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Especulaciones azarosas
Cuando la gente vulgar tira la taba por alto y pierde o gana una cantidad, según sale hueso o carne; cuando un niño juega con otro a pares y nones, interesando una apuesta; cuando dos campesinos aventuran un valor cualquiera a la velocidad de sus caballos; cuando el dinero aparece y desaparece en torno de una baraja; cuando se espera que salga de un globo el premio de un billete; cuando un dado dispone de la propiedad particular; cuando las compañías de seguros y la de socorros mutuos remedian una desgracia; cuando en los bancos se especula con el alza y la baja; cuando los capta-herencias cuidan a su costa a un rico achacoso, y en la mayor parte de las guerras, el género humano busca una ganancia dudosa exponiendo una cantidad segura. En toda clase de apuestaS no hay cambios, sino donaciones eventuales; mientras mayor es el premio, es más dudoso.
¿Qué razón puede seducir al hombre cuando volunriamente hace una especulación con la suerte? La probabilidad.
Verosimilitud, apariencia fundada en la verdad, mayoría de contingencias favorables, esto es la probabilidad y esto es el móvil de todas nuestras empresas; en el terreno más fértil, al sembrar el grano, sólo el acaso responde de la cosecha. Siendo esto así, no se descubre por lo pronto ninguna diferencia entre jugar con un peso, apostando sobre una de sus caras, o colocar el mismo peso en una especulación mercantil; las ventajas están por el juego, supuesto que sólo una de sus faces presenta como contraria, mientras que la misma moneda, aventurándose en cualquier negocio, comienza por desaparecer en un mar de posibilidades. Para algunos el juego es un comercio al vapor.
En esta equivocación, como en todo espejismo, dos series de fenómenos se tocan y se confunden en un punto dado; confundimos fácilmente, en nuestras especulaciones, dos series de contingencias. Limitándonos a las circunstancias conocidas, en toda obra, unas son favorables y otras adversas; unas pueden dominarse venciéndolas o aprovechándolas y otras sólo pueden calcularse. Para trazar una línea recta, después de haber fijado sus extremidades, tenemos todavía en la práctica dos peligros, podemos desviarnos a uno o a otro lado; pero si nos valemos de una regla, el riesgo pasa y mecánicamente aislamos la contingencia que nos es favorable. Las artes y las ciencias no tienen más objeto que disminuir los casos adversos para la consecución de nuestros propósitos. La probabilidad real es proporcionada a las dificultades vencidas.
Cuando el número de obstáculos es conocido y éstos son de una misma clase, y la mano del hombre no alcanza a dominarlos, entonces por lo menos se les calcula y nace una probabilidad ideal: el número de las eventualidades favorables y de las adversas. Así, para trazar la línea recta, sin el auxilio de una regla, dividiendo uno por tres, un tercio será la representación de una probabilidad puramente ideal que deberemos a las matemáticas. Veces hay en que los datos no solamente se escapan a nuestra influencia, sino que son independientes entre sí, entonces la probabilidad ideal, útil para la ciencia, en lo que toca al individuo, es enteramente ilusoria. Esto aparece muy claro en las combinaciones de la estadística. La probabilidad de morir para dos hombres en una choza aislada, se representa por una mitad, en lo que a cada uno le corresponda; pero si introducen en su cálculo a tOdos los habitantes de la ranchería, que son diez, entonces la probabilidad se reduce a un décimo; y se disminuye en algunos millones si la vecindad personal se divide por todo el género humano. Por lo que toca a la probabilidad real, no ha cambiado para ninguno de esos matemáticos campestres.
En todo, pues, domina la casualidad; pero la diferencia entre los negocios comunes y el juego, consiste en que para lograr los primeros luchamos cuerpo a cuerpo con las dificultades, mientras que sólo las calculamos en el juego. Y éste depende del azar hasta el extremo de considerarse como un fraude la circunstancia de que algunos de los interesados se proporcione algunas ventajas imprevistas y no convenidas.
El trabajo y el cambio son los modos comunes de adquirir valores conocidos, pero las costumbres, imitando a la naturaleza, han inventado las adquisiciones casuales; así se descubren los metales preciosos, las perlas, los diamantes, y así suelen obtenerse grandes colocaciones y cuantiosas herencias. La misma ha hecho un dios del acaso. Absurdo sería, por lo mismo, suprimir toda clase de juegos sólo porque son de azar; el economista debe limitarse a observar sus provechos y sus perjuicios para mejorar las combinaciones y la misión de la autoridad se reduce a considerar los negocios de azar como expuestos al fraude, para reprimir este abuso hasta donde sea posible.
El acaso no es el comercio, pero sirve de base a instituciones incuestionablemente provechosas para los pueblos. La reciprocidad absoluta es el alma de los contratos comunes; la donación de un valor no es un contrato productivo; pero la misma donación puede hacerse lucrativa cuando se prevé un evento que proporcione al donador cualquiera ganancia.
Así en las loterías; suponiéndolas sin empresario, todos los tomadores de billetes no serían sino unos socios que donando una cantidad pequeña, se reservarían el derecho de recibir por la suerte algunos valores no despreciables; las ganancias del empresario son proporcionadas a su administración y al capital que garantiza aun en caso de pérdida.
Las sociedades de socorros mutuos son una lotería sin empresario; ellas se han organizado desde la más remota antigüedad por medio de donaciones para formar un fondo común donde los socios desgraciados encuentran un seguro auxilio; en este caso el azar es una verdadera desgracia, pero lleva consigo su remedio.
No se fundan en otra base las compañías de seguros; pero éstas no pueden existir sin empresario, cuya obligación principal es garantizar el fondo que se le confía. La mano del incendio o la del naufragio sacan el lote previsto por los socios.
Las sociedades mercantiles, por medio de acciones determinadas, sea cual fuere el negocio a que se apliquen y del cual reciben su denominación, se caracterizan porque los socios, para ellas, no tienen nombre y sólo representan valores. En toda compañía anónima existe una empresa exactamente igual a las negociaciones de los particulares; un ferrocarril, una mina, todo lo que es explotable, aparece en el mundo de los negocios y ante la ley con las mismas condiciones, ya pertenezca a una casa con individualidades conocidas, ya se administre en nombre de un propietario que se llama multitud. Pero el dueño, en el primer caso, no espera sus ganancias del azar; trabaja para destruir la probabilidad contraria; no sucede así en las sociedades anónimas; en éstas el tenedor de una acción simplemente juega sobre las eventUalidades del fondo común.
El papel de jugador que en los negocios hacen los individuos cuando no son dueños estables sino accidentales, se descubre con claridad en muchas especulaciones de banco. Los valores de éste pasan de mano en mano, representando una moneda de papel; no son otra cosa los billetes y otros títUlos en los negocios comunes. Pero pronto la codicia descubre que en esa moneda pueden aparecer alzas y bajas; y fiándose en la probabilidad ideal, aventura compras y ventas cuya diferencia en el precio es un azar independiente de los negocios fundamentales del mismo banco. Así unos soldados de caballería pueden pasar corriendo por una calle para asuntos del servicio; y desde un balcón pueden unos ingleses apostar gruesas cantidades sobre cuál de los caballos se adelantará a sus compañeros al llegar a la próxima esquina.
He analizado los elementos y los resultados de las especulaciones aventuradas; no me permitiré sino indicar pequeñas y obvias explicaciones. Las loterías pueden combinarse con las cajas de ahorros y con las de socorros mutuos. Las cantidades que la beneficencia dona para las escuelas, hospitales, etcétera pueden tener seguro empleo como fondo de especulaciones seguras para el empresario y aventuradas para el individuo.
En cuanto a ciertos juegos que visiblemente ocasionan grandes pérdidas con dudosas ganancias para los puntos, deben, o prohibirse enteramente, o tolerarse sin restricciones para que el mal no se aumente con las consecuencias fatales del privilegio; en este caso sólo queda la vigilancia sobre los abusos.
El juego suele ser provechoso para pueblos que no tienen más recursos que los que provienen de una temporada de feria, de baños o de cualquier fiesta.
Juegos, cajas de ahorros, compañías de seguros, loterías y pequeños bancos y muchas sociedades anónimas, no pueden regularizarse sino por la autoridad municipal, porque los intereses que agitan son locales.
Ignacio Ramírez
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