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UNA VIDA
Nicolás Sacco
Nací en Torre Maggiore, en la provincia de Foggia, el 23 de abril de 1891. Viví hasta los 17 años rodeado de la afección de mis padres; ninguna nube vino a turbar la serenidad de las buenas relaciones entre los mios.
A la edad de la adolescencia, trabajaba con mis hermanos y con mi madre en la propiedad paterna.
Pero la precariedad en la cual se debate la existencia de todo pequeño propietario en Italia, la curiosidad natural en todo adolescente, el deseo de afrontar lo desconocido, de experimentar sensaciones nuevas, de crear para sí, por su actividad, por su clarividencia, un mundo en el cual cada uno pueda reivindicar su derecho natural a la existencia, me impulsaron a emigrar.
La América estaba indicada como la Tierra Prometida.
Llegué, luego, a América, casi ignorante de las cuestiones políticas y de las múltiples y multicolores tendencias; tenía únicamente una cierta simpatía por Mazzini, y, por reflejo, por el ideal que él había enseñado y agitado. Si, en ese momento, hubiera debido ir a un partido para aportar mi modesto esfuerzo, no hubiera vacilado en declarme republicano.
Vine a América en 1908. Fue un año terrible de desocupación, de miseria, de hambre. Experimenté ya mis primeras desilusiones.
En Italia había tenido ocasión de aprender algo de mecánica. Llegado a América, esto no me servía de nada. Los italianos,en esta época, estaban todos descartados de las fábricas. Un prejuicio que la avidez gigantesca engendrada por la guerra ha extirpado en parte, hacía que el trabajo de usina estuviera considerado como un privilegio no perteneciente sino a los yanquis puros.
Hube de contentarme con hacer de mozo de agua (water-boy) con el empresario italiano Janitello, de Middford, Massachussets.
De ahí volví a Middford y encontré la ocupación de edge trimming en la fábrica de calzados de Kelley. Estuve en ella siete años. Fueron después de aquellos pasados en el seno de mi familia, los años más tranquilos y más dichosos de mi existencia. Es ahí que conocí a aquella que vino a ser mi mujer, mi querida Rosina ...
Y perdonadme el paréntesis. Vosotros que sois hombres que lucháis como yo, por una humanidad más apta para crear y conservar los más altos sentimientos de afección y de amor, comprenderéis el estado de alma en que me encuentro al pensar en la buena compañera que ha sabido sostenerme en mi árduo calvario.
La conocí cuando murió mi madre. Nuestro amor fue un alba poderosa sobre el declinar de una vida; se acreció en las vicisitudes de la lucha a la cual yo me había entregado y no perece ni aun si la infame mascarilla reservada a los criminales dabe abatir mi juventud robusta.
En Middford tuvimos un hijo: Dante.
Yo me lancé en cuerpo y alma a la pelea (1); me hice el organizador de mitines y conferencias; pertenecí durante poco tiempo a la Federación Socialista Italiana. Poco después, deseando más aire, no queriendo perderme en las luchas estériles que debían alcanzar su apogeo con la exaltación de una unidad obrera, fui dirigido por un ardor y voluntad de acción hacia las agrupaciones libertarias, hasta el día nefasto en que las manos impúdicas de los esbirros me capturaron y me designaron a las represalías del enemigo, y llegué a la jaula en que se me mantiene injustamente -aun según la justicia más ortodoxa- fuera de la humanidad.
El 5 de mayo, cuando con mi camarada y amigo Vanzetti venía de organizar un mitin de protesta contra la encarcelación arbitraria de que fueron víctimas Roberto Elia y Andrés Salsedo (2) (este último asesinado por los agentes de la policía federal) justamente ese día, fui arrestado y conducido a prisión.
¿De qué era inculpado? De un infame, de un atroz crimen que mi cerebro no podía concebir.
Mi crimen, el único crimen, del que estoy orgulloso, es el de haber soñado una vida mejor, hecha de fraternidad, de ayuda mutua; de ser, en una palabra, anarquista, y por ese crimen tengo el orgullo de terminar entre las manos del verdugo. Pero que tengan luego el coraje de decirlo, de gritar al mundo -los gobernantes y los asalariados de los Estados Unidos- que habiendo adquirido su independencia en nombre de la libertad, ellos pisotean esa libertad en todos los actos de su existencia.
Yo moriré dichoso de añadir mi nombre oscuro a la lista gloriosa de los mártires que han creído en la revolución social y en la redención humana.
Nicolás Sacco
Notas
(1) Se refiere a la resistencia contra la Primera guerra mundial.
(2) Editores del órgano anarquista Il Domani, detenidos y torturados en el Departamento de Justicia de New York, en el décimo cuarto piso. El 4 de mayo de 1920, Salcedo fue encontrado muerto en la acera del edificio.
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