Pedro Kropotkin

Entrevista con Lenin
y algunas opiniones
sobre la Revolución Rusa

Primera edición cibernética, enero del 2011

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

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ÍNDICE

Presentación de Chantal López y Omar Cortés a la edición virtual.

Presentación de Chantal lópez y Omar Cortés a la edición impresa.

Entrevista entre Lenin y Kropotkin.

Carta de Kropotkin a Lenin del 4 de marzo de 1920.

Carta de Kropotkin a Lenin del 21 de diciembre de 1920.

Kropotkin y la revolución rusa por Sasha Kropotkin.

Nota de Pedro Kropotkin del 23 de noviembre de 1920.




PRESENTACIÓN
A la edición cibernética

La selección de documentos que ahora colocamos en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, la editamos en nuestra editorial Ediciones Antorcha, en 1985, iniciando con ello la colección Folletería, y con la cual intentábamos dar a conocer ciertos trabajos de corta extensión pero sumamente importantes en contenido. Las recurrentes crísis y los consiguientes golpeteos a nuestros bolsillos por el proceso inflacionario que entonces vivíase, limitaron muchísimo nuestras posibilidades por lo que muy lejos quedamos de alcanzar los objetivos que en un inicio nos habíamos propuesto con el despegue de esta colección. Ahora, veinticinco años después,digitalizamos esta pequeña selección de documentos poniéndola al alcance de cualquier interesado.

La entrevista con Lenín y algunas opiniones sobre la Revolución Rusa, de Pedro Kropotkin, adquiere en este momento, una proyección harto diferente a la que tenía hace veinticinco años. Si bien a mediados de la década de 1980, resultaba hasta cierto punto interesante divulgar las diferencias de opinión entre los más preclaros representantes de dos corrientes sociales, políticas y económicas, como lo son el marxismo, en su vertiente leninista y el anarquismo, en su vertiente comunalista, que enormemente permearon el mundo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, ahora, al inicio de la segunda década del siglo XXI, conviene resaltar la postura revolucionaria determinista esbozada por Pedro Kropotkin en su Nota sobre la Revolución Rusa.

En fin, esperamos que quien se aventure a hojear la presente edición virtual, encuentre en el material que aquí ponemos a su disposición, suficientes elementos que le conlleven a realizar positivas reflexiones sobre la situación actual.

Chantal López y Omar Cortés

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PRESENTACIÓN
A la edición en papel

En 1911, Pedro Kropotkin retornaba a Rusia después de un muy prolongado exilio por diversos países europeos. A su regreso era ya un anciano, físicamente impedido para actuar como organizador o bien como agitador anarquista. Su nombre, su experiencia y su conocimiento era lo único que podía ofrecer a la situación revolucionaria que atravesaba Rusia.

En el movimiento anarquista ruso, era respetado, pero se esperaba de él ciertas actitudes que simplemente y debido en mucho a su avanzada edad, no podía tomar. Así las cosas y no obstante que varios compañeros suyos comprendían la situación, otros incluso llegaron a criticarle. Y no podía ser de otra manera, sobre todo si tomamos en cuenta la pasión de aquellos momentos y también los diversos niveles de participación de los anarquistas en la revolución rusa.

Como ya lo hemos señalado Kropotkin se encontraba imposibilitado para participar ya en el movimiento insurreccional anarquista o en el político-organizativo, salvo, en este último caso, en un nivel limitado. Sin embargo, las apreciaciones y juicios que emitió, a la sazón, sobre el desarrollo de la revolución rusa, han adquirido, con el transcurrir del tiempo, una vigencia aún mayor.

En la presente recopilación, hemos incluido cuatro documentos en los que sucintamente está expresada la opinión de Kropotkin sobre tan trascendental acontecimiento.

De la entrevista con Lenin, resaltan suficientes elementos que evidencian la diferente óptica que ambos tenían de la sociedad y de las relaciones que se dan en su seno. Lenin se yergue por encima de la masa; se presenta como el máximo dirigente de un partido y a la vez como el estadista, el que dirige, el que sabe adonde ir y por donde. Kropotkin, por su parte, encarna la común y corriente actitud de un hombre que desde luego, se encuentra lejos de la idea del dirigente; incluso muestra cierta ingenuidad; no se preocupa por las grandes obras, de ahí su constante interés por las pequeñas cooperativas, por los pequeños sucesos cotidianos, en fin por las pequeñas obras que conforman las grandes.

Al concluir la entrevista, se entiende qué importancia guardaba ésta para cada quien: para Lenin, sólo revistió un simple trámite de cortesía; no pasó de ser un diplomático reconocimiento a la personalidad de Pedro Kropotkin. Para Kropotkin, presentaba otro interés: el de extraer de la misma conclusiones prácticas. Tan es así que, a la solicitud que Lenin le hace en el sentido de que le informe de las irregularidades de las que pudiera percatarse, Kropotkin accede enviándole varias cartas. En cambio, Lenin no se digna siquiera en responderle o en ordenar que se le contestara. He aquí el trasfondo de la entrevista. No es necesario decir más.

En las dos cartas que aquí reproducimos, sobresale en la fechada el 4 de marzo de 1920 la opinión de Kropotkin sobre la necesidad de extender la descentralización. Para él, las fuerzas locales o provinciales deberán privar sobre el centro, sobre las fuerzas concentradas en las grandes urbes. frente a la concepción centralista de Lenin, disfrazada por un barniz retórico federalista, Kropotkin contrapone su concepción del confederalismo funcional, no sin antes poner en tela de juicio la validez de la premisa teórico-práctica leninista de la dictadura del proletariado como medio eficaz de lucha contra el capitalismo, para luego descartarla plenamente como instrumento de construcción de un sistema socialista.

Gracias al último documento de esta compilación, o sea la nota que Kropotkin realizó el 23 de noviembre de 1920, podemos penetrar en la grandeza y madurez de su pensamiento, en el que su concepción anarquista-determinista emerge esplendorosamente. Esta nota, no obstante su brevedad constituye en sí misma un monumento de análisis político. Evidentemente, los partidarios del anarquismo voluntarista no han de compartir esa opinión; sin embargo, ni ellos mismos podrán negar su importancia, ya que las revoluciones no están hechas por ciertos individuos, grupos, organizaciones o partidos, sino que son consecuencia directa del mismo desenvolvimiento de la sociedad entera. Es obvio que la participación de individuos u organizaciones es fundamental, pero de ninguna manera adquiere la dimensión que generalmente su supone. De hecho, dicha participación no es sino un elemento más. Las revoluciones, una vez iniciadas, no se dirigen, ni se encauzan por una u otra organización o partido, sólo se desarrollan por su propia dinámica.

Con este corto escrito, Kropotkin da una auténtica lección a quienes, sin saber lo que dicen o repiten, pregonan con énfasis lo que en su opinión constituye la caractertstica principal del anarquismo: un sueño, una utopla. Y bien, si lo expresado por Kropotkin puede ser calificado de utópico, pues, ¡Qué viva la utopía!

Chantal López y Omar Cortés

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ENTREVISTA ENTRE LENIN Y KROPOTKIN
CELEBRADA EN MOSCU EN 1919

En la primavera de 1919, Vladlmlr Bonch-Bruevich, conocido de Kropotkin y cercano colaborador de Lenln en el gobierno soviético, hizo arreglos para una entrevista entre Lenin y Kropotkln.

Bonch-Bruevich hab!a visitado a Kropotkln poco después del retorno de éste a Rusia en junio de 1917.

El original ruso de esta entrevista aparecló en el material que publlcó Vladimir D. Bonch-Bruevich: Moi vospomlnaniia o Peter Alekseevlch Kropotkin en Zvezda, N° 4, de 1930.




Puedo fijar con certeza la entrevista de Lenin y Kropotkin entre los dias 8 y 10 de mayo de 1919.

Lenln se dló un tiempo después de las horas de negocios del Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), y me informó que podia llegar a mi apartamento alrededor de las 5 P.M. Llamé a Kropotkin por teléfono para informarle del dia y la hora y envié un carro por él.

Lenln llegó a mi apartamento antes que Kropotkin. Hablamos sobre las obras de revolucionarios en épocas precedentes; durante la dlscusión Lenln expresó la oplnlón de que indudablemente muy pronto llegaría el momento de ver ediciones completas de la literatura de nuestros emigrados y de sus principales autores, con todas las necesarias notas, prefacios, y material producto de investigaciones.

Es extremadamente necesario, dijo Lenin, no sólo debemos estudiar nosotros mismos la historia pasada de nuestro movimiento revolucionario, sino que debemos dar también a los Investigadores jóvenes y a los estudiantes la oportunidad de escribir una multitud de artlculos basados en estos documentos y materiales; para familiarizar a la mayor masa pollble con todo lo que ha existido en Rusia en esta generaclón. Nada podría ser más pernicioso que pensar que la historia de nuestro país se inicia el día en que ocurrió la revolución de octubre. Ya se oye esa opinión con frecuencia ahora. No tenemos por qué seguir oyendo estupideces como esa. Nuestra Industria está siendo reparada y las crisis de la industria tlpográfica y de falta de papel ya están pasando. Publicaremos cien mil copias de libros como la Historia de la revolución francesa de Kropotkin y otros de sus libros; a pesar del hecho de que él es anarquista, editaremos sus obras de la forma que sea posible, con las necesarias notas que aclaren al lector la distinción entre el anarquismo pequeñoburgués y la verdadera vlsión mundial y comunista del marxismo revolucionario.

Lenln tomó de mi librero un libro de Kropotkln y otro de Bakunin que yo tenía desde 1905, y rápidamente les echó un vistazo, página por página. En ese momento oí que Kropotkln había llegado. Fuí a recibirlo. Lentamente subía nuestra empinada escalera de entrada (entonces tenía 77 años).

Nos encontramos y caminamos hacia mi estudio. Lenin cruzó a grandes zancos el corredor para acercarse a mí; sonriendo calurosamente le dló la bienvenida. Kropotkin encendióse, y le dijo inmediatamente: ¡Qué felIz estoy de verlo, Vladimir Illich! Tenemos diferencias respecto a una inmensa serie de cuestiones, de medios de acción y de organización, pero nuestros objetivos son idénticos, y lo que usted y sus camaradas hacen en el nombre del comunismo es muy cercano y querido para mi anciano corazón.

Lenin lo tomó por el brazo y muy atenta y cuidadosamente lo condujo a mi estudio, lo sentó en el sillón y tomó asiento él mismo al lado opuesto del escritorio.

Bueno, dado que nuestros objetivos son los mismos, hay mucho que nos une en nuestra lucha, dijo Lenin.

Por supuesto, es posible dirigirse a una meta por varias rutas, pero pienso que en muchos aspectos nuestras rutas tienen que concurrir.

Sí, por supuesto, interrumpió Kropotkin, pero ustedes persiguen a los cooperativistas y yo estoy del lado de las cooperativas.

Y nosotros también estamos por ellas exclamó Lenin con fuerte voz. Pero estamos en contra de ese tipo de cooperativa que concilia a pequeños propietarios, terratenientes, comerciantes, y al capital privado en general. Simplemente, queremos arrancar la máscara de esas cooperativas deshonestas y dar a las grandes masas de la población la posibilidad de integrar una cooperativa genuina.

No quiero argumentar contra eso, respondió Kropotkin. Y, por supuesto, en donde quiera que esas situaciones existan, uno debe combatlrlas con toda su fuerza, así como combate toda deshonestidad y mlstlficación. Nosotros no necesitamos coberturas; despiadadamente exponemos cada mentira en cualquier lugar que aparezca. Pero en Dmitrov yo veo que están persiguiendo a los cooperativistas que no tienen nada en común con los que ha señalado, y esto se debe a que las autoridades locales, quizás los mismos revolucionarios de ayer, como cualquier otra autoridad, se han burocratizado, convertidos en funcionarios oficiosos que quieren controlar todas las cuerdas de los que están subordinados a ellos, y piensan que toda la población está subordinada a ellos.

Estamos en contra de los burócratas en cualquier lugar y en cualquier momento, dijo Lenin. Nos oponemos a los burócratas y a la burocracia, y debemos arrancar desde sus raíces a estos remanentes del pasado, si aún anidan en nuestro nuevo sistema; pero, después. Usted entiende perfectamente bien hacer consciente a la gente, pues como Marx dijo, ¡La más terrible e inexpugnable fortaleza es el cráneo humano! Estamos tomando todas las medidas posibles para obtener el éxito en esta lucha; y, ciertamente, la vida misma forza mucho a aprender. Nuestra falta de cultura, nuestro analfabetismo, nuestra torpeza, todo ello es obvio por dondequiera, y nadie puede acusarnos como partido, como poder gubernamental, de lo que se hace incorrectamente en la maquinaria de ese poder; menos aún por lo que pasa en los confines del país.

Pero el resultado es igualmente difícll de evadir para todos los que estAn expuestos a la influencia de esta privilegiada autoridad, exclamó Kropotkin, que ya se está revelando en sí misma como un arrollador veneno para cada uno de los que se apropian la autoridad para sí mismos.

Pero no hay otro camino, añadió Lenin. No se puede hacer la revolución calzando guantes blancos. Sabemos perfectamente bien qué hemos hecho, y que vamos a cometer todavía muchos y grandes errores; que hay muchas irregularidades y mucha gente que ha sufrido innecesariamente. Pero, lo que pueda ser corregido, lo corregiremos, aprenderemos de nuestros errores, debidos muy frecuentemente a la simple estupidez. Pero es imposible no cometer errores durante una revolución. No hay que convertirlos en obstáculos que nos hagan renunciar a la vida por entero y no hacer nada. Pero, sin embargo, hemos preferido cometer errores y actuar. Queremos actuar y lo haremos, a pesar de todos los errores, y llevaremos nuestra revolución socialista hasta la victoria final. Y puede ayudarnos en esto comunicándonos toda la información que tenga de las irregularidades. Puede estar seguro de que cada uno de nosotros se dirigirá a sus informaciones asiduamente.

¡Excelente! Ni yo ni nadie rechazaremos ayudar a usted y a sus camaradas, tanto como sea posible, pero, nuestra ayuda consistirá principalmente en reportarles todas las irregularidades que están ocurriendo por todos lados y por las que la gente está lamentándose en muchas partes, señaló Kropotkin.

No señale usted las lamentaciones, sino los aullidos de los contrarrevolucionarios hacia los que no hemos tenido ni tendremos compasión, dijo Lenin.

Pero, usted dice que es imposible el no tener autoridades, empezó a teorizar Kropotkin, y yo digo que es posible. Hacia cualquier lado que usted voltee a mirar, afloran ya bases de no autoritarismo. Acabo de recibir noticias de que en Inglaterra los trabajadores de los diques en uno de los puertos, han organizado en forma completamente libre una excelente cooperativa a la que concurren frecuentemente trabajadores de diferentes industrias. El movimiento cooperativista es enorme, su significación es extremadamente importante.

Observe a Lenin. Sus ojos chispearon un poco burlones escuchando a Kropotkin atentamente. ParecIa perplejo de que a la vista de la enorme y arrolladora actividad que desplegaba el movimiento generado por la revolución de octubre, alguien pudiera hablar de cooperativas y más cooperativas. Y Kropotkin continuaba hablando incesantemente acerca de cómo, en alguna otra parte de Inglaterra, otra cooperativa también habta sido organizada, cómo en un tercer lugar, en España, alguna pequeña federación habla sido organizada, cómo el movimiento sindicalista había desarrollado tal o cual iniciativa.

Es verdaderamente nocivo, interrumpió Lenin. Ud. no dedica ninguna atención al lado político de la vida, y obviamente desmoraliza a las masas trabajadoras al distraerlas de la lucha inmediata.

Pero el movimiento profesional está unificando millones, esto de por sí es un factor de gran peso, dijo excitadamente Kropotkin. Junto con este movimiento cooperativo, constituyen un enorme paso hacia delante.

Eso está bien y es bueno, le interrumpió Lenin. Por supuesto, es importante el movimiento cooperativo, tanto como el movimiento sindicalista es negativo. ¿Qué puede uno decir sobre esto? Eso es verdaderamente obvio ahora que se convierte en un verdadero movimiento cooperativo, conectado con las más vastas masas de población. Pero ¿ése es el problema real? ¿Es posible el tránsito hacia una situación nueva sólo con eso? ¿Piensa que el mundo capitalista se someterá a las consecuencias del movimiento cooperativista? Cuando precisamente está tratando de manejar el movimiento. Esa pequeña cooperativa, un montoncito de ingleses, sin poder, será destrozado y transformado, muy probablemente en un siervo más del capital; esta nueva tendencia cooperativista emergente, que favorece tanto, será absolutamente dependiente a través de los cientos de trabas que se le impondrán, forzándola a convertirse en un insecto atrapado en una telaraña. ¡Todo eso es insignificante! Perdóneme, pero todo eso no tiene sentido. Nosotros necesitamos acción directa de las masas, ese tipo de acción que toma al mundo capitalista por la garganta y lo echa abajo. Por lo pronto, no existe tal actividad en el cooperativismo. Todo eso de lo que usted habla son juegos de niños, charla ociosa, sin base sólida, sin fuerza, sin recursos, y que en casi nada se acerca a nuestros objetivos socialistas. Una lucha directa y abierta, una batalla hasta la última gota de sangre, eso es lo que necesitamos. La guerra civil debe ser proclamada por dondequiera, apoyada por todas las fuerzas revolucionarias y de oposición; una guerra de tal alcance como la pueden dar estas fuerzas.

Habrá mucha sangre derramada y muchos errores en la lucha. Yo estoy convencido de que en Europa occidental serán pronto mayores que los que ha habido en nuestro país, debido a lo más agudo de la lucha de clases ahí, y la gran tensión entre las fuerzas opuestas que pelearán hasta la última oportunidad que tengan en ésta, que quizá sea la última escaramuza con el mundo imperialista.

Lenin, habiendo dicho todo esto con animación, clara y acentuadamente, se levantó de su silla.

Kropotkin se recostó en su silla y con atención, que fue cambiando a desinterés, oyó las agresivas palabras de Lenin.

Después de eso dejó de hablar sobre cooperativas.

Por supuesto, tiene razón. Sin lucha nada puede ser logrado en ningún país, sin la más desesperada lucha, dijo Kropotkin.

Pero sólo una lucha masiva, exclamó Lenin. No necesitamos la lucha y actos violentos de personas separadas. Ya es tiempo suficiente para que los anarquistas entiendan esto y dejen de estar desperdiciando su energía revolucionaria en asuntos altamente inútiles.

Sólo en las masas, sólo a través de las masas y con las masas, desde el trabajo clandestino hasta el terror rojo masivo, si hay que hacerlo, hasta la guerra civil, hasta una guerra en todos los frentes, hasta una guerra de todos contra todos, ése es el único tipo de lucha que puede ser asumido con éxito. Todos los otros caminos -incluidos los de los anarquistas- han sido invalidados ya por la historia y enviados a los archivos, y no sirven a nadie; inadecuados para todo el mundo, nadie es atraido hacia ellos y sólo desmoralizarán a aquellos que por alguna razón son seducidos por estos caminos ya inservibles.

Lenin paró repentinamente, sonrió con amabilidad y dijo: Perdóneme. Parece que me he dejado llevar por mi entusiasmo y creo que lo estoy fatigando. Pero ese es nuestro estilo de bolcheviques. Ese es nuestro problema, nuestro cognac y un asunto que nos tomamos tan a pecho, que no podemos hablar de éste calmadamente.

No, respondió Kropotkin. Es altamente gratificante para mi el escuchar todo lo que usted dice. Si usted y sus camaradas piensan de esta manera, si no están intoxicados por el poder y se sienten a sí mismos seguros frente a la esclavitud por la autoridad del Estado, entonces harán bastante. Entonces la revolución está ahora en unas manos confiables.

Trataremos, contestó Lenin calmadamente, y ya veremos que ninguno de nosotros se volverá engreído ni pensará mucho en sí mismo. Esa es una enfermedad terrible, pero nosotros tenemos una cura excelente: enviaremos a esos camaradas de vuelta al trabajo, a las masas.

Eso es excelente, excelente, exclamó Kropotkin.

En mi opinión, esto debe ser hecho con cada uno más seguido. Es útil para todos. Uno nUnca debe perder contacto con las masas trabajadoras y debe saber que sólo con las masas es posible lograr cualquiera de las cosas que hayan sido estatuidas en los más audaces programas. Pero los soclaldemócratas piensan que en el partido bolchevique hay mucha gente que no son trabajadores, y que estos no trabajadores están corrompiendo a los trabajadores. Lo que se necesita es lo inverso, que el elemento trabajador prevalezca y que ellos, los no trabajadores, sólo ayuden a las masas de trabajadores en materia de instrucción en el negocio de organizar y dirigir alguna área del conocimiento u otra; ellos deberlan ser como un elemento de servicio en una u otra organización socialista.

Necesitamos ilustrar a las masas, dijo Lenin, y sería deseable, por ejemplo, que su libro, Historia de la revolución francesa, fuera publicado inmediatamente en una gran edición. Después de todo, es útil para cualquiera. Nos gustaría mucho publicar este excelente libro, y en una cantidad suficiente para llenar todas las bibliotecas, las salas de lectura en los pueblos y las bibliotecas de las cOmpañías, de los regimientos.

Pero, ¿dónde puede ser publicado? Yo no permito una edición publicada por el Estado, increpó Kropotkin.

¡No! ¡No!, interrumpió Lenin sonriendo amablemente.

Naturalmente no en la editorial del Estado, sino en una editorial cooperativa.

Kropotkin movió la cabeza, aprobando, visiblemente agradado por la propuesta y la rectificación.

Bueno, entonces, si usted encuentra el libro interesante y necesario, yo acepto publlcarlo en una edición gratuita. Quizá sea posible encontrar una editorial cooperativa que acepte.

La encontraremos, la encontraremos, confirmó Lenin. Estoy convencido de ello.

Con esto, la conversación entre Kropotkin y Lenin empezó a decaer.

Lenin miró su reloj, se levantó diciendo que tenía que prepararse para una sesión del Sovnarkom. Se despidió muy afectuosamente de Kropotkin, diciéndole que estaría siempre contento de recibir cartas e instrucciones suyas, a las que daría mucha atención.

Kropotkin, a su vez, se despidió de nosotros y se encaminó hacia la puerta en donde lo despedimos Lenin y yo. Se fue en el mismo auto hacia su departamento.




Kropotkin tomó en cuenta la oferta de Lenin. El año siguiente -1920- le envió dos cartas.

Ninguna tuvo respuesta.

Kropotkin murió en 1921. Las cartas que ha continuación reproducimos fueron publicadas en Zvezda N° 6 en 1930.

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Dmitrov, 4 de marzo de 1920

Estimado Vladimir Illich Lenin:

Bastantes empleados del Departamento Postal y Telegr§fico han venido a mí con la petición de que ponga a su atención la información sobre su desesperada situación. Puesto que este problema no sólo concierne al Comisariado de Correos y Telégrafos únicamente, sino también a la condición general de la vida cotidiana en Rusia, me he apresurado a transmitir su demanda.

Usted sabe, por supuesto, que vivir en el Distrito de Dmitrov con el salario que estos empleados reciben es absolutamente imposible. Es imposible siquiera comprar un kilo de papas con él; sé de ésto por mi experiencia personal. A cambio, ellos piden jabón y sal de los que no hay nada. Desde que el precio de la harina subió, es imposible comprar ocho libras de grano y cinco libras de trigo.

Resumiendo, sin recibir provisiones, los empleados etáin condenados a una muy real hambruna.

Entre tanto, paralelamente al alza de precios, las magras provisiones que los empleados de Correo y Telégrafo han recibido del Centro de Abastecimiento del Comisariado de Correo y Telégrafo, mismas que fueron acordadas en referencia al decreto del 15 de agosto de 1918: ocho libras de trigo por empleado y cinco libras más por cada miembro de la familia incapaz de trabajar, no han sido enviadas de dos meses a la fecha. Los centros locales de abasto no pueden distribuir sus provisiones, y la petición que los ciento veinticinco empleados del área de Dmitrov han hecho a Moscú, continúa sin respuesta. Hace un mes, uno de los empleados le escribió a usted personalmente, pero hasta ahora no ha recibido respuesta.

Considero un deber el dar testimonio de que la situación de estos empleados es verdaderamente desesperada. Eso es obvio al ver sus rostros. Muchos se están preparando para dejar su hogar sin saber a donde ir. Y entre tanto, es justicia señalar que realizan su trabajo conscientemente; se han familiarizado con su trabajo, y perder tales trabajadores no serA útil para la vida de la comunidad local en ningún aspecto.

Sólo añadiré que todas las categorías de empleados soviéticos en otras ramas del trabajo se encuentran en la misma desesperada situación.

En conclusión, no pude evitar mencionar algunos aspectos de la situación general al escribirle. Vivir en un gran centro como Moscú imposibilita conocer las verdaderas condiciones del país. El conocer verdaderamente las experiencias comunes implica que uno viva en las provincias, en contacto directo y cerca de la vida cotidiana con las necesidades y los infortunios de los famélicos adultos y niños que se acercan a las oficinas a demandar siquiera el permiso para poder adquirir una lámpara barata de queroseno.

No tienen solución todas estas desventuras para nosotros ahora.

Es necesario acelerar la transición a condiciones más normales de vida. Nosotros no continuaremos de esta manera por mucho tiempo; vamos hacia una catástrofe sangrienta.

Una cosa es indiscutible. Aún si la dictadura del proletariado fuera un medio apropiado para enfrentar y poder derruir al sistema capitalista, lo que yo dudo profundamente, es definitivamente negativo, inadecuado para la creación de un nuevo sistema socialista. Lo que sí es necesario son instituciones locales, fuerzas locales; pero no las hay, por ninguna parte. En vez de eso, dondequiera que uno voltea la cabeza hay gente que nunca ha sabido nada de la vida real, que está cometiendo los más graves errores por los que se ha pagado un precio de miles de vidas y la ruina de distritos enteros.

Sin la participación de fuerzas locales, sin una organización desde abajo de los campesinos y de los trabaJadores por ellos mismos, es imposible el construir una nueva vida.

Pareció que los soviets iban a servir precisamente para cumplir esta función de crear una organización desde abajo. Pero Rusia se ha convertido en una República Soviética sólo de nombre. La influencia dirigente del partido sobre la gente, partido que está principalmente constituido por los recién llegados -pues los Ideólogos comunistas están sobre todo en las grandes ciudades-, ha destruido ya la influencia y energía constructiva que tenían los soviets, esa promisoria institución. En el momento actual, son los comités del partido, y no los soviets, quienes llevan la dirección en Rusia. Y su organización sufre los defectos de toda organización burocrática.

Para poder salir de este desorden mantenido, Rusia debe retomar todo el genio creatlvo de las fuerzas locales de cada comunidad, las que, según yo lo veo, pueden ser un factor en la construcción de la nueva vida. Y cuando más pronto la necesidad de retomar este camino sea comprendida, cuanto mejor será. La gente estará entonces dispuesta y gustosa a aceptar nuevas formas sociales de vida. Si la situación presente continúa, aún la palabra socialismo serA convertida en una maldición. Esto fue lo que pasó con la concepción de igualdad en Francia durante los cuarenta años después de la dirección de los jacobinos.

Con camaradería y afecto.
Pedro Kropotkin

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Dmitrov, 21 de diciembre de 1920.

Respetable Vladimir Illich:

Ha aparecido la noticia, en los diarios Izvestia y Pravda, que da a conocer la decisión del gobierno soviético de tomar como rehenes a algunos miembros de los grupos de Savinkov y Cherkov del partido socialdemócrata, del centro táctico nacionalista de los guardias blancos, y a oficiales de Wrangel, para que, en caso de que sea cometido un intento de asesinato contra los líderes de los soviets, sean exterminados sin piedad tales rehenes.

¿Es que realmente no hay nadie cerca de usted que recuerde a sus camaradas y les persuada de que tales medidas representan un retorno al peor periodo de la Edad Media y de las guerras religiosas, y es totalmente decepcionante de gente que se ha echado a cuestas la creación de la sociedad en consonancia con los principios comunistas? Cualquier persona que ame el futuro del comunismo no puede lanzarse a lograrlo con tales medidas.

¿Es posible que nadie le haya explicado lo que realmente es un rehén? Un rehén es aprisionado no por castigo a algún crimen. Es detenido para chantajear al enemigo con su muerte. Si ustedes matan a uno de los nuestros, nosotros mataremos a uno de los suyos. Pero, ¿no es ésto la misma cosa que conducir al prisionero cada manana hasta el cadalso y regresarlo a la celda, diciéndole: Espera un poco más, todavía no?

¿Y no comprenden sus camaradas que ésto es equiValente a una restauración de la tortura para los rehenes y sus familias?

Espero que nadie me diga que la gente en el poder se interesa tan poco por las vidas. Hoy en día aún entre los reyes hay algunas personas que contemplan la posibilidad del asesinato como una ocupación azarosa. Y los revolucionarios, por su lado, asumen la responsabilidad de defenderse a sí mismos ante las Cortes que atentan contra su vida. Luisa Michel eligió este camino. O rechazan el juicio y son perseguidos, como Malatesta y Voltairine de Cleyre.

Aún los reyes y los papas han rechazado tan bárbaro método de autodefensa como lo es el de tomar rehenes. ¡Cómo pueden los apóstoles de una nueva vida, y los arquitectos de un nuevo orden social dotarse de tales medios de defensa contra sus enemigos! ¿Tendrá que considerarse ésto como un signo de que ustedes consideran su experimento comunista fallido y que no están salvando tanto a ese sistema tan querido para ustedes, sino salvándose ustedes mismos? ¿No se dan cuenta sus camaradas de que ustedes, comunistas, a pesar de los errores que hayan cometido están trabajando para el futuro, y que por lo mismo, no debían realizar su trabajo en forma tan cercana a lo que fue el terror primitivo? Ustedes deberían saber que precisamente estos actos, realizados por revolucionarios en el pasado, han hecho de las nuevas realizaciones comunistas algo tan difícil de lograr.

Pienso que deben tomar en cuenta que el futuro del comunismo es más precioso que sus propias vidas. Y me alegraría que con sus reflexiones renuncien a este tipo de medidas.

Con todo y estas muy serias deficiencias, la revolución de Octubre ha traído un enorme progreso. Ha demostrado que la revolución social no es imposible, cosa que la gente de Europa Occidental ya había empezado a pensar, y que, a pesar de sus defectos está trayendo algan progreso en dirección a la igualdad.

¿Por qué entonces golpear a la revolución empujándola a un camino que la lleva a su destrucción, sobre todo por defectos que no son inherentes al socialismo o al comunismo, sino que representa la sobrevivencia del viejo orden y de los antiguos efectos destructivos de la omnivora autoridad ilimitada?

Con camaradería y afecto.
Pedro Kropotkin

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KROPOTKIN Y LA REVOLUCION RUSA

El silencio casi absoluto que guardó mi padre durante estos tres últimos años ha sido una constante fuente de sorpresa, no sólo para sus camaradas anarquistas fuera de Rusia, sino también para todos aquellos a quienes su nombre era conocido.

La explicación de este silencio no es muy difícil de encontrar. Consiste en tres hechos. Primero, que la evolución de una revolución eatá algo más allá de toda direccipin humana; idea que desarrolla en la nota que adjunto. Segundo, que aprobar las formas de vida que eran implantadas en Rusia, aún tomando en cuenta las innumerables circunstancias atenuantes, iba siendo cada día más difícil. Y tercero, que las críticas sólo habrían servido de algo a los enemigos de esta inevitable, aunque dolorosa, forma de progreso que una revolución supone.

En fecha próxima espero poder publicar la masa de materiales referentes a los sucesos de estos tres últimos años que ha dejado mi padre. En su mayoría son cartas dirigidas a los prohombres bolcheviques algunas de ellas a Lenin: protestas contra diversos actos del gobierno, advertencias de que ciertos excesos sólo servirían para facilitar el triunfo de aquellos elementos que más seguramente abrirían el camino a una pronta reacción. Otras cartas son a amigos en Rusía y unas cuantas a amigos de Occidente. También hay borradores de algunos discursos pronunciados en Dmitrov con motivo de las reuniones de las cooperativas locales, y numerosas notas -a veces casi folletos- sobre sucesos del día, muchas de ellas escritas cuando esperaba la visita de algún amigo de Europa o América.

Nada de ello ha sido publicado. No sólo por las razones ya indicadas, sino también porque en Rusia no hay otra prensa que la oficial del gobierno. Hasta marzo de 1921 había una editorial anarquista dirigida por el grupo anarquista-sindicalista Golos Truda (La voz del trabajo), que había publicado todas las obras de mi padre; pero poco después de su muerte el Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú aprobó una moción declarando que se daría todo el apoyo posible a la editorial Golos Truda para la publicación de las obras del camarada Kropotkin, con tan brillante resultado que, quince días más tarde, el local y la imprenta de Golos Truda fueron cerradas por orden del gobierno y casi todo su material salvajemente destruido. Y cerradas siguen. Y hoy no se pueden conseguir en Rusia los libros de mi padre. Por otra parte, mi padre no había querido publicar nada de actualidad en Golos Truda temiendo que el censurar al gobierno acarrease, no su propio arresto, cosa que a pesar de su edad y de sus achaques no le preocupaba, sino el encarcelamiento de los camaradas que trabajaban en la editorial.

No sin bastante desconfianza me aventuro a dar a la publicidad el siguiente fragmento. Temo que a muchos pueda parecer pesimista. Las revoluciones no son el resultado de un deseo de destrucción, ni siquiera de rApido cambio por parte de los llamados revolucionarios, sino la consecuencia inevitable de la apatía de los creyentes en la evolución. Quienes no comprendan esto seguramente encontrarán sólo en la nota de mi padre una prueba más de lo espantoso de las revoluciones. Pero quizás no valga la pena preocuparse más de estos pesimistas profesionales.

La conversación a que la nota se refiere tuvo lugar en Dmitrov el 23 de noviembre de 1920, a media tarde. Cuando mi padre nos llamó poco después a mi madre y a mí, todavía se encontraba muy excitado y la voz le temblaba al comenzar la lectura. La letra del manuscrito original, aquella hermosa letra regular y siempre firme, aparece casi ilegible en la primera cuartilla. La nota entera fue escrita en un momento de pasión y de impaciencia. Realmente, una de las mayores tragedias a que he asistido durante estos tres años, años llenos de sufrimiento más mental aún que físico, fue la lucha por la serenidad y la paciencia que ví desarrollarse en el espíritu de mi padre mientras miraba dar la vuelta a la rueda de ese terrible carro de Luggernaut que es el progreso humano. Su amor profundo y activo por la humanidad le hacia presenciar con un tormento indecible dolores que no estaba en su mano mitigar. También la fatalidad de una evolución que, siguiendo desde su origen líneas falsas, sólo podía conducir al fracaso y a la reacción, era para su espíritu clarividente una trágica perspectiva.

De todos modos, y a pesar de su inarticulación, este fragmento puede interesar no sólo a los ya interesados en los ideales anarquistas, sino también a aquellos en cuyo esplritu la revolución rusa ha suscitado inacabables problemas y preguntas.

La traducción es absolutamente fiel, casi literal, y he dejado algunas frases tal como están, apenas concluidas. No creo necesario insistir en que se trata de una nota de memorandum, no escrita para la publicación; pero como ella contesta ciertas preguntas y explica el silencio de mi padre, a falta de algo más conexo, no estará de más que se conozca.

Sasha Kropotkin

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NOTA DE PEDRO KROPOTKIN
Conversación borrascosa con Sofía y Sasha

¡Siempre los mismos eternos reproches! ¡Que por qué no salgo con un programa definido! ¿De qué? ¡De acción! ¿Para qué? ... 0 siquiera un juicio, una opinión general sobre los acontecimientos actuales.

Pues bien, ahí va mi opinión:

La revolución que estamos pasando es la suma total no de los esfuerzos de individuos separados, sino un fenómeno natural, independiente de la voluntad humana, un fenómeno natural semejante al tifón que súbitamente se levanta en las costas del Asia Oriental.

Millares de causas, entre las cuales la obra de individuos aislados y hasta de partidos enteros sólo han sido un grano de arena, uno de los minúsculos torbellinos locales, han contribuido a formar ese gran fenómeno natural, la gran catástrofe que renovará, o destruirá; o quizás ambas cosas a la vez.

Todos nosotros, y yo también, hemos preparado ese gran cambio inevitable. Pero igualmente lo prepararon las anteriores revoluciones de 1789, 1848, 1871; los escritos de los jacobinos, socialistas y radicales; las realizaciones de la ciencia, de la industria, del arte, etc. En una palabra, millones de causas naturales han contribuido, como millones de movimientos de partículas de aire o de agua causan la tempestad súbita que sumerge centenares de barcos y destruye miles de casas; como millones de sacudidas mínimas y movimientos preparatorios de parttculas separadas producen el terremoto. En general, la gente no ve los sucesos concretamente, piensan más en palabra que en imágenes definidas, y no tienen la menor idea de lo que es una revolución, de esas infinitas causas y concausas que le han dado forma, y así se inclinan a exagerar la importancia en el desarrollo de la revolución de su personalidad y de la actitud que ellos, o sus amigos y correligionarios, adoptarán en el tremendo cataclismo. Y desde luego son absolutamente incapaces de comprender lo impotente que es todo individuo, por grande que sea su inteligencia o su experiencia, en esta tromba de infinitas fuerzas que ha puesto en movimiento el terremoto.

No comprenden que una vez que el gran fenómeno natural se ha desencadenado, los individuos quedan incapacitados para ejercer la menor influencia sobre el curso de los acontecimientos. Un partido aún puede quizás hacer algo, mucho menos de lo que generalmente se cree, pero siquiera sobre la superficie de las olas que se avecinan puede su influencia notarse levemente. Pero congregaciones reducidas que no forman una gran masa, son completamente impotentes; toda su fuerza se reduce a cero.

Imaginad una ola alta como una casa, que va a romper sobre la playa, e imaginad a un hombre intentando hacerle frente con su bastón o aún con su bote. Pues vuestra fuerza no es mayor. Aguantar el cición mIentras se pueda, es lo único posible.

Esta es la posición en que yo, un anarquista, me encuentro. Pero también otros partidos mucho más numerosos se encuentran hoy en Rusia en sltuaclón análoga.

Y aún diré más: el mismo partido que gobierna se encuentra en igual posición. Actualmente ya no gobierna, se deja arrastrar por la corriente que ayudó a crear, pero que es ahora mil veces más fuerte que el partido mismo.

Había un dique, que contenía una gran masa de agua. Todos trabajamos en minar ese dique. Y yo hice mi parte.

Unos soñaban guiar las aguas al estrecho canal donde aguardaban sus propios molinos. Otros esperaron abrir un nuevo cauce con ayuda de la corriente. Ahora ya se precipitan las aguas, no hacia los molinos, que han arrastrado, ni tampoco hacia el cauce que les habíamos señalado, porque la riada no se ha producido como resultado de nuestros esfuerzos, sino como resultado de una masa de razones mucho mayores que permitieron a las aguas romper el dique.

Y ahora la cuestión es: ¿Qué se debe hacer? ¿Reparar el dique? Absurdo. Es demasiado tarde.

¿Abrir un nuevo cauce a la corriente? Imposible. Ya le preparamos un canal, el que creímos mejor, y resultó superficial e insuficiente. Cuando vinieron las aguas no corrieron por él. Se precipitaron por otro camino, rompiéndolo todo al paso.

¿Qué debe, pues, hacerse?

Nos encontramos en medio de una revolución que no ha avanzado por los caminos que le habíamos abierto, y que no tuvimos tiempo de abrir suficientemente. ¿Qué puede hacerse ahora?

¿Oponerse a la revolución? ¡Absurdo!

Es demasiado tarde. La revolución seguirá su camino, en dirección de la menor resistencia, sin prestar la más mínima atención a nuestros esfuerzos.

En el momento actual la revolución rusa se encuentra en la siguiente posición: está cometiendo horrores; está arruinando al país entero; en su furiosa demencia está aniquilando valiosas vidas, destruyendo sin mirar lo que destruye, sin saber adonde va. Claro que por eso, se dirá, es una revolución y no un progreso pacifico.

Y mientras esta fuerza no se gaste por si misma como tiene que gastarse, nada podremos hacer para encauzarla.

Pero, ¿y entonces?

Entonces, inevitablemente. vendrá una reacción. Tal es la ley de la historia. Y es fácil comprender porque no puede ser de otra manera.

La gente se figura que podemos modificar la forma de desarrollo de una revolución. Ilus1ón pueril. Una revoluclón es una fuerza cuyo crecimiento no puede ser modificado.

Y una reacción es absolutamente inevitable; lo mismo que una depresión sigue a la ola en el agua; lo mismo que la debilidad sucede en el ser humano a todo periodo de actividad febril.

Por consiguiente, lo único que podemos hacer es aplicar nuestra energía a disminuir el furor y la fuerza de la reacción venidera.

Pero, ¿en qué pueden consistir nuestros esfuerzos?

¿En modificar las pasiones, tanto en un bando como en otro? ¿Y quién nos escuchará? Aunque existiesen diplomáticos capaces de desempeñar el papel, el momento de su debut aún no ha llegado; ninguno de los dos bandos está todavía dispuesto a hacerles caso.

No veo más que una cosa: ir reuniendo gentes de uno y otro partido que sean capaces de emprender una obra constructiva después de que la revolución haya gastado su fuerza. Nosotros, los anarquistas, debemos, por nuestra parte, reunir a un grupo de trabajadores anarquistas honrados, abnegados y que no estén devorados por el orgullo.

Y si yo fuese más jóven y pudiese hablar con centenares de personas de la manera que es preciso hablar si se quiere reunir a hombres para trabajar en común ...

Pedro Kropotkin

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