¿Qué es la propiedad? Pierre Joseph Proudhon CAPÍTULO CUARTO I. Algunos reformadores, y la mayor parte misma de los publicistas que, sin pertenecer a ninguna escuela, se ocupan de mejorar la suerte de la clase más numerosa y más pobre, cuentan mucho hoy sobre una mejor organización del trabajo. Los discípulos de Fourier sobre todo, no cesan de gritarnos: ¡Al falansterio! al mismo tiempo que se desencadenan contra la tontería y el ridículo de las otras sectas. Son ellos una media docena de genios incomparables que han descubierto que cinco más cuatro hacen nueve, se quitan dos y quedan nueve, y que lloran sobre la ceguera de Francia, que se niega a creer en esa increíble aritmética (1). En efecto, los fourieristas se anuncian, por una parte, como conservadores de la propiedad, del derecho de albarranía, que han formulado así: A cada unp según su capital, su trabajo y su talento. Por otra parte, quieren que el obrero llegue al goce de todos los bienes de la sociedad, es decir, reduciendo su expresión, al goce integral de su propio producto. ¿No es como si dijesen a ese obrero: Trabaja, tendrás 3 francos por día; vivirás con 55 céntimos, darás el resto al propietario, y habrás consumido 3 francos? Si ese discurso no es el resumen más exacto del sistema de Charles Fourier, quiero firmar con mi sangre todas las locuras falansterianas. ¿Para qué reformar la industria y la agricultura, para qué trabajar, en una palabra, si la propiedad es mantenida, si el trabajo no puede cubrir nunca los gastos? Sin la abolición de la propiedad, la organización del trabajo no es más que una decepción más. Cuando se cuadruplique la producción, lo que después de todo no creo imposible, sería esfuerzo perdido: si el excedente del producto no se consume, no tiene ningún valor, y el propietario lo rehusa por interés; si se consume, todos los inconvenientes de la propiedad reaparecen. Es preciso confesar que la teoría de las atracciones pasionales se encuentra aquí en falta, y que, por haber querido armonizar la pasión de la propiedad, pasión mala, diga lo que diga Fourler, ha arrojado una viga en las ruedas de su carreta. El absurdo de la economía falansteriana es tan burdo que muchas gentes sospechan que Fourier, a pesar de todas sus reverencias ante los propietarios, ha sido un adversario oculto de la propiedad. Esta opinión se puede sostener por razones falaces; sin embargo yo no podría compartirla. La parte del charlatanismo sería demasiado grande en este hombre, y la buena fe demasiado pequeña. Me gusta más creer en la ignorancia, por otra parte confirmada, de Fourier, que en su doblez. En cuanto a sus discípulos, antes de que se pueda formular ninguna opinión acerca de ellos, es necesario que declaren una buena vez, categóricamente, y sin restricción mental, si entienden, sí o no, conservar la propiedad, y lo que significa la famosa divisa: A cada uno según su capital, su trabajo y su talento. II. Pero, observará algún propietario semiconvertido, ¿no seria posible, al suprimir la banca, las rentas, los arriendos, los alquileres, todas las usuras, la propiedad en fin, repartir los productos en proporción de las capacidades? Ese era el pensamiento de Saint-Simón, ése fue el de Fourier, es el anhelo de la conciencia humana, y no se atrevería decentemente a hacer vivir a un ministro como a un campesino. ¡Ahl ¡Midas, qué largas son tus orejas! ¡Qué! ¡no comprenderás nunca que superieridad de salario y derecho de albarranía es la misma cosa! Ciertamente, no fue el menor error de Saint-Simon, de Fourier y de sus corderos, el haber querido amontonar, uno la desigualdad y la comonidad, el otro la desigualdad y la propiedad; pero tú, hombre de cálculo, hombre de economía, hombre que sabes de memoria tus tablas logarítmícas; ¿cómo puedes equivocarte tan pesadamente? ¿No recuerdas ya que desde el punto de vista de la economía política el producto de un hombre, cualesquiera que sean sus capacidades individuales, no vale más que el trabajo de un hombre, y que el trabajo de un hombre no vale tampoco más que el consumo de un hombre? Me recuerdas ese gran fabricante de constituciones, ese pobre Pinheiro-Ferreira, el Sieyes del siglo diecinueve que, al dividir una nación en doce clases de ciudadanos, o doce grados, como tú quieras, asignaba a unos 100.000 francos de sueldo, a otros 80.000; después 25.000, 15.000, 10.000, etc., hasta 1.500 y 1.000 francos, mínimo de salario de un ciudadano. Pinheiro amaba las distinciones, y no concebía un Estado sin grandes dignatarios como no concebía un ejército sin tambores mayores; y como también amaba o creía amar la libertad, la igualdad, la fraternidad, hacía de los bienes y los males de nuestra vieja sociedad un eclecticismo con el cual componía una constitución. ¡Admirable Pinheiro! Libertad hasta la obediencia pasiva, fraternidad hasta la identidad de lenguaje, igualdad hasta el jurado y la guillotina, tal fue su ideal de la República. Genio desconocido, de que el siglo presente no era digno, y que la posteridad vengará. Escucha, propietario. En realidad, la desigualdad de las facultades existe; en derecho no es admitida, no pesa para nada, no se supone. Basta un Newton por siglo a 30 millones de hombres; el psicólogo admira la rareza de un genio tan bello, el legislador no ve más que la rareza de la función. Ahora bien, la rareza de la función no crea un privilegio en beneficio del funcionario, y eso por varias razones, todas igualmente perentorias. 1° La rareza del genio no ha sido, en las intenciones del creador, un motivo para que la sociedad se pusiese de rodillas ante el hombre dotado de facultades eminentes, sino un medio providencial para que cada función fuese cumplida para la mayor ventaja de todos. ¿Se dirá que hay que deducir una contribución sobre todos los trabajadores? Pero entonces su consumo no será igual a su producción, el salario no pagará el servicio productivo, el trabajador no podrá rescatar su producto, y volveremos a incurrir en todas las miserias de la propiedad. No hablo de la injusticia hecha al trabajador despojado, de las rivalidades, de las ambiciones excitadas, de los odios encendidos: todas estas consideraciones pueden tener su importancia, pero no van derechamente al hecho. Por una parte, siendo corta y fácil la tarea de cada trabajador, y siendo iguales los medios para realizarla con éxito, ¿cómo habría grandes y pequeños productores? Por otra parte, siendo las funciones todas iguales entre sí, sea por la equivalencia real de los talentos y de las capacidades, sea por la cooperación social, ¿cómo podría argumentar un funcionario sobre la excelencia de su genio para reclamar un salario proporcional? Pero ¿qué digo? en la igualdad los salarios son siempre proporcionales a las facultades. ¿Qué es el salario en economía? es lo que compone el consumo reproductivo del trabajador. El acto mismo por el cual el trabajador produce es pues ese consumo, igual a su producción, que se le pide: cuando el astrónomo produce observaciones, el poeta versos, el sabio experiencias, consumen instrumentos, libros, viajes, etc., etc.; ahora bien, si la sociedad provee a ese consumo, ¿qué otra proporcionalidad de honorarios podrían exigir el astrónomo, el sabio, el poeta? Concluyamos pues que en la igualdad y sólo en la igualdad, halla su plena y entera aplicación el adagio de Saint-Simon: A cada uno según su capacidad, a cada capacidad según sus obras. III. La gran llaga, la llaga horrible y siempre abierta de la propiedad, es que con ella la población, cualquiera que sea la cantidad en que se la reduzca, sigue siendo siempre y necesariamente superabundante. En todos los tiempos hubo quejas sobre el exceso de población; en todos los tiempos se ha encontrado la propiedad molestada por la presencia del pauperismo, sin apercibirse de que sólo ella era la causa del mismo: así nada más curioso que la diversidad de los medios que ella ha imaginado para extinguirlo. Lo atroz y lo absurdo se disputan en eso la palma. La exposición de los niños fue la práctica constante de la antigüedad. El exterminio en grande y en detalle de los esclavos, la guerra civil y extranjera, prestaron también su ayuda. En Roma, donde la propiedad era fuerte e inexorable, esos tres medios fueron tanto tiempo y tan eficazmente empleados, que al fin el imperio se encontró sin habitantes. Cuando los bárbaros llegaron, no encontraron a nadie: los campos no eran ya cultivados; la hierba crecía en las calles de las ciudades italianas, En China, desde tiempo inmemorial, es el hambre la que se ha encargado del barrido de los pobres. Siendo el arroz casi la subsistencia del pueblo pequeño, un accidente hace fracasar la cosecha y en pocos días el hambre mata a los habitantes por miríadas; y el mandarín historiógrafo escribe en los anales del imperio del centro, que en tal año de tal emperador, una penuria llevó 2, 30, 50, 100 mil habitantes. Después se entierra a los muertos, se vuelve a hacer hijos, hasta que otra penuria produce el mismo resultado. Tal parece haber sido en todo tiempo la economía confuciana. Tomo los siguientes detalles de un economista moderno: Desde los siglos catorce y quince, Inglaterra es devorada por el pauperismo; se dictan leyes de sangre contra los mendigos (sin embargo su población no era la cuarta parte de la que es hoy). Eduardo prohíbe hacer limosnas, bajo pena de prisión ... Las ordenanzas de 1547 y 1656 prestan disposiciones análogas en caso de reincidencia. Isabel ordena que cada parroquia alimentará a sus pobres. Pero ¿qué es un pobre? Carlos II decide que una residencia no puesta en discusión de 40 días comprueba el establecimiento en la comuna; pero se replica, y el recién llegado es forzado a desaparecer. Jacobo II modifica esa decisión, modificada de nuevo por Guillermo. En medio de los exámenes, de las relaciones, de las modificaciones, el pauperismo crece, el obrero languidece y muere. La tasa de los pobres, en 1774, sobrepasa los 40 millones de francos; en 1783, 1784, 1785, han costado, por cada año común, 53 millones; en 1813, más de 187.500.000 francos; en 1816, 250 millones, en 1817, se supone que cuestan 317 millones. En 1821, la masa de los pobres inscritos en las parroquias era calculada en 4 millones, es decir, de la tercera a la cuarta parte de la población. Francia, En 1544, Enrique I instituye una tarifa de limosna para los pobres, con obligación de pagarla. En 1566 y en 1586 se recuerda d principio aplicándolo a todo el reino. Bajo Luis XIV, 40.000 pobres infestaban la capital (tantos, en proporción, como hoy). Ordenanzas severas fueron dictadas acerca de la mendicidad. En 1740 el Parlamento de París reproduce por su iniciativa la cotización forzada. La Constituyente, asustada de la magnitud del mal y de las dificultades del remedio, ordena el statu quo. La Convención proclama como deuda nacional la asistencia a la pobreza. Su ley permanece sin ejecución. Napoleón quiere también remediar el mal: el pensamiento de su ley es la reclusión. Por ese medio, decía, preservaré a los ricos de la importunidad de los mendigos y de la visión disgustante de las enfermedades de la alta miseria. ¡Oh, gran hombre! De estos hechos, que podría multiplicar mucho más, resultan dos cosas: una que el pauperismo es independiente de la población, otra que todos los remedios ensayados para extinguirlo han quedado sin eficacia. El catolicismo fundó hospitales, conventos, mandó que se hiciesen limosnas, es decir estimuló la mendicidad; su genio, al hablar por boca de sus sacerdotes, no fue muy lejos. El poder secular de las naciones cristianas ordenó tanto impuestos sobre los ricos, como la expulsión y la encarcelación de los pobres, es decir, por un lado la violación del derecho de propiedad, y por otro la muerte civil y el asesinato. Los modernos economistas, imaginándose que la causa del pauperismo está toda ella en la superabundancia de población, se han dedicado sobre todo a comprimir su florecimiento. Los unos quieren que se impida el matrimonio al pobre, de manera que después de haber declamado contra el celibato religioso, se propone mi celibato forzado, que se convertirá necesariamente en un celibato libertino. Los otros no aprueban ese medio, demasiado violento, y que quitan, dicen, al pobre el único placer que conoce en el mundo. Quisieran solamente que se le recomendase la prudencia; es la opinión de los señores Malthus, Sismondi, Say, Droz, Duchâtel, etc. Además, sería oportuno explicarse categóricamente sobre esa prudencia matrimonial que se recomienda tan insistentemente al obrero; porque aquí hay que temer el más molesto de los equívocos, y sospecho que los economistas no son entendidos perfectamente. Eclesiásticos poco ilustrados se alarman cuando se habla de llevar la prudencia al matrimonio; temen que ello vaya contra la orden divina: creced y multiplicaos. Para ser consecuentes, deberán dirigir la anatema a los celibatarios. (J. Droz, Economie politique). El señor Droz es demasiado honesto y demasiado poco teólogo para haber comprendido la causa de las alarmas de los casuistas, y esa casta ignorancia es el más bello testimonio de la pureza de su corazón. La religión no ha estimulado nunca la precocidad de los matrimonios, y la especie de prudencia que ella censura es la expresada en este latín de Sanchez: An licet ob metum liberorum semen extra vas ejicere. Destutt de Tracy parece no acomodarse ni a una ni a otra prudencia; dice: Confieso que no comparto el celo de los moralistas para disminuir y estorbar nuestros placeres más que el de los políticos para acrecentar nuestra fecundidad y acelerar nuestra multiplicación. Su opinión es pues que se haga el amor y se case todo lo que se pueda. Pero las consecuencias del amor y del matrimonio son el hacer pulular la miseria; nuestro filósofo no se atormenta por ello. Fiel al dogma de la necesidad del mal, es del mal del que espera la solución de todos los problemas. También añade: Continuando la multiplicación de los hombres en todas las clases de la sociedad, lo superfluo de las primeras es necesariamente rechazado hacia las clases inferiores, y lo de las últimas es destruido por la miseria. Esta filosofía cuenta pocos partidarios abnegados; pero tiene sobre cualquier otra la ventaja innegable de ser demostrada por la práctica. Es también lo que Francia ha querido profesar antes en la Cámara de diputados: Habrá siempre pobres -tal es el aforismo político con el cual el ministro ha pulverizado la argumentación del señor Arago. Habrá siempre pobres. Sí, con la propiedad. Los fourieristas, inventores de tantas maravillas, no podían, en esta ocasión, mentir a su carácter. Han inventado pues cuatro medios para detener, a voluntad, el florecimiento de la población. 1° El vigor de las mujeres. La experiencia les es contraria en este punto; porque si las mujeres vigorosas no son siempre las más prontas para concebir, al menos son las que tienen hijos más viables, de suerte que la ventaja de maternidad es suya. Según las informaciones que he podido recoger, los remedios al pauperismo y a la fecundidad, indicados por el use constante de las naciones, por la filosofía, por la economía política y por los reformadores más recientes, son comprendidos en la lista siguiente: Masturbación, onanismo (2), pederastia, tribadismo, poliandria (3), prostitución, castración, reclusión, aborto, infanticidio (4). La insuficiencia de todos estos medios ha sido probada, y sólo queda su proscripción. Por desgracia, la proscripción, al destruir a los pobres, no haría más que acrecentar la proporción. Si el interés obtenido por el propietario sobre el producto es solamente igual a la vigésima parte de ese producto (según la ley, es igual al vigésimo del capital), se sigue de ahí que 20 trabajadores no producen más que 19, porque hay uno entre ellos que se llama propietario y que come la parte de dos. Supongamos que el trabajador vigésimo, el indigente, sea muerto, la producción del año siguiente habrá disminuido en una vigésima parte; por consiguiente, el decimonono tendrá que ceder su porción y perecer. Porque, como no es el vigésimo del producto de 19 lo que debe ser pagado al propietario, sino el trigésimo del producto de 20 (ver la tercera proposición), es un vigésimo más un 400 avo de su producto lo que cada sobreviviente debe cercenarse; en otros términos, es un hombre sobre 19 al que hay que matar. Por tanto, con la propiedad. cuantos más pobres se matan, más renacen en proporción. Malthus, que ha probado tan sabiamente que la población crece en una progresión geométrica, mientras que la producción no aumenta más que en progresión aritmética, no ha observado esa potencia pauperizante de la propiedad. Sin esta omisión, hubiese comprendido que antes de tratar de reprimir nuestra fecundidad. hay que comenzar por abolir el derecho de albarranía, porque allí donde ese derecho es tolerado, cualesquiera que sean la extensión y la riqueza del suelo, hay siempre demasiados habitantes. Se pedirá quizás qué medio propondría yo para mantener el equilibrio de la población: porque tarde o temprano ese problema deberá ser resuelto. Este medio, me permitirá el lector que no lo mencione aquí. Porque, según mi opinión, no es decir nada si no se prueba: ahora bien, para exponer en toda su verdad el medio de que hablo, no me haria falta menos que un tratado en las formas. Es algo tan simple y tan grande, tan común y tan noble, tan verdadero y tan desconocido, tan santo y tan profano, que llamado, sin desarrollo y sin pruebas, no serviría más que para promover el desprecio y la incredulidad. Que nos baste una cosa: establezcamos la igualdad, y veremos aparecer ese remedio; porque las verdades se siguen del mismo modo que los errores y los crimenes.
Notas (1) Teniendo Fourier que multiplicar un nÚmero entero por una fracción, no dejaba nunca, se dice, de hallar un producto mucho mayor que el multiplicando. Afirma que en armonía el mercurio sería solidificado a una temperatura por encima de cero; es como si hubiese dicho que los armonistas harían hielo ardiente. Preguntaba a un falansteriano de mucho ingenio lo que pensaba de esta física: No sé -me respondió-, pero creo.
El mismo personaje no creía en la presencia real. (2) Hoc inter se differunt onanismus et manuspratio, nempe quod haec a solitario exercetur, ille autem a duobos reciprocatur, masculo scilicet et faemina. Porro foedam onanismi venerem ludentes uxoria mariti habent nunc ominum suavissimam. (3) Poliandria, pluralidad de maridos. (4) El infanticidio acaba de ser pedido públicamente en Inglaterra, en un folleto cuyo autor se da como discipulo de Malthus. Propone una masacre anual de inocentes en todas las familias cuya progenie supere el número fijado por la ley; y pide que sea destinado a la sepultura especial de los supernumerarios un cementerio magnifico, adornado de estatuas, de bosquecillos, de chorros de agua, de flores. Las madres irian a ese lugar de delicias a soñar con la dicha de esos angelitos, y volverian consoladas para hacer otros a quienes se haría seguir la misma suerte.
Investigaciones sobre el principio del derecho y del gobierno
La propiedad es imposible
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APÉNDICE A LA QUINTA PROPOSICIÓN
2° El talento es una creación de la sociedad mucho más que un don de la naturaleza; es un capital acumulado, del cual el que lo recibe no es más que el depositario. Sin la sociedad, sin la educación que da y sus recursos poderosos, el más hermoso natural quedaría, en el género mismo que debe constituir su gloria, por debajo de las capacidades más mediocres. Cuanto más vasto es el saber de un mortal, más bella es su imaginación, más fecundo su talento, más costosa ha sido también su educación, más. brillantes y más numerosos fueron también sus antecesores y modelos, más grande es su deuda. El labrador produce al salir de la cuna y hasta el borde de la tumba, los frutos del arte y de la ciencia son tardíos y raros, a menudo el árbol perece antes de que madure. La sociedad, al cultivar el talento, hace sacrificio a la esperanza.
3° La medida de comparación no existe: la desigualdad de los talentos no es, bajo condiciones iguales de desarrollo, más que la especialidad de los talentos.
4° La desigualdad de los sueldos y salarios, lo mismo que el derecho de albarranía, es económicamente imposible. Supongo el caso más favorable, aquel en que todos los trabajadores han proporcionado su máximo de p¡oducción: para que el reparto de los productos entre ellos sea equitativo, es preciso que la parte de cada uno sea igual al cociente de la producción dividido por el número de los trabajadores. Hecha esta operación, ¿qué queda para completar los sueldos superiores? Absolutamente nada.
2° El ejercicio integral o desarrollo igual de todas las facultades psíquicas. Si ese desarrollo es igual, ¿cómo se aminoraría la potencia de la reproducción?
3° El régimen gastrosófico, en francés filosofía del gaznate. Los fourieristas afirman que una alimentación lujuriante y copiosa haría estériles a las mujeres, como una superabundancia de savia hace las flores más ricas y más bellas al hacerlas abortar. Pero la analogía es falsa: el aborto de las flores viene del hecho que los estambres u órganos machos son cambiados en pétalos, como se puede persuadir uno al inspeccionar una rosa, y porque por el exceso de humedad el polvo fecundante ha perdido su virtud prolifica. Para que el régimen gastrosófico produzca los resultados que de él se esperan. no basta pues engordar a las hembras, hay que hacer impotentes a los machos.
4° Las costumbres fanerógamas, o el concubinato público: yo ignoro por qué los falansterianos emplean palabras griegas para expresar ideas que tienen buen equivalente en francés. Este medio, así como el precedente, es imitado de los procedimientos civilizados. Fourier cita él mismo como prueba el ejemplo de las prostitutas. Ahora bien, la mayor incertidumbre reina todavía sobre los hechos que alega; es lo que dice formalmente Parent Duchatelet, en su libro sobre la prostitución.