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Nota editorial
La atenta lectura de los manifiestos de Emiliano Zapata es de vital importancia para comprender a la parte derrotada en la lucha armada de facciones que siguió a la caída de Porfirio Díaz. El triunfo de Madero tan sólo abriría las puertas para el posterior desarrollo de la lucha de facciones.
Es precisamente el movimiento suriano encabezado por Emiliano Zapata, quien, con una óptica mucho más realista que la de Madero, advierte la imperiosa necesidad de convocar a una reunión cumbre entre los diversos jefes revolucionarios, para que de la misma surgiera el gobierno revolucionario. Este postulado, se incluye en los artículos 12° y 13° del Plan de Ayala, lo que se convertiría, al paso del tiempo el el let motiv de la existencia del llamado zapatismo.
Ciertamente, la solución de los problemas agrarios así como los de las comunidades indígenas, tienen un lugar predominante en el pensar zapatista pero, lo repetimos, su razón de ser, su importancia en el devenir revolucionario posterior a 1911, radica precisamente en lo proclamado en los artículos 12° y 13° del Plan de Ayala. Concebir la importancia del zapatismo de otra manera, subrayando una y otra vez su ideal agrario-comunal, es reducirlo al absurdo, es castrarlo y restarle la enorme importancia que llegó a tener entre los álgidos años de 1911 a 1916.
En sí, la propuesta del zapatismo logró hegemonizar a diversas facciones revolucionarias, y ella desembocaría en la conformación de la Soberana Convención, la que a punto estuvo de convertirse en vencedora, pues fue en el terreno militar en donde sucumbió.
En la selección de manifiestos que aquí incluimos, podemos percatarnos de la evolución ideológica de Emiliano Zapata. Así, en el Manifiesto al pueblo de Morelos, lo vemos elogiando a Madero y protestándole lealtad. Después, en el Plan de Ayala, se le desconocerá tanto como Jefe de la Revolución, así como presidente de la República.
Cabe mencionar que el Plan de Ayala es concebido como la continuidad del Plan de San Luis, logrando con esto mayor proyección histórica, aunque justo es señalar que tal continuidad debe verse de manera harto relativa, porque tratar de unir al Plan de San Luis con el Plan de Ayala es algo así como tratar de unir el agua y el aceite. Expliquémonos. Si bien es cierto que los acuerdos logrados en los Tratados de Ciudad Juárez entre las fuerzas maderistas y porfiristas contrarían en esencia lo establecido en el Plan de San Luis, convirtiéndose, tales acuerdos, en el epicentro del descontento contra Francisco I. Madero por parte de varios jefes revolucionarios, bien podemos conjeturar que con o sin los Tratados de Ciudad Juárez, el zapatismo hubiese chocado con Francisco I. Madero, por la simple razón de que sus diferentes ópticas acerca de la revolución no sólo son contrarias sino incluso antagónicas. El zapatismo se planteaba romper de cuajo con el sistema social, político y económico anterior; mientras que el maderismo se presentaba como un simple continuador, ejerciendo una que otra reforma. El choque, así las cosas, era inevitable.
Volviendo al Plan de Ayala, tenemos que en el mismo se nombra como Jefe de la Revolución a Pascual Orozco, sin embargo, y debido a su posterior comportamiento, en el Acta de ratificación del Plan de Ayala, se le desconoce y se nombra en su lugar a Emiliano Zapata.
Poco a poco el zapatismo irá radicalizándose. En el manifiesto Al pueblo de México, que por cierto sería comentado y elogiado por Ricardo Flores Magón en las columnas de Regeneración, Zapata advierte que el pueblo se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimiento. En el mismo manifiesto señala que el país quiere romper de una vez con la época feudal; que es ya un anacronismo; quiere destruir de un tajo las relaciones de señor a siervo y de capataz a esclavo (...) quiere vivir la vida de la civilización, trata de respirar el aire de la libertad económica.
En otro manifiesto, el dirigido A los obreros de la República, termina con el siguiente llamamiento: Que las manos callosas de los campos y las manos callosas del taller se estrechen en saludo fraternal de concordia, porque en verdad, unidos los trabajadores, seremos invencibles, somos la fuerza y somos el derecho, ¡somos el mañana!
Conviene también destacar lo expresado en el Manifiesto al pueblo mexicano, puesto que representa, en parte, una explicación del por qué de lo señalado en los artículos 12° y 13° del Plan de Ayala.
En este manifiesto se dice: En cada región del país se hacen sentir necesidades especiales y para cada una de aquellas hay y debe haber soluciones adaptables a las condiciones propias del medio. Por eso no intentamos el absurdo de imponer un criterio fijo y uniforme, sino que al pretender la mejoría de condición para el indio y para el proletario -aspiración suprema de la revolución-, queremos que los jefes que representen los diversos Estados o Comarcas de la República, se hagan intérpretes de los deseos, de las necesidades y de las aspiraciones de la colectividad respectiva, y de esta suerte, mediante una mutua y fraternal comunicación de ideas, se elabore el programa de la revolución, en el que estén condensados los anhelos de todos, previstas y satisfechas las necesidades locales y sentado sólidamente el cimiento para la reconstrucción de nuestra nacionalidad.
Hemos incluído un apéndice, por la importancia que tienen para la comprensión de esta recopilación, tanto el Plan de San Luis así como los Tratados de Ciudad de Juárez.
Réstanos tan sólo desearte, lector, que la lectura te sea de provecho.
Chantal López y Omar Cortés
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