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6. Las dificultades
Las dificultades más esenciales en la reconstrucción de la sociedad surgen de las diferencias de perspectiva que acompañan a las diferencias de desarrollo y tamaño de las empresas.
Desde el punto de vista técnico y económico la sociedad está dominada por las grandes empresas, por el gran capital. Sin embargo, los grandes capitalistas mismos sólo son una pequeña minoría de la clase propietaria. Tienen detrás de ellos, sin duda, a toda la clase de los rentistas y accionistas. Pero éstos, como meros parásitos, no pueden prestar un sólido apoyo en la lucha de clases. Así, el gran capital estaría en una posición embarazosa si no lo respaldara la pequeña burguesía, toda la clase de los comerciantes más pequeños. En su dominio de la sociedad, el gran capital extrae ventajas de las ideas y modos de sentir surgidos del mundo del pequeño comercio, que ocupan la mente tanto de los dueños como de los trabajadores consagrados a esas actividades. La clase trabajadora tiene que prestar atenta consideración a estas ideas, puesto que su tarea y su finalidad, concebidas sobre la base de los desarrollos del gran capitalismo, se conciben y juzgan en estos círculos según las condiciones que son familiares en el pequeño comercio.
En los pequeños negocios capitalistas el patrón es por lo general el dueño, y a veces dueño único; o si no, los accionistas son unos pocos amigos o parientes. El dueño es su propio director y habitualmente el mejor experto técnico. En su persona las dos funciones, de líder técnico y de capitalista lucrativo, no están separadas y casi no se distinguen. Su ganancia parece proceder no de su capital, sino de su trabajo, no de la explotación de los trabajadores, sino de las capacidades técnicas del empleador. Sus operarios, hayan sido tomados en pequeño número, como ayudantes especializados o como obreros comunes no especializados, se dan perfecta cuenta de la experiencia y de la capacidad técnica generalmente mayor del patrón. Lo que en la gran empresa, con su liderazgo técnico ejercido por funcionarios asalariados, es una medida obvia de la eficiencia práctica -la exclusión de todos los intereses propietarios-, tomaría en este caso la forma retrógrada de la eliminación del mejor experto técnico, con lo cual se confiaría el trabajo a los menos expertos o incompetentes.
Debe resultar claro que no se trata aquí de una real dificultad que amenaza a la organización técnica de la industria. Es casi inimaginable que los trabajadores de un pequeño taller deseen echar al mejor experto, aunque se trate del ex patrón, si éste desea honestamente cooperar en el trabajo con toda su capacidad en un pie de igualdad. ¿No es esto contrario a la base y la doctrina del nuevo mundo, la exclusión del capitalista? La clase trabajadora, cuando reorganiza la sociedad sobre una nueva base, no está sujeta a aplicar alguna doctrina teórica, sino que para orientar sus medidas prácticas posee un gran principio rector. El principio, que es la piedra de toque de la practicabilidad para una mente con clara visión, proclama que quienes hacen el trabajo deben reglamentarIo, y que todos los que colaboran prácticamente en la producción disponen de los medios de producción, excluyéndose todos los intereses de la propiedad o del capital. Sobre la base de este principio los trabajadores enfrentarán todos los problemas y dificultades en la organización de la producción y lograrán solucionarlos.
Sin duda las ramas técnicamente retrasadas de la producción, que practican el pequeño comercio, ofrecerán dificultades especiales pero no esenciales. El problema de cómo organizarlas mediante asociaciones que se autogobiernen y cómo vincularlas con el cuerpo principal de la organización social, deben resolverIo sobre todo los trabajadores ocupados en estas ramas, aunque puedan recibir la colaboración de otros sectores. Una vez que el poder político y social esté firmemente en manos de la clase trabajadora y sus ideas de reconstrucción dominen las mentes, parece obvio que quienes estén dispuestos a cooperar en la comunidad laboral serán bienvenidos y encontrarán el lugar y la tarea apropiados para sus capacidades. Además, como consecuencia del creciente sentimiento comunitario y del deseo de realizar con eficiencia el trabajo, las unidades de producción no se mantendrán aisladas como los diminutos talleres de tiempos anteriores.
Las dificultades esenciales residen en la disposición espiritual, en el modo de pensar producido por las características del pequeño comercio en todos lo que se ocupan en ese sector, tanto dueños como artesanos y trabajadores. Ese modo de pensar les impide ver el problema del gran capitalismo y de la gran empresa y percibir que es el verdadero y principal problema. Se entiende fácilmente, sin embargo, que las características del pequeño comercio, que constituyen la base de sus ideas, no pueden determinar una transformación de la sociedad que tenga su origen y su fuerza impulsora en el gran capitalismo. Pero está igualmente claro que tal disparidad de perspectiva general puede constituir una amplia fuente de discordia y de lucha, de incomprensiones y dificultades. Dificultades en la lucha, y dificultades en el trabajo constructivo. En las circunstancias que predominan en el pequeño comercio, las cualidades sociales y morales se desarrollan de modo distinto que en las grandes empresas; la organización no domina la mente en el mismo grado. Si bien los trabajadores pueden, ser más tercos y menos sometidos, también son menores los impulsos de camaradería y solidaridad. Por consiguiente, la propaganda tiene que desempeñar un papel más importante en este caso; no en el sentido de imponer una doctrina te6rica, sino en su puro. sentida de exponer puntos de vista más amplios sobre la sociedad en general, de modo que las ideas estén determinadas no por la estrecha experiencia de sus propias condiciones de trabajo, sino por las condiciones más amplias y esenciales del trabajo capitalista en general.
Esto vale aún más en el caso de la agricultura, donde es mayor el número e importancia de las pequeñas empresas. Además, hay una diferencia material, porque en este caso la extensión limitada de suelo ha dado vida a un parásito más. La absoluta necesidad del suelo como espacio vital y para la producción de alimentos permite que sus dueños saquen un tributo de todos los que quieran utilizarlo: lo que en economía política se llama renta. Así, tenemos aquí desde antiguos tiempos una propiedad no basada en el trabajo, y protegida por el poder y la ley del Estado; una propiedad que sólo consiste en certificados, en títulos, que aseguran pretensiones sobre una parte a menudo grande del trabajo de la sociedad. El campesino que paga las rentas al terrateniente o el interés al banco hipotecario, el ciudadano, seaa capitalista o trabajador, que paga en su alquiler altos precios por terreno estéril, son todos explotados por los terratenientes. Hace un siglo, en tiempos del pequeño capitalismo, la diferencia entre las dos formas de renta -la renta ociosa del terrateniente en contraste con los ingresos del comerciante, el trabajador y el artesano, que los lograban con duro esfuerzo- se sentía tan fuertemente como un robo indebido, que se presentaron reiteradamente proyectos para abolir el primer tipo de renta mediante la nacionalización del suelo. Posterionnente, cuando la propiedad capitalista tomó cada vez más la misma forma de certificados que impone una renta sin trabajo, no se habló más de tales reformas. El antagonismo entre capitalista y terrateniente, entre ganancia y renta, desapareció; la propiedad de bienes raíces es ahora simplemente una de las múltiples formas de la propiedad capitalista.
El granjero que trabaja su propio suelo combina el carácter de tres clases, y sus ingresos se componen indiscriminadamente de los salarios por su propio trabajo, la ganancia que recibe al dirigir su granja y explotar a sus peones, y el alquiler de su propiedad. En las condiciones originales que vive aún en parte como tradición de un pasado idealizado, el granjero producía casi todos los bienes necesarios para él mismo y para su familia en su propio suelo o en terreno alquilado. En la época actual la agricultura tiene que proveer también alimentos para la población industrial, que en todas partes y cada vez más en los países capitalistas, va constituyendo gradualmente la mayoría. En recompensa las clases rurales reciben los productos de la industria, que necesitan para satisfacer necesidades cada vez mayores. Este no es del todo un asunto de política interna. El grueso de la necesidad de cereales del mundo lo abastecen grandes empresas, en suelo virgen de los nuevos continentes, según principios capitalistas, con lo cual agotaron la intacta fertilidad de esas vastas llanuras y deprimieron, con la competencia a menor precio, la renta de los bienes raíces europeos, hasta provocar crisis agrarias. Pero también en las viejas tierras de Europa la producción agraria es actualmente una producción de bienes para el mercado; los granjeros venden la parte principal de sus productos y compran lo que necesitan para vivir. De modo que están sujetos a las vicisitudes de la competición capitalista, unas veces oprimidos por los bajos precios, hipotecados o arruinados, y otras aprovechando las condiciones favorables. Puesto que todo aumento de la renta tiende a petrificarse en precios superiores de la tierra, los precios en ascenso del producto hacen del ex propietario un rentista, mientras que el próximo propietario, que comienza con expensas más onerosas, sufre la ruina en caso de que bajen los precios. Por consiguiente, se ha debilitado en general la posición de la clase agrícola. En conjunto, su condición y perspectiva respecto de la sociedad contemporánea es similar en cierto modo a la de los pequeños capitalistas o comerciantes independientes de la industria.
Hay diferencias, sin embargo, debido a que la extensión del suelo es limitada. Mientras que en la industria o el comercio cualquiera que tenga un pequeño capital puede aventurarse a comenzar una actividad y luchar contra sus competidores, el granjero no puede entrar a competir cuando otros ocupan la tierra que él necesita. Para poder producir debe tener primero el terreno necesario. En la sociedad capitalista la libre disposición del suelo es posible en forma de propiedad; si uno no es terrateniente sólo puede trabajar y aplicar su conocimiento y capacidad permitiendo que lo explote el poseedor del suelo. De modo que propiedad y trabajo están íntimamente vinculados en su mente; esto constituye la raíz del fanatismo propietario de los granjeros, tan a menudo criticado. La propiedad les permite ganarse la vida durante todo el tiempo mediante un pesado trabajo. Con el sistema de arriendo o de venta de su propiedad, y por lo tanto viviendo de la renta de propietario ocioso, la propiedad les permite también gozar en su ancianidad del sustento a que todo trabajador debería tener derecho después de una vida de esfuerzo. La continua lucha contra las versátiles fuerzas de la naturaleza y el clima, con técnicas que sólo están comenzando a ser dirigidas por la ciencia moderna, y por ende dependen en gran medida de métodos tradicionales y capacidad personal, se agrava por la presión creada por las condiciones capitalistas. Esta lucha ha producido un fuerte y obstinado individualismo que hace que los granjeros constituyan una clase especial con una mentalidad y una perspectiva peculiar, extraña a las ideas y propósitos de la clase trabajadora.
Además, el desarrollo contemporáneo ha producido también en este sector un considerable cambio. El poder tiránico de los grandes intereses capitalistas, de los bancos hipotecarios y de los magnates ferrocarrileros de los cuales dependen los granjeros para obtener crédito y transporte, los expoliaron y arruinaron, y a veces los llevaron hasta el borde de la rebelión. Por otra parte, la necesidad de asegurar algunas de las ventajas de la gran empresa para el comercio en pequeña escala contribuyó mucho a imponer la cooperación, tanto para la compra de fertilizantes y materiales como para procurar las sustancias alimenticias necesarias para la acumulada población urbana. En este sector, la demanda de un producto uniforme y estandarizado, por ejemplo, en la producción lechera, exige rígidas prescripciones y controles, a los cuales tienen que someterse las distintas granjas. De modo que los granjeros aprenden así un poco de sentimiento comunitario, y su áspero individualismo tiene que hacer muchas concesiones. Pero esta inclusión de su trabajo en una totalidad social supone la forma capitalista de sometimiento a un poder dominante extraño, y estimula así los sentimientos de independencia de este sector.
Todas estas condiciones determinan la actitud de la clase rural respecto de la reorganización de la sociedad por parte de los trabajadores. Los granjeros, aunque como directores independientes de sus propias empresas son comparables a los capitalistas industriales, toman habitualmente ellos mismos parte en el trabajo productivo, que depende, en gran medida, de su capacidad y conocimiento profesional. Aunque embolsan la renta como terratenientes, su existencia está ligada a su esforzada actividad productiva. Su (dirección y control) del suelo en su carácter de productores, de trabajadores, en común con los campesinos, está totalmente de acuerdo con los principios del nuevo orden. Su (control) sobre el suelo en su carácter de terratenientes es enteramente contrario a estos principios. Ellos nunca aprendieron, sin embargo, a distinguir entre estos aspectos totalmente diferentes de su posición. Además, la disposición del suelo como productores, de acuerdo con el nuevo principio, es una función social, un mandato de la sociedad, un servicio destinado a proveer a sus congéneres de sustancias alimenticias y materias primas, mientras la vieja tradición y el egoísmo capitalista tienden a considerarla como un derecho personal exclusivo.
Tales diferencias de perspectiva pueden originar muchas disensiones y dificultades entre las clases productoras de la industria y la agricultura. Los trabajadores deben adherirse con absoluta estrictez al principio de la exclusión de todos los intereses explotadores de la propiedad; sólo admiten intereses basados en el trabajo productivo. Además, para los trabajadores industriales, que constituyen la mayoría de la población, el hecho de ser privados de la producción agraria significa consunción, que ellos no pueden tolerar. Para los países muy industrializados de Europa el tráfico transoceánico, el intercambio con otros continentes productores de alimentos, desempeña por cierto un importante papel. Pero no cabe duda de que debe establecerse, de alguna manera, una organización común de la producción industrial y agrícola en cada país.
La cuestión consiste en que entre los trabajadores industriales y los granjeros, entre la ciudad y el campo, hay considerables diferencias de perspectiva e ideas, pero no diferencias reales o conflictos de interés. Por ende, habrá muchas dificultades e incomprensiones, fuentes de disenso y lucha, pero no se producirán guerras cruentas como entre la clase trabajadora y el capital. Aunque hasta ahora la mayoría de los granjeros, llevados por consignas políticas tradicionales y puntos de vista sociales estrechos, como defensores de los intereses propietarios han estado del lado del capital contra los trabajadores -y esto puede ser aún así en el futuro-, la lógica de sus propios intereses reales debe ubicados finalmente contra el capital. Sin embargo, esto no es suficiente. Como pequeños comerciantes pueden estar satisfechos de liberarse de la presión y explotación mediante una victoria de los trabajadores con o sin su ayuda. Pero entonces, de acuerdo con sus ideas, habrá una revolución que los hará poseedores absolutos, privados y libres del suelo, similar a las anteriores revoluciones de la clase media. Contra esta tendencia los trabajadores deben oponer en su intensa propaganda los nuevos principios: la producción como función social, la comunidad de todos los productores dueña de su trabajo, y también su firme voluntad de establecer esta comunidad de producción industrial y agrícola. Mientras los productores rurales serán sus propios dueños en lo que respecta a la regulación y dirección de su trabajo bajo su propia responsabilidad, la intervinculación que tendrán con la parte industrial de la producción será una causa común de todos los trabajadores y de sus consejos centrales. Su continuo y mutuo intercambio proporcionará a la agricultura todos los medios técnicos y científicos y los métodos de organización disponibles para acrecentar la eficiencia y productividad del trabajo.
Los problemas con que se enfrenta la organización de la producción agrícola son en parte de la misma clase que los de la industria. En las grandes empresas, tales como las extensas plantaciones de maíz, trigo y otros granos de producción masiva con ayuda de elementos motorizados, la regulación del trabajo la hará la comunidad de trabajadores y sus consejos. Cuando se requiera un cuidadoso tratamiento de detalle de pequeñas unidades de producción, la cooperación desempeñará un importante papel. El número y diversidad de las granjas en pequeña escala ofrecerá el mismo tipo de problemas que la industria en pequeña escala, y su manejo será tarea de asociaciones que se autogobiemen. Tales comunidades locales de granjas similares y sin embargo individualmente distintas, serán probablemente necesarias para facilitar el manejo social en conjunto aliviándolo de la tarea de tratar y llevar el control de cada unidad por separado. Ninguna de estas formas de organización puede imaginarse de antemano; se las ideará y construirá por la acción de los productores, cuando éstos se enfrenten en la práctica con las necesidades.
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