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5. La Revolución Rusa
La Revolución Rusa fue un episodio muy importante en el desarrollo del movimiento de la clase trabajadora. En primer lugar, como ya hemos mencionado, por medio del despliegue de nuevas formas de huelga política, instrumentos de la revolución. Además, en mayor medida, por la primera aparición de nuevas formas de autoorganización de los trabajadores en lucha, conocidas con el nombre de soviets, es decir, consejos. En 1905 sólo se los conocía como fenómeno especial y desaparecieron junto con la actividad revolucionaria misma. En 1917 reaparecieron con mayor poder; los trabajadores de Europa occidental reconocieron su importancia, y los soviets desempeñaron entonces un papel en las luchas de clase después de la Primera Guerra Mundial.
Los soviets eran esencialmente simples comités de huelga, como surgen siempre en las huelgas salvajes. Puesto que las huelgas en Rusia se produjeron en grandes fábricas y se extendieron rápidamente por ciudades y distritos, los trabajadores tenían que mantenerse en continuo contacto. En las fábricas se reunían los trabajadores y discutían regularmente una vez terminado su trabajo, o incluso en forma continua, durante todo el día, en épocas de tensión. Enviaban sus delegados a otras fábricas y a los comités centrales, donde se tomaban decisiones y se planeaban nuevas tareas.
Pero las tareas resultaron de mayor alcance que en las huelgas ordinarias. Los trabajadores tenían que deshacerse de la pesada opresión del zarismo; sentían que por medio de su acción la sociedad rusa iba cambiando en sus fundamentos. Debían considerar no sólo los salarios y las condiciones de trabajo que reinaban en sus talleres, sino todas las cuestiones vinculadas con la sociedad en sentido amplio. Tenían que encontrar su propio camino en estos dominios y tomar decisiones en cuestiones políticas. Cuando la huelga estalló, se extendió a todo el país, detuvo a toda la industria y el tráfico y paralizó las funciones del gobierno, los soviets se enfrentaron con nuevos problemas. Tenían que regular la vida pública, atender a la seguridad y el orden, proveer a la marcha de las empresas de servicios públicos indispensables. Debían cumplir funciones gubernamentales; lo que ellos decidían lo ejecutaban los trabajadores, mientras el gobierno y la policía se mantenían apartados, conscientes de su impotencia contra las masas sublevadas. Entonces los delegados de otros grupos, de los intelectuales, de los campesinos, de los soldados, que vinieron a unirse a los soviets centrales, tomaron parte en las discusiones y decisiones. Pero todo este poder fue como un relámpago, como un meteoro que pasa. Cuando al final el movimiento zarista concentró sus fuerzas militares y derrotó al movimiento, desaparecieron los soviets.
Así ocurrio en 1905. En 1917 la guerra había debilitado al gobierno a raíz de las derrotas que éste sufrió en el frente de batalla y del hambre que acosaba a las ciudades, y los soldados, en su mayoría campesinos, tomaron entonces parte en la acción. Aparte de los consejos obreros que se formaron en las ciudades, también se constituyeron consejos de soldados en el ejército; los oficiales eran fusilados cuando no estaban de acuerdo con que los soviets tomaran todo el poder en sus manos para impedir el desorden total. Después de medio año de vanas tentativas por parte de los políticos y comandantes militares para imponer nuevos gobiernos, los soviets, apoyados por los partidos socialistas, se hicieron dueños de la sociedad.
Entonces se encontraron ante una nueva tarea. Se habían transformado de órganos de la revolución en órganos de la reconstrucción. Las masas eran dueñas y, por supuesto, comenzaron a construir la producción de acuerdo con sus necesidades e intereses vitales. Lo que ellas deseaban e hicieron no estaba determinado, como siempre ocurre en tales casos, por doctrinas inculcadas, sino por su propio carácter de clase, por sus condiciones de vida. ¿Cuáles eran estas condiciones? Rusia era un país agrario primitivo que sólo comenzaba su desarrollo industrial. Las masas populares estaban formadas por campesinos no civilizados e ignorantes, dominados espiritualmente por una iglesia que resplandecía de oro, e incluso los trabajadores industriales estaban estrechamente vinculados con sus antiguas aldeas. Los soviets de las aldeas, que surgían por todas partes, fueron comités de campesinos que se gobernaban a sí mismos. Se apoderaron de vastos establecimientos rurales que antes estaban en poder de grandes terratenientes, y los dividieron. El desarrollo se orientó hacia la distribución con carácter de propiedad privada de pequeños dominios, y ya presentaba las distinciones entre propiedades mayores y menores, entre granjeros influyentes y adinerados y otros pobres y más humildes.
En las ciudades, en cambio, no podía haber desarrollo alguno hacia la industria capitalista privada porque no había ningún sector burgués que tuviera alguna importancia. Los trabajadores deseaban alguna forma de producción socialista, la única posible en estas condiciones. Pero por su mentalidad y carácter, como sólo los había rozado superficialmente el comienzo del capitalismo, era difícil que fueran adecuados para la tarea de regular ellos mismos la producción. Así, sus líderes más destacados, los socialistas del Partido Bolchevique, organizados y endurecidos por años de denodada lucha, sus guías en la revolución, se transformaron en los líderes de la reconstrucción. Además, para que estas tendencias de la clase trabajadora no se ahogaran en la marejada de aspiraciones hacia la propiedad privada que venían del campo, era preciso constituir un fuerte gobierno central, capaz de frenar las tendencias de los campesinos. En esta pesada tarea de organizar la industria, de organizar la guerra defensiva contra los ataques contrarrevolucionarios, de doblegar la resistencia de las tendencias capitalistas entre los campesinos y de educarlos para que adoptaran ideas científicas modernas en lugar de sus viejas creencias, todos los elementos capaces que había entre los trabajadores -los intelectuales, con el agregado de los ex funcionarios y los ex oficiales que estaban dispuestos a cooperar- tuvieron que combinarse dentro del Partido Bolchevique como cuerpo directivo. Este formó el nuevo gobierno. Los soviets fueron eliminados gradualmente como órganos de autogobierno, y reducidos al nivel de órganos subordinados del aparato gubernamental. Sin embargo, se preservó como camuflaje el nombre de República Soviética, y el partido gobernante retuvo el nombre de Partido Comunista.
El sistema de producción desarrollado en Rusia es el socialismo de Estado. Es la producción organizada con el Estado como el empleador universal, dueño de todo el aparato de producción. Los trabajadores no son más dueños de los medios de producción que bajo el régimen capitalista occidental. Reciben sus salarios y son explotados por el Estado que es el único mamut capitalista. De modo que el nombre de capitalismo de Estado puede aplicarse exactamente con el mismo significado. La totalidad de la burocracia que manda y dirige, compuesta por los funcionarios, es la dueña real de la fábrica, o sea la clase poseedora. No separadamente, cada uno como una parte, sino juntos, colectivamente, son los poseedores del conjunto. Su función y tarea consistía en hacer lo que la burguesía hizo en Europa occidental y los Estados Unidos: desarrollar la industria y la productividad del trabajo. Tenían que transformar a Rusia convirtiéndola de un país primitivo y bárbaro de campesinos en un país moderno y civilizado de gran industria. Y antes de que transcurriera mucho tiempo, en una lucha de clases librada a menudo con crueldad entre los campesinos y los gobernantes, las grandes empresas agrarias controladas por el Estado reemplazaron a las pequeñas granjas atrasadas.
Por lo tanto, la revolución no hizo de Rusia, como pretende una propaganda engañosa, una tierra donde los trabajadores son dueños y donde reina el comunismo. Sin embargo, implicó un progreso de enorme significación. Se la puede comparar con la gran Revolución Francesa: destruyó el poder del monarca y de los terratenientes feudales, comenzó otorgando la tierra a los campesinos y convirtió a los dueños de la industria en gobernantes del Estado. Así como en aquella oportunidad en Francia las masas se trañsformaron de una canaille despreciada, en ciudadanos libres reconocidos incluso en su pobreza y dependencia económica como personalidades con posibilidad de surgir y elevarse, también en Rusia las masas se elevaron de un barbarismo no evolutivo a una corriente de progreso mundial, donde los hombres podían actuar como personalidades. La dictadura política como forma de gobierno no puede impedir este desarrollo una vez que ha comenzado, como tampoco la dictadura militar de Napoleón lo coartó en Francia. Tal como entonces en Francia de los ciudadanos y campesinos surgieron los capitalistas y los comandantes militares, en una lucha ascendente de competencia mutua, por buenos y malos medios, mediante la energía y el talento, con intrigas y engaño, así ocurrió también en Rusia. Todos los buenos cerebros existentes entre los hijos de los trabajadores y de los campesinos se precipitaron a las escuelas técnicas y agrícolas, llegaron a ser ingenieros, oficiales del ejército, jefes técnicos y militares. El futuro estaba abierto ante ellos y suscitó inmensas tensiones de energía; mediante el estudio y el tenaz esfuerzo, con la astucia y la intriga se ingeniaron para afirmar su lugar en la nueva clase gobernante -que gobernaba, también en este caso, sobre una clase miserable y explotada de proletarios-. Y tal como en aquel tiempo en Francia surgió un fuerte nacionalismo que proclamó la necesidad de llevar la nueva libertad a toda Europa, como un breve ensueño de eterna gloria, también Rusia proclamó orgullosamente su misión, de liberar a todos los pueblos del capitalismo por medio de la revolución mundial.
Para la clase trabajadora la significación de la Revolución Rusa debe buscarse en direcciones por completo diferentes. Rusia mostró a los trabajadores europeos y norteamericanos, confinados dentro de sus ideas y su práctica reformista, cómo una clase trabajadora industrial es capaz, mediante una gigantesca acción masiva de huelgas salvajes, de socavar y destruir a un poder estatal obsoleto; y además, cómo en tales acciones los comités de huelga se transforman en consejos obreros, órganos de lucha y de autogobierno que asumen tareas y funciones políticas. Para comprender la influencia que ejerció el ejemplo ruso sobre las ideas y las acciones de la clase trabajadora después de la Primera Guerra Mundial, tenemos que retroceder un poco.
El estallido de la guerra de 1914 significó una quiebra inesperada del movimiento laboral en toda la Europa capitalista. La aquiescencia obediente de los trabajadores bajo los poderes militares, la vehemente adhesión, en todos los países, de los líderes sindicales y de los del partido socialista a sus gobiernos como cómplices en la represión de los obreros, la ausencia de toda protesta significativa, había llevado a un profundo desaliento a todos los que antes pusieron sus esperanzas de liberación en el socialismo proletario. Pero gradualmente los más avanzados de los trabajadores llegaron a cobrar conciencia de que lo que se había quebrado era sobre todo la ilusión de una fácil liberación por medio de la reforma parlamentaria. Esos obreros veían que las masas desangradas y explotadas se iban rebelando bajo los sufrimientos de la opresión y la carnicería, y, en alianza con los revolucionarios rusos, esperaban que la revolución mundial destruyera al capitalismo como consecuencia del caos de la guerra. Rechazaron el vergonzoso nombre de socialismo y se llamaron comunistas, que era el viejo título de los revolucionarios de la clase trabajadora.
Entonces, como una brillante estrella en el cielo oscuro, la Revolución Rusa se encendió y brilló sobre la Tierra. Y en todas partes las masas se sintieron henchidas de presentimientos y comenzaron a inquietarse, al oír el llamado de los revolucionarios en favor de la terminación de la guerra, de la hermandad de los trabajadores de todos los países, de la revolución mundial contra el capitalismo. Aún apegados a sus viejas doctrinas socialistas y a sus organizaciones las masas, inseguras bajo la marea de calumnias que derramaba la prensa, se quedaron esperando, vacilantes, para ver si el cuento se convertía en realidad. Grupos más pequeños, especialmente entre los trabajadores jóvenes, se reunían en todas partes para formar un movimiento comunista cada vez más amplio. Constituían la vanguardia en los movimientos que después de la terminación de la guerra irrumpieron en todos los países, y en forma más acentuada en Europa central, derrotada y exhausta.
Era una nueva doctrina, un nuevo sistema de ideas, una nueva táctica de lucha, este comunismo que con los poderosos medios de propaganda gubernamental, que eran entonces nuevos, se propagó desde Rusia. Se refería a la teoría de Marx, de la destrucción del capitalismo mediante la lucha de clase de los obreros. Llamaba a una lucha contra el capital mundial, concentrado sobre todo en Inglaterra y los Estados Unidos, que explotaba a todos los pueblos y a todos los continentes. Convocaba no sólo a todos los trabajadores industriales de Europa y de Norteamérica, sino también a los pueblos sometidos de Asia y Africa, para que se levantaran en una lucha común contra el capitalismo. Como toda guerra, ésta sólo podía ganarse por medio de la organización, mediante la concentración de poderes y por una buena disciplina. En los partidos comunistas, incluidos los luchadores más gallardos y capaces, ya había los núcleos y los equipos dirigentes: éstos tenían que asumir la guía, y a su llamado las masas debían levantarse y atacar a los gobiernos capitalistas. En la crisis política y económica del mundo no podemos esperar hasta que las masas, mediante una paciente enseñanza se hayan vuelto todas comunistas. Tampoco es esto necesario; si están convencidas de que sólo el comunismo es la salvación, si depositan su confianza en el Partido Comunista, siguen sus directivas, lo llevan al poder, el Partido, que será el nuevo gobierno, estabiecerá el nuevo orden. Así lo hizo en Rusia, y este ejemplo debe seguirse en todas partes. Pero entonces, en respuesta a la pesada tarea y a la devoción de los líderes, son imperativas una estricta obediencia y disciplina de las masas, de éstas hacia el partido y de los miembros del partido hacia los líderes. Lo que Marx había llamado la dictadura del proletariado sólo puede realizarse como la dictadura del Partido Comunista. En el Partido está encarnada la clase trabajadora, el Partido es su representante.
En esta forma de doctrina comunista era claramente visible el origen ruso. En Rusia, con su pequeña industria y su clase trabajadora no desarrollada, sólo había que derrotar a un despotismo asiático ya muy descompuesto. En Europa y en los Estados Unidos una clase trabajadora numerosa y muy desarrollada, entrenada por una poderosa industria, se enfrenta con una poderosa clase capitalista que dispone de todos los recursos del mundo. Por ende, la doctrina de la dictadura del partido y de la obediencia ciega encontraron en esos países una fuerte oposición. Si en Alemania los movimientos revolucionarios después de la terminación de la Primera Guerra hubieran llevado a una victoria de la clase trabajadora y ese país se hubiera unido a Rusia, la influencia de esta clase, producto del desarrollo capitalista e industrial más elevado, habría sobrepasado rápidamente las características rusas. Grande habría sido su influencia sobre los trabajadores ingleses y norteamericanos, y habría arrastrado a Rusia misma hacia nuevos caminos. Pero en Alemania la revolución fracasó; las masas se mantuvieron apartadas por acción de sus líderes socialistas y sindicales, mediante relatos de atrocidades y promesas de felicidad socialista bien ordenada, mientras eran exterminadas sus vanguardias y asesinados sus mejores portavoces por las fuerzas militares bajo la protección del gobierno socialista. Así, los grupos opositores de comunistas alemanes no pudieron ejercer influencia alguna; fueron expulsados del partido. En su lugar, los grupos socialistas descontentos fueron inducidos a unirse a la Internacional moscovita, atraídos por la nueva política oportunista de ésta al apoyar al parlamentarismo, con lo cual esperaba conquistar el poder en los países capitalistas.
De este modo la revolución mundial se transformó de grito de guerra en una mera expresión verbal. Los líderes rusos imaginaban la revolución mundial como una extensión e imitación en gran escala de la Revolución Rusa. Sólo conocían al capitalismo en su forma rusa, como un poder explotador foráneo que empobrecía a los habitantes y se llevaba todos los beneficios fuera del país. No conocían al capitalismo como el gran poder organizador, que con su riqueza producía la base de un nuevo mundo aún más rico. Como resulta claro por sus escritos, no conocían el enorme poder de la burguesía, frente al cual todas las capacidades de líderes abnegados y de un partido disciplinado resultan insuficientes. No conocían las fuentes de energía que yacen ocultas en la clase trabajadora de hoy. De ahí las formas primitivas de ruidosa propaganda y terrorismo partidario, no sólo espiritual, sino también físico, contra los puntos de vista disidentes. Fue un anacronismo que Rusia, que recién entraba en la era industrial saliendo de su primitiva barbarie, tomara el mando de la clase trabajadora de Europa y los Estados Unidos, enfrentada con la tarea de transformar a un capitalismo industrial muy desarrollado en una forma aún superior de organización.
La vieja Rusía ha sido esencialmente, en lo que respecta a su estructura económica, un país asiático. En toda Asia vivían millones de campesinos que practicaban una agricultura primitiva en pequeña escala, restringidos a su aldea, bajo señores despóticos muy distantes con los cuales no tenían vinculación alguna, salvo el pago de los impuestos. En la época contemporánea estos impuestos se transformaron en un tributo cada vez más pesado en favor del capitalismo occidental. La Revolución Rusa, al repudiar las deudas zaristas, significó la liberación de los campesinos rusos de esta forma de explotación que beneficiaba al capital occidental. Con eIlo excitó a todos los pueblos reprimidos y explotados de Oriente a seguir su ejemplo, a unirse a la lucha y arrojar el yugo de sus déspotas, instrumentos del rapaz capital mundial. Y el llamado se oyó a lo largo y lo ancho del mundo, en China y Persia, en la India y Africa. Se formaron partidos comunistas, compuestos de intelectuales radicalizados, de campesinos rebelados contra los terratenientes feudales, de jornaleros y artesanos, que llevaron a centenares de millones de hombres el mensaje de liberación. Como en Rusia, significó para todos estos pueblos la apertura del camino hacia el desarrollo industrial moderno, y a veces, como en China, en alianza con una burguesía industrial progresista. De esta manera la Internacional moscovita más aún que institución europea, llegó a ser una institución asiática. Esto acentuó su carácter de movimiento de la clase media, e hizo revivir en sus seguidores europeos las viejas tradiciones de las revoluciones de las clases medias, con la preponderancia de grandes líderes, de sonoras consignas, de conspiraciones, complots y revueltas militares.
La consolidación del capitalismo de Estado en Rusia misma fue la base decisiva que determinó el carácter del Partido Comunista. Aunque en su propaganda exterior el partido siguió hablando de comunismo y revolución mundial, vituperando al capitalismo, convocando a los trabajadores a unirse a la lucha por la libertad, los obreros en Rusia constituían una clase sometida y explotada, que vivía en su mayor parte en condiciones laborales miserables, bajo un dominio dictatorial duro y opresivo, sin libertad de expresión, de prensa, de asociación, mucho más esclavizada que sus hermanos bajo el capitalismo occidental. Así, una falsedad esencial debía ser característica de la política y las enseñanzas de ese partido. Aunque era un instrumento del gobierno ruso en su política exterior, logró mediante su verbalismo revolucionario captar todos los impulsos rebeldes surgidos en jóvenes entusiastas del mundo occidental, acosado por las crisis. Pero sólo lo hizo para volcarlos en simulacros abortados de lucha o en una política oportunista -unas veces contra los partidos socialistas tildados de traidores o socialfascistas, y otras buscando su alianza en los denominadas frente rojo o frente popular-, lo que hizo que los mejores adherentes lo abandonaran disgustados. La doctrina que el partido enseñó bajo el nombre de marxismo no era la teoría del derrocamiento de un capitalismo muy desarrollado por obta de una clase trabajadora muy desarrollada, sino su caricatura, producto de un mundo de primitivismo bárbaro, donde la lucha contra las supersticiones religiosas era progreso espiritual y el industrialismo modernizado era progreso económico -con el ateísmo como filosofía, el dominio partidario como objetivo y la obediencia a la dictadura como máximo imperativo-.
El Partido Comunista no se proponía hacer de los trabajadores luchadores independientes, capaces por su fuerza de penetración mental de construir por sí mismos su nuevo mundo, sino de convertirlos en obedientes seguidores prontos a poner al partido en el poder.
Así se oscureció la luz que había iluminado al mundo; las masas que habían saludado su llegada quedaron en una noche más negra, y por desaliento se alejaron de la lucha o siguieron combatiendo para encontrar nuevos y mejores caminos. La Revolución Rusa había dado al comienzo un poderoso impulso a la lucha de la clase trabajadora, por sus acciones masivas directas y sus nuevas formas de organización sobre la base de los consejos -esto se expresó en el amplio surgimiento del movimiento comunista en todo el mundo-. Pero cuando luego la Revolución se asentó y se tradujo en un nuevo orden, un nuevo dominio de clase, una nueva forma de gobierno, el capitalismo de Estado bajo la dictadura de una nueva clase explotadora, el Partido Comunista asumió necesariamente un carácter ambiguo. Así, en el curso de los eventos siguientes se convirtió en algo muy ruinoso para la lucha de la clase trabajadora, que sólo puede vivir y crecer en la pureza del pensamiento claro, los hechos desembozados y los tratos honestos. Con su vana charla acerca de la revolución mundial, el partido obstaculizó la nueva orientación de medios y fines, que tan urgente era. Promoviendo y enseñando bajo el nombre de disciplina el vicio de la sumisión -el principal vicio de que deben despojarse los trabajadores-, suprimiendo todo rastro de pensamiento crítico independiente, impidió el desarrollo de un poder real de la clase trabajadora. Al usurpar el nombre de comunismo para su sistema de explotación de los trabajadores y su política de persecución de los adversarios, a menudo cruel, hizo de este nombre, que hasta entonces había sido expresión de elevados ideales, un objeto de oprobio, aversión y odio incluso entre los trabajadores. En Alemania, donde las crisis políticas y económicas habían agudizado al máximo los antagonismos de clase, el partido redujo la dura lucha de clases a una pueril escaramuza de jóvenes armados contra bandas nacionalistas similares. Y entonces, cuando la marea del nacionalismo alcanzó gran altura y resultó muy fuerte, gran parte de ellos, sólo educados para derrotar a los adversarios de sus líderes, cambiaron simplemente de bando. Así, el Partido Comunista contribuyó grandemente, con su teoría y práctica, a preparar la victoria del fascismo.
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