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CAPÍTULO SEXTO
Ya he demostrado en mi carta precedente que el patriotismo, como cualidad o pasión natural, procede de una ley fisiológica, de la que se determina precisamente la separación de los seres vivientes en especies, en familias y en grupos.
La pasión patriótica es evidentemente una pasión solidaria. Para encontrarla más explícita y más claramente determinada en el mundo animal, es preciso buscarla, sobre todo, entre las especies de animales que, como el hombre, están dotados de una naturaleza eminentemente sociable; por ejemplo, entre las hormigas, las abejas, los castores y muchos otros que tienen habitaciones comunes, lo mismo que entre las especies que vagan en manadas; los animales con domicilio colectivo y fijo representan siempre, desde el punto de vista natural, el patriotismo de los pueblos agricultores, y los animales vagabundos en manadas, el de los pueblos nómadas.
Es evidente que el primero es más completo que el último, puesto que éste no implica más que la solidaridad de los individuos en manada y el primero añade a la de los individuos la del suelo y el domicilio que habitan.
La costumbre, para los animales lo mismo que para los hombres, constituye una segunda naturaleza, y ciertas maneras de vivir están mejor determinadas, más fijas entre los animales colectivamente sedentarios que entre las manadas vagabundas; y las diferentes costumbres y las maneras particulares de existencia constituyen un elemento esencial del patriotismo.
Se podría definir el patriotismo natural así: es una adhesión instintiva, maquinal y completamente desnuda de crítica a las costumbres de existencia colectivamente tomadas y hereditarias o tradicionales, y una hostilidad también instintiva y maquinal contra toda otra manera de vivir. Es el amor de los suyos y de lo suyo y el odio a todo lo que tiene un carácter extranjero. El patriotismo es un egoísmo colectivo, por una parte, y, por la otra, la guerra.
No es una solidaridad bastante poderosa para que los miembros de una colectividad animal no se devoren entre sí en caso de necesidad, pero es bastante fuerte para que todos sus individuos, olvidando sus discordias civiles, se unan contra cada intruso que llegue de una colectividad extraña.
Ved los perros de un pueblo, por ejemplo. Los perros no forman, por regla general, República colectiva; abandonados a sus propios instintos, viven errantes como los lobos y sólo bajo la influencia del hombre se hacen animales sedentarios, pero una vez domesticados constituyen en cada pueblo una especie de República fundada en la libertad individual, según la fórmula tan querida de los economistas burgueses; cada uno para sí y el diablo para el último. Cuando un perro del pueblo vecino pasa solo por la calle de otro pueblo, todos sus semejantes en discordias se van en masa contra del desdichado forastero.
Yo pregunto, ¿no es esto la copia fiel o mejor dicho el original de las copias que se repiten todos los días en la sociedad humana? ¿No es una manifestación perfecta de ese patriotismo natural del que yo he dicho y repito que no es más que una pasión brutal? Bestial, lo es, sin duda, porque los perros incontestablemente son bestias, y el hombre, animal como el perro y como todos los animales en la Tierra, pero animal dotado de la facultad fisiológica de pensar y hablar, comienza su historia por la bestialidad para llegar, a través de los siglos, a la conquista y a la constitución más perfecta de su humanidad.
Una vez conocido el origen del hombre, no hay que extrañarse de su bestialidad, que es un hecho natural, entre otros hechos naturales, ni indignarse contra ella, pues no es preciso combatirla con energía, porque toda la vida humana del hombre no es más que un combate incesante contra su bestialidad natural en provecho de su humanidad.
Yo he querido hacer constar solamente que el patriotismo que nos cantan los poetas, los políticos de todas las escuelas, los gobernantes y todas las clases privilegiadas como una virtud ideal y sublime, tiene sus raíces, no en la humanidad del hombre, sino en su bestialidad.
En efecto, en el origen de la Historia, y actualmente en las partes menos civilizadas de la sociedad humana, vemos reinar el patriotismo natural. Constituye en las colectividades humanas un sentimiento mucho más complicado que en las otras colectividades animales, por la sola razón de que la vida del hombre abraza incomparablemente más objetos que la de los animales; a las costumbres y a las tradiciones físicas se unen en él las tradiciones más o menos abstractas, intelectuales y morales y una multitud de ideas y de representaciones falsas o verdaderas con diferentes costumbres religiosas, económicas, políticas y sociales; todo esto constituido en tantos elementos de patriotismo natural del hombre, mientras todas estas cosas, combinándose de una manera o de otra, forman, con una colectividad cualquiera, un modo particular de existencia, de una manera tradicional de vivir, de pensar y de obrar distinto de las otras.
Pero aunque haya alguna diferencia entre el patriotismo natural de las colectividades animales, con relación a la cantidad y a la calidad de los objetos que abraza, tiene de común que son igualmente pasiones instintivas, tradicionales, habituales y colectivas, y que la intensidad del uno como la del otro no depende en modo alguno de la naturaleza de su contenido; por el contrario, se puede decir que cuanto menos se complica el contenido, más sencillo, más intenso y más enérgicamente exclusivo es el sentimiento patriótico que le manifiesta y le expresa.
El animal está evidentemente mucho más ligado que el hombre a las costumbres tradicionales de la colectividad de que forma parte; en él, esa adhesión patriótica es fatal, e incapaz de defenderse por sí mismo, no se libra alguna veces más que por la influencia del hombre; lo mismo pasa en las colectividades humanas; cuanto menor es la civilización, menos complicado y más sencillo es el fondo de la vida social y más natural el patriotismo, es decir, la adhesión instintiva de los individuos por todas las costumbres naturales, intelectuales y morales que constituyen la vida tradicional de una colectividad particular, así como es más intenso el odio por todo lo que se diferencia y es considerado extranjero. De aquí resulta que el patriotismo natural, esté en razón inversa de la civilización, es decir, del triunfo de la humanidad en las sociedades humanas.
Nadie disputará que el patriotismo instintivo o natural de las miserables poblaciones de las zonas heladas, que la civilización humana apenas ha desflorado y donde la vida material es tan pobre, no sea infinitamente más fuerte o más exclusivo que el patriotismo de un francés, de un inglés o de un alemán, por ejemplo. El alemán, el inglés, el francés, puede vivir y aclimatarse en todas partes, mientras el habitante de las regiones polares moriría pronto de nostalgia si lo separasen de su país, y sin embargo, ¿hay algo más miserable y menos humano que su existencia? Esto prueba una vez más que la intensidad del patriotismo natural no es una prueba de humanidad, sino de brutalidad.
Al lado de este elemento positivo de patriotismo, que consiste en la adhesión instintiva de los individuos al modo particular de la existencia colectiva de la cual son miembros, está el elemento negativo, tan esencial como el primero y del cual es inseparable: es el horror igualmente instintivo por todo lo extranjero, instintivo y por consecuencia bestial; sí, bestial realmente, porque este horror es tanto más enérgico e invencible que el que siente cuando menos se piensa y se comprende, y, por consiguiente, en este caso se es menos hombre.
Hoy, este horror patriótico por el extranjero, sólo se encuentra en los pueblos salvajes; aunque también se encuentra en los pueblos medios salvajes de Europa a quién la civilización burguesa no se ha dignado civilizar, pero en cambio no se olvida nunca de explotar. Hay en las grandes capitales de Europa, en el mismo París y en Londres sobre todo, calles abandonadas a una multitud miserable quien nadie ha sacado de su oscuridad; basta que se presente un extraño para que una multitud de seres humanos miserables, hombres, mujeres y niños casi desnudos llevando impresa en su rostro y en toda su persona las señales de la miseria más espantosa y de la más profunda abyección, le rodeen, le insulten y algunas veces le maltraten, sólo porque es extranjero. ¿Este patriotismo brutal y salvaje, no es la negación absoluta de todo lo que se llama humanidad?
Y sin embargo, hay periódicos burgueses muy bien escritos, como el Journal de Genève, por ejemplo, que no siente vergüenza alguna explotando ese prejuicio tan poco humano y esa pasión bestial. Quiero, sin embargo, hacerles la justicia de reconocer que los explotan sin participar de sus opiniones y sólo encuentran interés en explotarlos, lo mismo que sucede con los sacerdotes de todas las religiones, que predican las necedades religiosas, sin creer en ellas, sólo porque el interés de las clases privilegiadas está en que las masas populares continúen creyéndolas. Cuando el Journal de Genéve se encuentra falto de argumentos y de pruebas, dice: esto es una cosa, una idea, un hombre extranjeros, y tiene formada tan mezquina idea de sus compatriotas, que espera que le bastará pronunciar la terrible palabra extranjero, para que, olvidando sentido común, humanidad y justicia, se pongan todos a su lado.
No soy ginebrino, pero respeto mucho a los habitantes de Ginebra, para no creer que el Journal se equivoca, pues sin duda, no querrán sacrificar la humanidad a la bestialidad, explotada por la angustia.
(Del periódico ginebrino Le Progrès, de junio de 1869).
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