese modo el derecho a no pagar impuestos. Un campesino que abandona durante algún tiempo la comuna no pierde por ello sus derechos a la tierra, excepto cuando el exilio es decretado por la comuna (o el gobierno), donde sólo se toma tal tipo de decisión por voto unánime. Pero este recurso sólo existe en casos extremos. Un campesino pierde también este derecho en el caso de que, a su pedido, se lo libere de la unión comunal. Se lo autoriza entonces a disponer de su bien mobiliario y raramente se le permite disponer de la casa o de transportarla. De este modo, el proletariado rural resulta algo imposible.

Cada uno de los que poseen una tierra en la comuna, es decir cada individuo mayor y sujeto a contribución, tiene voz en los intereses de la comuna. El anciano del pueblo y sus allegados son elegidos en una reunión general. Se procede de la misma manera para decidir los procesos entre las diferentes comunas, para dividir la tierra y repartir los impuestos. (La tierra es esencialmente la que paga y no las personas. El gobierno cuenta sólo las cabezas y la comunidad hace su distribución tomando como unidad al trabajador activo, es decir al que tiene una tierra para su uso).

El anciano (el starosta) tiene gran autoridad sobre cada miembro pero no sobre la comuna. Por poco unida que sea, ella puede contrabalancear muy bien el poder del anciano y aun obligarlo a renunciar en el caso de que no se pliegue a sus deseos. Por otra parte, el ámbito de su actividad es exclusivamente administrativo; todo asunto que no sea estrictamente policial se resuelve o bien por los hábitos vigentes, o bien por el consejo de padres de familia, de jefes de casas o por la reunión general. Haxthausen (1) cometió un grave error al decir que el presidente administra despóticamente la comuna. En realidad, sólo puede actuar despóticamente en el caso de que toda la comuna lo avale.

Este error condujo a Haxthausen a ver en el anciano la imagen de la autoridad imperial. La autoridad imperial, resultado de la centralización moscovita de la reforma de Petersburgo, no tiene contrapeso, en tanto que la autoridad del anciano depende de la comuna.

Si se considera que cada ruso que no es ciudadano o noble debe pertenecer a una comuna y que el número de habitantes de las ciudades, con relación a la población del campo, es muy restringido, resulta evidente la imposibilidad de un proletariado numeroso. La mayor parte de los trabajadores de las ciudades pertenece a las comunas rurales pobres, sobre todo a aquellas que tienen poca tierra, pero, como ya hemos dicho, no pierden sus derechos en la comuna. Por otra parte, los fabricantes pagan a los trabajadores un poco más de lo que les reportaría el trabajo de los campos.

Frecuentemente, estos trabajadores se instalan en las ciudades sólo durante el invierno; otros permanecen allí durante años. Estos últimos forman grandes asociaciones de trabajadores que constituyen una especie de comuna rural móvil. Van de ciudad en ciudad (los oficios son prácticamente libres), y la cantidad de personas reunida en una misma asociación puede llegar hasta mil. Esto ocurre, por ejemplo, con los carpinteros y albañiles en Petersburgo y en Moscú y con los conductores de ruta. El producto de su trabajo es administrado por representantes elegidos y repartidos con el aval de todos en las asambleas generales.

El señor puede reducir la parte de tierra concedida a los campesinos y reservar para él la mejor; puede aumentar sus bienes raíces y, como consecuencia, el trabajo del campesino; puede aumentar los impuestos pero no puede negar a los campesinos una porción de tierra suficiente. Cuando ésta pasa a pertenecer a la comuna, queda en manos de la administración comunal, con las mismas características que rigen a las tierras libres; el señor no interviene nunca en sus asuntos.

Algunos señores trataron de introducir el sistema europeo de repartición parcelaria de tierras y la propiedad privada. Estas tentativas provenían, en su mayor parte, de la nobleza de las provincias del Báltico. Todas fracasaron y terminaron generalmente con la masacre de los señores y el incendio de sus castillos: tal es el recurso nacional por medio del cual el campesino puede hacer ostensible su protesta (2).

La pavorosa historia de la introducción de las colonias militares ha mostrado a lo que puede llegar el campesino ruso cuando es atacado en su última fortaleza. Cuando el liberal Alejandro mandó tomar las poblaciones por asalto, la exasperación de los campesinos se convirtió en trágico furor. Llegaron a estrangular a sus propios hijos para sustraerlos de las instituciones absurdas que les imponían con la bayoneta y la metralla. Enfurecido por esta resistencia, el gobierno persiguió a estos hombres heroicos; los hizo azotar hasta la muerte, pero nada pudo obtener a pesar de todas estas crueldades y horrores. La sangrienta insurrección que estalló en la Rusia Staraja en 1831 muestra claramente que pocos hombres de este pueblo se dejan dominar.

Se dice que una comuna análoga existió en los orígenes de los pueblos salvajes; que ha existido entre los germanos y los celtas en su forma más evolucionada y que también se la encuentra entre los indios. Pero hay que agregar, sin embargo, que ella ha debido desaparecer con los comienzos de la civilización.

La comuna germánica y la céltica sucumbieron bajo dos principios sociales completamente opuestos a la vida de la comuna: el feudalismo y el derecho romano. Felizmente, nosotros representamos con nuestra comuna un momento en que la civilización anticomunal se encuentra en la imposibilidad absoluta de resolver, a causa de sus principios, la contradicción entre el derecho individual y el derecho social.

También se dice que, a causa de esa repartición permanente del suelo, la vida comunal encontrará su límite natural con el incremento de la población. Por más seria que resulte esta objeción, es posible obviarla respondiendo que Rusia aún posee tierras para todo un siglo y que a lo largo de cien años la espinosa cuestión de posesión y propiedad tendrá que ser resuelta de alguna manera.

Muchos escritores, entre ellos Haxthausen, sostienen que, como consecuencia de esta inestabilidad en la posesión, el cultivo de la tierra no mejora en absoluto. Es posible; pero los dilettantes de la agronomía olvidan que el mejoramiento de la agricultura en el sistema occidental de la posesión deja a la mayoría de la población en una profunda miseria. No creo que la creciente fortuna de algunos granjeros y el progreso de la agricultura como arte puedan ser considerados por la misma agronomía como una justa indemnización a la horrible situación del proletariado hambriento.

La Rusia agreste que en apariencia se pliega a todo, nada aceptó en realidad de la reforma de Pedro I. El sentía esta resistencia pasiva. No quería al campesino ruso ni comprendía su manera de vivir. Con ligereza culpable consolidó los derechos de la nobleza y acentuó las cadenas de la servidumbre. Desde entonces, el campesino se encierra más que nunca en el seno de la comuna y sólo se aparta para arrojar a su alrededor miradas desconfiadas. Ve un enemigo en el juez y en el oficial de policía, y en el señor terrateniente un poder brutal contra el cual nada puede hacer.

Desde entonces comenzó a designar con la palabra desgraciado a todo hombre condenado por la ley; a mentir bajo juramento y a negar todo cuando era interrogado por un hombre que se presentaba en uniforme o que tenía el aspecto de representante del gobierno alemán. Luego de un siglo y medio, en lugar de reconciliarse con el nuevo orden de cosas, se alejó cada vez más de él.

El campesino ruso ha soportado muchas cosas, ha sufrido en demasía y sufre aún en este momento, pero se ha mantenido fiel a sí mismo. Aislado en su pequeña comuna, desvinculado de los suyos, y dispersos todos en la inmensa extensión del país, encontró en la resistencia pasiva y en la fuerza de su carácter los medios para conservarse. Ha agachado profundamente su cabeza de tal modo que la desgracia le ha pasado por encima sin tocarlo. He aquí por qué, a pesar de su situación, el campesino ruso posee tanta agilidad, tanta inteligencia y tanta belleza. que ha provocado la admiración de Custine y de Haxthausen.

(1850-1851)



Notas

(1) En una obra muy interesante pero terriblemente reaccionaria sobre la Rusia campesina que publicó en 1847 en alemán y en francés.

(2) Por los documentos que publica el Ministerio del interior se sabe que ya antes de la última revolución de 1846, de 60 a 70 señores propietarios fueron masacrados por sus campesinos. Esta es una muestra de la protesta permanente contra la autoridad ilegal.

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