Índice de Manifiesto político y social de la democracia pacífica de Victor ConsiderantAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

12.- Partido Socialista de la democracia retrógrada.

La segunda fracción, o fracción socialista de la Democracia revolucionaria, distínguese en muchos aspectos de la puramente política; es más avanzada que ésta, en el sentido que da preeminencia a la reforma social sobre el problema de la reforma gubernamental.

Cuenta a su frente hombres entusiastas y espíritus audaces, conmovidos por el sentimiento de la injusticia y de la inhumanidad y a quienes los apologistas del actual orden de cosas han arrojado violentamente en los brazos de la reacción.

Frente al espectáculo de las incesantes y cruentas luchas de la industria, verdaderas guerras civiles donde el débil debe fatalmente sucumbir, y las masas reducidas a la servidumbre colectiva bajo la tiranía del dinero, los grandes capitales aplastando a los pequeños y el proletariado y el pauperismo extendiéndose cada día, cubriendo a las naciones con un vasto sudario de corrupción y de miseria; al observar cómo los beneficios del trabajo social afluyen hacia las arcas de los agiotistas, cuya industria parásita no acrece en un céntimo la riqueza del país; al oír expresar en presencia de tales iniquidades a los bienaventurados del momento, los hombres que poseen fortuna; figuración y poder: La industria es libre; la figuración y la fortuna son el signo y el precio del trabajo y de la capacidad (se va aún hasta la virtud); la miseria no pesa más que sobre la pereza y la inmoralidad, un sentimiento de indignación, noble en su raíz, se eleva en sus corazones, ante la tiranía del Capital y de la propiedad, que en Irlanda ha alcanzado tal grado de odiosa e irritante explotación, al extremo de que el jefe de los Tories acaba de confesar, en pleno Parlamento, los crímenes de la propiedad. Esos hombres, al acusar al principio de propiedad de ser el responsable de los flagelos del régimen actual y de las iniquidades de la falsa organización de la industria; al creer ver en ese hecho la raíz eterna del implacable egoísmo, repiten los anatemas retrógrados de Rousseau contra el primer hombre que, después de haber cultivado y delimitado un campo, dijo: Esto es mío. Niegan radicalmente al derecho de propiedad, definen a la propiedad como un robo y persiguen su abolición.

Rousseau era consecuente con su doctrina retrógrada. Su negación de la propiedad propendía, recta y firmemente, al más brutal salvajismo; maldecía lógicamente a las artes, a las ciencias y al progreso; anatematizaba incluso al pensamiento. Bien sabía que el sentimiento de la propiedad es un elemento formal de la individualidad humana y que en vano se intentaría menoscabarlo mientras la individualidad no fuera derrotada o quebrada y mientras el hombre, en fin, no cesase de ser hombre al cesar a su vez de manejar al pensamiento, su atributo supremo.

No se trata de destruir la propiedad, cuyo desarrollo está ligado al desenvolvimiento íntimo de la humanidad. Ella ha sacado al hombre del estado salvaje y le ha ofrecido sucesivamente las conquistas con que su genio se ha hermoseado en el dominio magnífico de las artes, de las ciencias y de la industria en general. Se trata, por el contrario, de hallar y de dar a la propiedad formas más perfectas, seguras, libres, elásticas y más sociables al mismo tiempo, armonizando, en las diversas esferas, el interés individual con el general. Es menester construir la propiedad colectiva, no por medio de la promiscuidad y la comunidad igualitarias, confusas y bárbaras, sino por la Asociación jerárquica de las propiedades individuales, voluntaria y sabiamente combinadas.

La negación del derecho de propiedad es, pues, una idea retrógrada; y como negación de un inmenso interés social y humano, es además una idea revolucionaria. Apresurémonos, sin embargo, en manifestar que los hombres que se agrupan bajo esa divisa negativa se dividen a su vez en dos campos muy distintos. Por un lado están los Owenistas ingleses, los Icarianos de Francia y ciertos comunitarios de variados matices que rechazan el empleo de toda violencia y sólo esperan que la acción del tiempo y la persuasión conduzcan al triunfo de su doctrina: son los comunitarios puramente socialistas. Por otro, los comunistas de la escuela de Babeuf y ciertos cartistas, que aceptan resueltamente una gigantesca Revolución material y consideran que la comunidad de los bienes no puede ser realizada y sancionada sino por medio de una legislación marcial y el nivel igualitario sostenido por una mano de hierro. Estos son los comunistas políticos.

Los vehementes ataques dirigidos por la escuela saintsimoniana contra la legitimidad de la herencia han despertado y acelerado en nuestro tiempo tamañas doctrinas antipropietarias, que se desenvuelven rápida y sordamente en las capas desheredadas de la sociedad. Los gobiernos únicamente pueden evitar sus estragos extinguiéndolas en sus causas; pues sólo se trata de protestas extremas contra el régimen industrial inhumano y odioso que tritura a los trabajadores bajo la muela gigantesca del capital. Los gobiernos y las clases ricas procuren, pues, ofrecer rápidamente garantías a los derechos del Trabajo, para que realice las paces con la propiedad: el medio y la única senda del bienestar es la asociación del trabajo en los beneficios del capital.

Si los partidarios de la igualdad resuelven inadecuadamente la cuestión social, comprenden por lo menos, como lo hemos manifestado, su superior importancia. También rechazan con extremada vehemencia las doctrinas de los revolucionarios políticos. Muchos de sus jefes han afrontado francamente a El Nacional y le han significado que mantenía a su República y a su sufragio universal en el estado de ignorancia y de inferioridad en que se hallan las masas por procedimientos de explotación del pueblo por una pequeña aristocracia de dictadores burgueses y republicanos, y nada más.

Las inteligencias humanas no lograrían reunirse alrededor de una causa absolutamente falsa. Cada partido tiene una razón de ser y un principio genuino. Los partidos pecan por exclusivismo y por la negación de otros principios; pero ellos son, generalmente, legítimos en los que afirman y defienden.

Resumamos por su faz positiva el examen de las diversas categorías de la opinión democrática o del espíritu moderno cuyo cuadro terminamos de bosquejar.

La Democracia estática se presenta, ciertamente, ignorante, ciega, egoísta e ilícita con respecto a las exigencias del progreso y a los derechos e intereses aun no admitidos. Pero es legítima mientras encarne en la sociedad y en la humanidad el principio de estabilidad, conservación y oposición a los desordenados movimientos del falso progreso y a los impulsos más o menos violentos y revolucionarios del retroceso político y social.

La estabilidad del cuerpo social es la primera de las dos grandes condiciones que rigen la vida normal de la sociedad; el progreso, la segunda.

El orden, aun cuando imperfecto, y la conservación de los derechos adquiridos y de los intereses perfeccionados son hechos de sociabilidad tan importantes y sagrados como el reconocimiento y el desarrollo de los intereses y de los derechos nuevos.

Si en la sociedad existen hombres que atacan violentamente el orden o los derechos sancionados, es muy simple deducir que otros se dediquen a la protección exclusiva de estos derechos y a su defensa. En general, un partido ficticio y exclusivista no se desenvuelve en el medio social sino al crear, por ley de antagonismo, otro partido opositor, igualmente ficticio y exclusivista.

La burguesía, triunfante en 1830, era liberal en principio, y, en el fondo, aun hoy está fuertemente imbuída de los dogmas generales de la Democracia moderna. No estaba, por cierto, animada de ninguna enemistad sistemática y preconcebida contra la libertad y el progreso. Las violencias y los motines de los republicanos son, los que, por reacción, han desarrollado en sus filas una política opositora exclusivista y violenta. Era menester oponer al torrente un poderoso dique.

Al apaciguamiento de la efervescencia republicana, ha seguido bien pronto el de la transformación del Partido Conservador; y, si nuevas violencias revolucionarias no surgen, seguramente los estatistas propiamente dichos quedarán reducidos con rapidez a un pequeño número de obcecados, destituídos de toda influencia sobre la opinión y la marcha de los intereses públicos.

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