Índice de Nacionalismo y cultura de Rudolf RockerAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO


CAPÍTULO DÉCIMO CUARTO

EL SOCIALISMO Y EL ESTADO

SUMARIO

El socialismo y sus diversas corrientes.- Influencia de ideologías democráticas y liberales en el movimiento socialista.- Babouvismo y jacobinismo.- Ideas cesaristas y teocráticas en el socialismo.- Proudhon y el federalismo.- La Asociación Internacional de los Trabajadores.- Bakunin contra el poder central de Estado.- La Comuna de París y su influencia en el movimiento socialista.- La actuación parlamentaria y la Internacional.- La guerra franco-prusiana y el cambio político de Europa.- Los modernos partidos obreros y la lucha por el poder.- Socialismo y política nacional.- Socialismo autoritario o libertario.- Gobierno o administración.




Con el desenvolvimiento del socialismo y del moderno movimiento obrero en Europa se hizo presente una nueva corriente espiritual en la vida de los pueblos, que no ha terminado todavía su evolución, pero cuyo destino dependerá de las tendencias que obtengan y conserven la primacía entre sus representantes: las libertarias o las autoritarias.

A los socialistas de todas las tendencias les es común la convicción de que la presente organización social es una causa permanente de los males más graves de la sociedad y que a la larga no podrá persistir. Común es también a todas las tendencias socialistas la afirmáción de que un mejor orden de cosas no puede ser producido por modificaciones de naturaleza puramente política, sino sólo por una transformación radical de las condiciones económicas existentes, de manera que la tierra y todos los medios de la producción social no queden como propiedad privada en manos de minorías privilegiadas, sino que pasen a la posesión y a la administración de la comunidad. Sólo así será posible que el objetivo y la finalidad de toda actividad productiva no sea la perspectiva de comodidades personales, sino la aspiración solidaria a dar satisfacción a las necesidades de todos los miembros de la sociedad.

Pero sobre las características de la sociedad socialista, y sobre los medios y caminos para llegar a ella, las opiniánes de las diversas tendencias socialistas se escinden. Esto no tiene nada de extraño, pues lo mismo que cualquier otra idea, tampoco el socialismo llegó a los hombres como una revelación del cielo; se desarrolló dentro de las formas sociales existentes y respaldándose en ellas. Por eso era inevitable que sus representantes fuesen más o menos influídos por las corrientes sociales y políticas de la época, según cual de ellas prevaleciera en cada país. Se sabe la gran influencia que tuvieron las ideas de Hegel en la formación del socialismo en Alemania; la mayoría de sus precursores -Grün, Hess, Lassalle, Marx, Engels- procedían de los circulos intelectuales de la filosofía alemana; sólo Weitling recibió sus estímulos de otra parte. En Inglaterra es innegable la penetración de las aspiraciones socialistas por las concepciones liberales. En Francia son las corrientes espirituales de la Gran Revolución; en España, las influencias del federalismo político las que se manifiestan agudamente en las teorías socialistas. Lo mismo podría decirse del movimiento socialista de cada país.

Pero como en un ambiente cultural tan común como el de Europa las ideas y los movimientos sociales no quedan circunscriptos a determinado territorio, sino que invaden naturalmente otros países, ocurre que no conservan su colorido puramente local, sino que reciben de fuera los estímulos más diversos, penetran casi inadvertidamente en el propio dominio del pensamiento y lo fecundan de una manera especial. El vigor de esas influencias externas depende en gran parte de las condiciones sociales generales. Piénsese sólo en la influencia poderosa de la Revolución francesa y en sus repercusiones espirituales en la mayoría de los paises de Europa. Por eso es claro que un movimiento como el del socialismo tendrá en cada país las más diversas conexiones ideológicas y en ninguna parte se circunscribirá a una forma de expresión determinada, especial.

Babeuf y la escuela comunista que hizo suyas sus ideas, han surgido del campo mental del jacobinismo, por cuyo modo de ver las cosas fueron completamente dominados. Estaban convencidos de que a la sociedad podría dársele la forma que se quisiera, siempre que se contase con el aparato político del Estado. Y como con la difusión de la moderna democracia, en el sentido de Rosseau, había anidado hondamente en las concepciones de los hombres la creencia en la omnipotencia de las leyes, la conquista del poder político se convirtió en un dogma para aquellas tendencias socialistas que se apoyaban en las ideas de Babeuf y de los llamados Iguales. La disputa de esas tendencias entre si giraba en torno a la manera de entrar del mejor modo y más seguramente en posesión del poder del Estado. Mientras los sucesores directos de Babeuf, los llamados babouvistas, se atenían a las viejas tradiciones y estaban convencidos de que sus sociedades secretas alcanzarían un día el poder público por medio de un golpe de mano revolucionario, a fin de dar vida al socialisroo con la ayuda de la dictadura proletaria, hombres como Louis Blanc, Pecqueur, Vidal y otros defendían el punto de vista de que debería evitarse en lo posible un cambio violento, siempre que el Estado comprendiese el espíritu del tiempo y se pusiera a trabajar por propio impulso en una transformación completa de la economía social. Pero era común a ambas tendencias la creencia de que el socialismo era realizable sólo con la ayuda del Estado y de una legislación adecuada. Pecqueur hasta había esbozado ya con ese fin todo un Código -una especie de Code Napoleon socialista- que debía servir de guía a un gobierno de amplia visión.

Casi todos los grandes iniciadores del socialismo, en la primera mitad del siglo pasado, estaban más o menos fuertemente influídos por concepciones autoritarias. El genial Saint-Simon reconoció con gran agudeza que la humanidad avanzaba hacia un período en que el arte de gobernar a los hombres había de ser suplantado por el arte de administrar las cosas; pero sus discípulos ya se comportaron, en todo, autoritariamente, llegaron a la concepción de una teocracia socialista y al fin desaparecieron de la superficie.

Fourier desarrolló en su sistema societario pensamientos libertarios de maravillosa profundidad y de inolvidable significación. Su teoría del trabajo atractivo apaxece precisamente hoy, en el período de la racionalización capitalista de la economía, como una revelación de verdadero humanismo. Pero también él era un hijo de su tiempo y se dirigió, como Robert Owen, a todos los poderosos espirituales y temporales de Europa en la esperanza de que le ayudarían a realizar sus planes. De la verdadera esencia de la liberación social apenas tuvo presentimiento, y la mayoría de sus numerosos discípulos, todavía menos que él. El comunismo icariano de Cabet estaba impregnado de ideas cesaristas y teocráticas: Blanqui y Barbés eran jacobinos comunistas.

En Inglaterra, donde había aparecido ya en 1793 la profunda y fundamental obra de Godwin, Investigación acerca de la justicia política, el socialismo del primer período tuvo un carácter mucho más libertario que en Francia, pues allí le había abierto el camino el liberalismo y no la democracia. Pero los escritos de William Thompson, Jöhn Gray y Otros fueron casi enteramente desconocidos en el continente. El comunismo de Robert Owen era una mescolanza singular de ideas libertarias y de tradicionales conceptos autoritarios del pasado. Su influencia en el movimiento sindical y cooperativo de Inglaterra fue, durante un tiempo, muy importante; pero especialmente después de su muerte se debilitó cada vez más, dejando el campo libre a consideraciones más prácticas que hicieron olvidar paulatinamente el gran objetivo del movimiento.

Entre los pocos pensadores de aquel período que intentaron situar sus aspiraciones socialistas en una base realmente libertaria, Proudhon fue, sin duda alguna, el más importante. Su crítica demoledora a las tradiciones jacobinas, a la naturaleza del gobierno y a la fe ciega en la fuerza maravillosa de las leyes y los decretos, tuvo el efecto de una acción liberadora, que ni siquiera hoy ha sido reconocida en toda su grandeza. Proudhon había comprendido claramente que el socialismo tenía que ser libertario si había de tenerse en cuenta como un creador de una nueva cultura social. Ardía en él la llama viva de una nueva era que presentía y cuya formación social veía con claridad en su imaginación. Fue uno de los primeros que opusieron a la metafísica política de los partidos, los hechos concretos de la economía. La economía fue para él la verdadera base de la vida social entera, y como había reconocido, con profunda agudeza, que precisamente lo económico es lo más sensible a toda coacción externa, asoció con estricta lógica la abolición de los monopolios económicos con la supresión de toda clase de gobierno en la vida de la sociedad. El culto a las leyes, al que sucumbían todos los partidos de aquel período con un verdadero fanatismo, no tenía para él la menor significación creadora, pues sabía que en una comunidad de hombres libres e iguales sólo el libre acuerdo podía ser el lazo moral de las relaciones sociales de los seres humanos entre sí.

¿Usted quiere, pues, suprimir el gobierno? -se le preguntó-. ¿Usted no quiere Constitución alguna? ¿Quién conservará entonces el orden en la sociedad? ¿Qué pondrá usted en lugar del Estado? ¿En lugar de la policía? ¿En lugar del gran poder político? -¡Nada! -respondió-. La sociedad es el movimiento eterno. No necesita que se le dé cuerda, y tampoco es necesario llevarle el compás; su péndulo y su resorte están siempre en tensión. Una sociedad organizada no necesita leyes ni legisladores. Las leyes en la sociedad son como la telaraña en la colmena: sólo sirven para cazar las abejas.

Proudhon había concebido el mal del centralismo político en todos los detalles; por eso anunció como un mandamiento de la hora la descentralización política y la autonomía de las comunas. Era el más destacado de todos sus contemporáneos que habían escrito de nuevo en su bandera el principib del federalismo. Cerebro esclarecido, comprendió que los hombres de entonces no podían llegar de un salto al reino de la anarquía; sabía que la conformación espiritual de sus contemporáneos, constituída lentamente en el curso de largos períodos, no podía desaparecer en un cerrar y abrir de ojos. Por eso le pareció la descentralización política, que debía arrancar al Estado cada vez más funciones, el medio más apropiado a fin de comenzar a abrir un camino para la abolición de todo gobierno del hombre por el hombre. Creía que una reconstrucción política y social de la sociedad europea en forma de comunas autónomas, ligadas entre sí federativamente en base a libres pactos, podría contrarrestar la evolución funesta de los grandes Estados modernos. Partiendo de ese pensamiento, opuso a las aspiraciones de unidad nadonal de Mazzini y de Garibaldi la descentralización política y el federalismo de las comunas, pues estaba persuadido de que sólo por ese camino era posible una cultura social superior de los pueblos europeos.

Es característico que precisamente los adversarios marxistas del gran pensador francés quieren reconocer en esas aspiraciones de Proudhon una prueba de su utopismo, indicando que el desarrollo social, a pesar de todo, ha entrado por la vía de la centralización política. ¡Como si eso fuese una prueba contra Proudhon! Por ése desenvolvimiento, que Proudhon había previsto de un modo tan claro y cuyo peligro supo describir tan magistralmente, ¿han sido suprimidos los daños del centralismo o se han superado? ¡No y mil veces no! Esos daños han aumentado desde entonces hasta lo monstruoso y fueron una de las causas principales que condujeron a la espantosa catástrofe de la guerra mundial, como son hoy uno de los mayores impedimentos a una solución razonable de la crisis económica internacional. Europa se retuerce en mil contorsiones bajo el yugo férreo de un burocratismo estéril, para quien toda acción independiente es un horror, y que con el máximo placer quisiera implantar sobre todos los pueblos el tutelaje del cuarto de niños. Tales son los frutos de la centralización política. Si Proudhon hubiese sido un fatalista, habría interpretado ese desarrollo de las cosas como una necesidad histórica y habría aconsejado a los contemporáneos tomar las cosas como venían, hasta que llegase el momento en que se produjese el famoso cambio de la afirmación en la negación; pero como auténtico combatiente, se levantó contra el mal e intentó mover a sus contemporáneos contra él.

Proudhon previó todas las consecuencias de un desarrollo en el sentido de los grandes Estados y atrajo la atención de los hombres sobre el peligro que les amenazaba; al mismo tiempo les mostró un camino para que pudieran oponer una barrera al mal. No fue culpa suya si su palabra sólo fue escuchada por pocos y si al fin se perdió como una voz en el desierto. Llamarle por eso utopista es un placer tan fácil como torpe. Entonces también el médico es un utopista, pues por los síntomas existentes de una enfermedad predice sus consecuencias y muestra al paciente un camino para defenderse del mal. ¿Es culpa del médico si el enfermo no hace caso de sus consejos ni intenta siquiera resguardarse del peligro?

La formulación proudhoniana de los principios del federalismo fue un ensayo de la libertad para contrarrestar la reacción ya próxima, y su significación histórica consiste en haber impreso al movimiento obrero de Francia y de los demás países románicos el sello de su espíritu, intentando dirigir su socialismo por el sendero de la libertad y del federalismo. Cuando haya sido, al fin, definitivamente superada la idea del capitalismo de Estado en todas sus diversas formas y derivaciones, recién se sabrá apreciar exactamente la verdadera importancia de la obra intelectual de Proudhon.

Cuando después apareció la Asociación Internacional de los Trabajadores, fue el espíritu federalista de los socialistas de los países llamados latinos el que dió su significación propia a la gran organización, haciéndola cuna del moderno movimiento obrero socialista de Europa. La Internacional misma era una asociación de organizaciones sindicales, de lucha y de grupos ideológicos socialistas, que se manifestaron cada vez con más evidencia y claridad en cada uno de sus congresos, y fueron tan característicos de la gran asociacibn. De sus filas salieron los grandes pensamientos creadores de un renacimiento social sobre la base del socialismo, cuyas aspiraciones libertarias se hicieron resaltar siempre, con claridad, en cada uno de sus congresos, y fueron tan meritorias en el desarrollo espiritual de la gran asociación. Fueron casi exclusivamente los socialistas de los países latinos los que han estimulado y fecundado este desenvolvimiento de ideas. Mientras que los socialdemócratas alemanes de aquel período veían en el llamado Estado popular su ideal político del futuro y reproducían de ese modo las tradiciones burguesas del jacobinismo, los socialistas revolucionarios de los países latinos habían reconocido muy bien que un nuevo orden económico en el sentido del socialismo también requiere una nueva forma de organización política para desarrollarse libremente. Pero asimismo comprendieron que esa forma de organización social no podría tener nada de común con el actual sistema estatal, sino que habría de significar su disolución histórica. Así surgió en el seno de la Internacional el pensamiento de una administración completa de la producción social y del consumo general por los productores mismos, en la forma de libres grupos económicos ligados sobre la base del federalismo, a quienes simultáneamente habría de corresponder también la administración política de las comunas. De esa manera se pensaba suplantar la casta de los actuales políticos profesionales y de partido por técnicos sin privilegios y substituir la política del poder de Estado por un pacifico orden económico, que tuviera su fundamento en la igualdad de los derechos y en la solidaridad mutua de los hombres coaligados en la libertad.

Por la misma época había definido agudamente Miguel Bakunin el principio del federalismo político en su conocido discurso del Congreso de la Liga para la paz y la libertad (1867) y había destacado su importancia en las relaciones pacíficas de los pueblos:

Todo Estado centralista -dijo Bakunin-, por liberal que se quiera presentar o no importa la forma republicana que lleve, es necesariamente un opresor, un explotador de las masas laboriosas del pueblo en beneficio de las clases privilegiadas. Necesita un ejército para contener a esas masas en ciertos limites, y la existencia de ese poder armado le lleva a la guerra. Por eso concluyo que la paz internacional es imposible mientras no se haya aceptado el siguiente principio con todas sus consecuencias: Toda nación, débil o fuerte, pequeña o grande, toda provincia, toda comunidad tiene el derecho absoluto de ser libre, autónoma, de vivir y administrarse según sus intereses y necesidades particulares, y en ese derecho todas las comunidades son solidarias en tal grado que no es posible violar este principio respecto a una sola de ellas, sin poner simultáneamente en peligro a todas las demás.

La insurrección de la Comuna de París dió a las ideas de la autonomía local y del federalismo un impulso poderoso en las filas de la Internacional. Al renunciar voluntariamente Paris a su supremacía central sobre todas las otras comunas de Francia, la Comuna se convirtió para los socialistas de los países latinos en el punto de partida de un nuevo movimiento que opuso la Federación Comunal al principio central unitario del Estado. La Comuna se convirtió para ellos en la unidad política del futuro, en la base de una nueva cultura social, que se desarrolla orgánicamente de abajo arriba y no es impuesta automáticamente a los seres humanos de arriba abajo por un poder centralista. Así apareció, como un modelo social para el porvenir, un nuevo concepto de la organización social, que aseguraba el mayor espacio posible al impulso propio de las personas y de los grupos, y en la que viva y actúe simultáneamente el espíritu colectivo y el interes solidario por el bienestar de todos y de cada miembro de la comunidad. Se reconoce claramente que los portavoces de esa idea habían tenido presentes las palabras de Proudhon:

La personalidad es para mi el criterio del orden social. Cuanto más libre, más independiente, más emprendedora es la personalidad en la sociedad, tanto mejor para la sociedad.

Mientras que el ala de tendencia autoritaria de la Internacional continuaba sosteniendo la necesidad del Estado y se pronunciaba por el centralismo, para las secciones libertarias de la misma Internacional no era el federalismo sólo un ideal político de futuro; les servía también como base en sus propias aspiraciones orgánicas, pues, según su concepción, la Internacional -en tanto que posible en las condiciones existentes- debía dar al mundo ya una visión de una sociedad libre. Fue precisamente esa manera de pensar la que condujo a aquellas disputas internas entre centralistas y federalistas, a consecuencias de las cuales habría de sucumbir la Internacional.

El intento del Consejo general de Londres, que estaba bajo la influencia directa de Marx y de Engels, de aumentar sus atribuciones y de poner la asociación internacional del proletariado al servicio de la política parlamentaria de determinados partidos, debía chocar lógicamente con la resistencia más firme de las federaciones y secciones de tendencia libertaría, que continuaban fieles a los viejos postulados de la Internacional. Así se operó la gran escisión en el movimiento obrero socialista, que hasta hoy no pudo ser superada, pues en esa disputa se trataba de contradicciones internas de importancia fundamental, cuya conclusión no sólo debía tener consecuencias decisivas para el desenvolvimiento ulterior del movimiento obrero, sino para la idea misma del socialismo. La desdichada guerra de 1870-71 y la reacción que se inició en los países latinos después de la caída de la Comuna de París y de los acontecimientos revolucionarios de España y de Italia, reacción que malogró por medio de leyes de excepción y de brutales persecuciones toda actividad pública y obligó a la Internacional a buscar refugio en las vinculaciones clandestinas, han favorecido mucho la nueva evolución del movimiento obrero europeo.

El 20 de julio de 1870 escribió Karl Marx a Friedrich Engels las palabras que siguen, tan características de su persona y su tendencia espiritual:

Los franceses necesitan palos. Si vencen los prusianos, la centralización del state power (poder del Estado) resulta beneficiosa para la centralización de la clase obrera alemana. El predominio alemán trasladará el centro de gravedad del movimiento obrero de la Europa occidental, de Francia a Alemania; y sólo hay que comparar el movimiento de 1866 hasta hoy en ambos países para ver que la clase obrera alemana es teórica y orgánicamente superior a la francesa. Su supremacia en el escenario mundial sobre la francesa sería simultáneamente la supremacía de nuestra teoría sobre la de Proudhon, etc. (1).

Marx tenía razón. La victoria de Alemania sobre Francia significaba en realidad un cambio de rumbo en la historia del movimiento obrero europeo. El socialismo libertario de la Internacional fue relegado muy atrás a causa de la nueva situación y debía ceder el puesto a las concepciones antilibertarias del marxismo. La capacidad viviente, creadora, ilimitada de las aspiraciones socialistas fue substituída por un doctrinarismo unilateral que se dió presuntuosamente el aire de nueva ciencia, pero que en realidad sólo se apoyaba en un fatalismo histórico que conducía a los peores sofismas, lo que había de sofocar poco a poco todo pensamiento verdaderamente socialista. Cierto es que Marx había escrito en su juventud estas palabras: Los filósofos sólo han interpretado diversamente el mundo; pero lo que importa es cambiarlo; sólo que él mismo no hizo en toda su vida otra cosa que interpretar el mundo y la historia. Ha analizado la sociedad capitalista a su manera y puso en ello mucho ingenio y un enorme saber; pero la fuerza creadora de un Proudhon le fue siempre inaccesible. Era y siguió siendo solamente un analizador, un analizador inteligente y de vasto saber, pero nada más. Por esta razón no ha enriquecido el socialismo con un solo pensamiento creador; pero ha enredado el espíritu de sus adeptos en la fina red de una dialéctica astuta que apenas deja ver en la historia, fuera de la economía, cosa alguna, y les impide cualquier observación más honda en el mundo de los acontecimientos sociales. Hasta rechazó categóricamentc todo intento de ver claro sobre la forma presumible de una sociedad socialista y todo eso lo liquidó como utopismo. Como si fuera posible crear algo nuevo antes de comprender uno mismo los lineamientos generales al menos de lo que se quiere hacer. La fe en el curso obligado, independiente de la voluntad, de todos los fenómenos sociales le hizo rechazar cualquier pensamiento sobre la elección del objetivo del proceso social; y, sin embargo, es justamente este último pensamiento el que sirve de base a toda actividad creadora.

Con las ideas se modificaron también los métodos del movimiento obrero. En lugar de los grupos de ideas socialistas y de las organizaciones económicas de lucha en el viejo sentido, en donde los hombres de la Internacional habían visto las células de la sociedad futura y los órganos naturales de la nueva sociedad y de la administración de la producción, aparecieron los actuales partidos obreros y la actuación parlamentaria de las masas laboriosas. La vieja teoría socialista, que hablaba de la conquista de las fábricas y de la tierra, fue cada vez más olvidada; en su lugar se habló sólo de la conquista del poder político y se entró así completametne en el cauce de la sociedad capitalista.

En Alemania, donde no se había conocido ninguna otra forma del movimiento, esa evolución se llevó a cabo de una manera rápida y desde allí irradió por sus triunfos electorales hacia el movimiento socialista de la mayoría de los otros países. La actividad vigorosa de Lasalle en Alemania había allanado el camino a esa nueva fase del movimiento. Lassalle fue toda su vida un devoto apasionado de la idea de Estado en el sentido de Fichte y de Hegel, y se había apropiado además de las concepciones del socialista de Estado francés Louis Blanc sobre la misión social del gobierno. En su Arbeiter-program declaró a las clases laboriosas de Alemania que la historia de la humanidad había sido una lucha permanente contra la naturaleza y contra las limitaciones que ésta impone a los hombres.

En esa lucha no habríamos dado nunca un paso progresivo, ni lo daremos nunca, si la hubiésemos conducido o la quisiésemos conducir cada cual por sí, cada cual solo. Es el Estado el que tiene la función de realizar ese desarrollo de la libertad, ese desenvolvimiento de la especie humana hacia la libertad.

Sus partidarios estaban tan firmemente persuadidos de esa misión del Estado, y su credulidad estatal adquirió a menudo formas tan fanáticas, que la prensa liberal de aquel tiempo acusó con frecuencia al movimiento de Lassalle de estar a sueldo de Bismarck. Las pruebas de esa acusación no pudieron presentarse nunca; pero el raro coqueteo de Lassalle con el reinado social, que se puso especialmente de relieve en su escrito Der italienische Krieg und die Aufgabe Preussens, pudo hacer surgir fácilmente la sospecha (2).

Al consagrar los partidos obreros de reciente creación toda su actividad poco a poco a la acción parlamentaria de los trabajadores y a la conquista del poder político como supuesta condición previa para la realización del socialismo, dieron vida, en el curso del tiempo, a una nueva ideología, que se diferenciaba esencialmente de las corrientes de pensamiento de la Primera Internacional. El parlamentarismo que, en ese nuevo movimiento, desempeñó pronto un papel dominante, atrajo a una cantidad de elementos burgueses y de intelectuales sedientos de carrera hacia los partidos socialistas, con lo cual fue acelerado aún más el cambio de orientación. Así apareció, en lugar del socialismo de la vieja Internacional, una especie de sucedáneo que sólo tenía de común el nombre con aquél. De esa manera perdió el socialismo cada vez más el carácter de un nuevo ideal de cultura, para el cual las fronteras artificiales de los Estados no tenían valor alguno. En la cabeza de los jefes de esa nueva tendencia se confundieron los intereses del Estado nacional con las necesidades espirituales de su partido, hasta que, poco a poco, no fueron ya capaces de percibir una línea divisoria entre ellos y se habituaron a considerar el mundo y las cosas a través de las anteojeras del Estado nacional. Por eso era inevitable que los modernos partidos obreros se integraran poco a poco como un elemento necesario en el aparato del Estado nacional, contribuyendo en gran parte a devolver al Estado el equilibrio interno que había perdido ya.

Sería falso querer apreciar esa rara conversión ideológica simplemente como mera traición consciente de los jefes, según se ha hecho a menudo. En verdad se trata aquí de una adaptación lenta de la teoría socialista en el mundo de ideas del Estado burgués, como consecuencia de la actuación práctica de los partidos obreros, actuación que tenía que pesar necesariamente en la orientación espiritual de sus portavoces. Los mismos partidos que salieron un día a conquistar el poder político bajo la bandera del socialismo, se vieron cada vez más constreñidos por la lógica férrea de las circunstancias a entregar trozo a trozo su antiguo socialismo a la política burguesa. La parte más inteligente de sus adeptos reconoció bien pronto el peligro y se gastó en una oposición infecunda contra los lineamientos tácticos del partido. Pero esta lucha tenía que resultar infructuosa por el hecho de que se dirigía sólo contra determinadas excrecencias del sistema político del partido, pero no contra éste mismo. Así los partidos obreros socialistas se convirtieron en paragolpes de la lucha entre el capital y el trabajo, en pararrayos políticos para la seguridad del orden social capitalista, y de tal manera que la gran mayoría de sus partidarios ni siquiera se dió cuenta de ello.

La posición de la mayoría de esos partidos durante la guerra de 1914-18, y especialmente después de la guerra, dice bastante para probar que nuestro juicio no es exagerado y que corresponde completamente a los hechos. En Alemania ese desarrollo ha tenido un carácter trágico, cuyo alcance todavía no se puede predecir. El movimiento socialista de ese país se había estancado espiritualmente por completo en los largos años de rutina parlamentaria y no era capaz de ninguna acción creadora. Esta es la razón por la cual la revolución alemana fue tan aterradoramente pobre en ideas efectivas. La vieja frase: El que come con el Papa, muere, se había verificado también en el movimiento socialista. Había comido tanto del Estado que su fuerza vital quedó agotada y no pudo volver a realizar caso alguna de importancia.

El socialismo sólo podía mantener su papel como ideal cultural del futuro dedicando toda su actividad a suprimir, junto con el monopolio de la propiedad, también toda forma de dominación del hombre por el hombre. No era la conquista, sino la supresión del poder en la vida social lo que había de constituir su gran objetivo, en el cual debía concentrarse y al que nunca debía abandonar, si no quería suprimirse a sí mismo. El que cree poder suplantar la libertad de la personalidad por la igualdad de los intereses y de la posesión no ha comprendido en modo alguno la esencia del socialismo. Para la libertad no hay ningún substituto, no puede haberlo nunca. La igualdad de las condiciones económicas es sólo una condición necesaria previa de la libertad del hombre, pero nunca puede ser un sucedáneo de ésta. El que peca contra la libertad, peca contra el espíritu del socialismo. Socialismo equivale a cooperación solidaria de los seres humanos sobre la base de una finalidad común y de los mismos derechos para todos. Pero la solidaridad se apoya sólo en la libre decisión y no puede ser impuesta, si es que no quiere transformarse en tiranía.

Toda verdadera actividad socialista tiene, por tanto, que estar inspirada, en lo más pequeño como en lo más grande, por el objetivo de contrarrestar el monopolismo en todos los dominios, y especialmente en la economía, y de ensanchar y asegurar con todas las fuerzas a su disposición la suma de libertad personal en los cuadros de la asociación social. Toda actuación práctica que lleve a otros resultados es errónea e intolerable para los verdaderos socialistas. En ese sentido hay que juzgar también la hueca fraseología sobre la dictadura del proletariado como etapa de transición del capitalismo al socialismo. Esas transiciones no las conoce la historia. Hay simplemente formas más primitivas y formas más complicadas en las diversas fases del desenvolvimiento social. Todo nuevo orden social es naturalmente imperfecto en sus formas originarias de expresión; pero, no obstante, todas las posibilidades ulteriores de desarrollo deben existir en sus nuevas instituciones, como en un embrión está ya la criatura entera. Todo ensayo de integrar en un nuevo orden de cosas elementos esenciales del viejo sistema, superado en si mismo, ha conducido siempre a los mismos resultados negativos: o bien fueron frustrados tales ensayos por el vigor juvenil de la nueva creación, o bien los delicados gérmenes y los comienzos alentadores de las formas nuevas fueron comprimidos tan fuertemente y tan obstaculizados en su desenvolvimiento natural por las formas tomadas del pasado que, poco a poco, fueron sofocados y languidecieron lentamente en su capacidad vital.

Cuando un Lenin -lo mismo que Mussolini- se atrevió a proclamar que la libertad es un prejuicio burgués, no demostró sino que su espíritu no supo elevarse hasta el socialismo, y quedó estancado en el viejo círculo del jacobinismo. Es un absurdo hablar de un socialísmo libertario y de un socialismo autoritario: ¡el socialismo será libre o no será socialismo!

Las dos grandes corrientes políticas de ideas del liberalismo y de la democracia tuvieron una fuerte influencia en el desarrollo interno del movimiento socialista. Un movimiento como el de la democracia, con sus principios estatistas y su aspiración a someter al individuo a los mandamientos de una imaginaria voluntad general, tenía que pesar en un movimiento como el socialismo tanto más funestamente cuanto que infundió a éste el pensamiento de entregar al Estado, además de los dominios en que hoy impera, también el dominio inmenso de la economía, atribuyéndole así un poder que nunca había poseído antes. Hoy se advierte cada vez con más claridad -las experiencias en Rusia lo han confirmado- que esas aspiraciones no pueden culminar nunca y en ninguna parte en el socialismo, sino que llevan ineludiblemente a su grotesca caricatura: el capitalismo de Estado.

Por otra parte, el socialismo fecundado por el liberalismo llevó lógicamente a la tendencia ideológica de Godwin, Proudhon, Bakunin y sus sucesores. El pensamiento de restringir a un mínimo el campo de acción del Estado contenía en sí el brote de otro pensamiento todavía más amplio: el de superar el Estado totalmente y extirpar de la sociedad humana la voluntad de poder. Si el socialismo democrático ha contribuído muchísimo a refirmar la creencia vacilante en el Estado y tenía que llegar, en su desenvolvimiento, teóricamente, al capitalismo de Estado, el socialismo inspirado por la corriente ideológica del liberalismo condujo en línea recta a la idea del anarquismo, es decir, a la representación de un estado social en que el hombre ya no está sometido a la tutela de un poder superior y en que él mismo regula todas las relaciones entre sí y sus semejantes por el acuerdo mutuo.

El liberalismo no podía alcanzar esa fase de un determinado desarrollo de ideas porque había tenido muy poco en cuenta el aspecto económico del problema, como se ha dicho ya en otra parte de esta obra. Solamente sobre la base del trabajo cooperativo y de la comunidad de todos los intereses sociales es posible la verdadera libertad; pues no hay libertad del individuo sin justicia para todos. También la libertad personal arraiga en la conciencia social del ser humano y recibe así su verdadero sentido. La idea del anarquismo es la síntesis de liberalismo y de socialismo: liberación en la economía de todas las ligaduras de la política; liberación en la cultura de todas las influencias políticas dominadoras; liberación del hombre por la asociación solidaria con sus semejantes. O como dijo Proudhon:

Desde el punto de vista social, libertad y solidaridad son éxpresiones distintas del mismo concepto. En tanto que la libertad de cada uno no encuentra barreras en la libertad de los otros, como dice la Declaración de los derechos del hombre de 1793, sino un apoyo, el hombre más libre es aquel que tiene las mayores relaciones con sus semejantes.


Notas

(1) Der Briefweschel zwischen Marxe und Engels; vol. IV. Stuttgart, 1913.

(2) La correspondencia entre Bismarck y Lasalle, que ha sido descubierta hace pocos años de nuevo, y que Gustav Mayer ha publicado en su obra digna de ser leida, Bismarck und Lassalle, arroja una luz singular sobre la personalidad de Lassalle y es también de gran interés aun desde el punto de vista puramente psicológico.

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