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Reflexiones sobre el movimiento revolucionario de México
CAPÍTULO TERCERO
La Revolución Social sólo es concebible mediante un movimiento popular de carácter universal, que cuente, al menos, con la ferviente simpatía de la masa general del pueblo y con una fuerte minoría de conscientes, capaces de reorganizar de hecho, no con decretos, la nueva vida social sin pérdida de tiempo. Se han dado ya casos en que el pueblo trabajador se ha adueñado de una ciudad uno, dos o más días (Barcelona es un ejemplo) sin que ésta haya sabido pasar de quemar iglesias y conventos y de expropiar algunos comestibles. Jamás intentó posesionarse de fábricas y talleres, ni de incautarse de los grandes almacenes, ni pensado siquiera en la posibilidad de comenzar tamaña obra. Y es que ante los hechos, han tenido que reconocer que nada en este sentido puede realizarse mientras el movimiento revolucionario, cual reguero de pólvora, no se haya extendido de uno a otro pueblo, de una a otra nación, de uno a otro confín.
Supongamos, por un momento, que en una gran ciudad, París, Londres o Roma, el pueblo se rebela contra sus explotadores, capitalistas y gobernantes, a los cuales logra abatir por completo, y admitamos que esté en condiciones de resistir el embate de las fuerzas enemigas externas, que es ya admitir demasiado, y se decide a hacer funcionar por propia cuenta talleres y fábricas, produciendo para sí, ¿cómo logrará, una vez consumidos los productos que almacenados existían en la ciudad, que lleguen del exterior otros a cambio de los que ellos vayan produciendo, si los demás lugares, sobre todo las poblaciones agrícolas y mineras, no han secundado el movimiento de la gran ciudad, que para existir necesita que arriben diariamente buques y trenes repletos de víveres de todas clases, algunos de los cuales, tan indispensables como la harina y el azucar se producen sólo a miles de millas de distancia, o de productos como el carbón, el algodón, etc., etc.? Y téngase en cuenta que no hablo de artículos que se han hecho ya casi indispensables al hombre y de los cuales se puede prescindir, tales como la carne, el café, etc., etc. ¡No olvidemos que en una simple comida, a veces nos nutrimos con productos venidos de las cinco partes del mundo!
Es por esto que se me hace dificil concebir la Revolución Social de otro modo que no sea mediante una huelga general que, extendiéndose de uno a otro lugar, logre paralizar por completo el engranaje capitalista-gubernamental, para una vez quitádole todos los medios de resistencia, facilidades de trasporte, etc., etc., y destruido todos los baluartes (cuarteles, arsenales, etc., etc.) las mismas sociedades de oficios que declararon y mantuvieron la huelga se posesionen de todos los medios de producción, y determinen, como técnicas en la materia, la mejor manera de poner nuevamente en función el material disponible, y mancomunadas reorganizar completamente la producción, el cambio y el consumo, mientras los profesionales vayan instituyendo sobre bases científicas, la instrucción, la higiene, el ornato, etc., etc.
Naturalmente esta grandiosa obra necesita, más que de grupos conspiradores que se afanen adquiriendo material de guerra, de individuos que sepan hacer sentir a los obreros, anhelos de emancipación, inculcándoles ideas socialistas y adiestrándoles a la labor demoledora y reconstructiva, desvaneciendo prejuicios, organizando sociedades obreras para la defensa y el ataque, creando instituciones donde se acostumbren a adquirir de por sí, y no a esperar a que se lo den hecho, cuanto necesiten y crean conveniente; en pocas palabras, de individuos que sepan aprovechar o producir todo acto o acción que tienda a restar fuerza al sistema capitalista autoritario, dándolas al socialismo anarquista.
Sentadas y aceptadas estas premisas, jamás pensé que la Revolución Social pudiera producirse mediante un levantamiento de partidas que, guerreando, fueran de un pueblo a otro expropiando a la burguesía y proclamando el socialismo anarquista. Fracasariamos hoy, y mañana y pasado, como fracasaron en Benevento, Malatesta, Merlino y demás compañeros, y ni siquiera creí nunca que debiéramos preocuparnos gran cosa de la adquisición de armas o medios de combate por si el movimiento se producia en las ciudades. Los hechos habíanme demostrado más de una vez que cuando el pueblo, no un grupo político, se rebela, las fuerzas militares y policiacas convertíanse en fantoches fáciles de burlar y aún de vencer. es convicción mía que el triunfo de los movimientos obreros de caracter anarquista, depende sobre todo de su rápida extensión. Sin embargo, ante nosotros tenemos un caso que podrá ser esporádico, pero que nos demuestra que donde menos se piensa, salta la liebre. En México, un puñado de valientes, al grito de ¡Tierra y Libertad!, han llegado a tomar pueblos y ciudades importantes, estableciendo en ellas sus cuarteles generales, estando bajo su jurisdicción grandes extensiones de territorio, sin ser molestados por mucho tiempo por haber vencido a las fuerzas gubernamentales. Es un ejemplo inesperado que merece ser severamente estudiado para deducir sus lógicas consecuencias y obrar de acuerdo con ellas.
Es lo que trataré de hacer.
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