Indice de Los seis libros de la República de Jean BodinLIBRO QUINTO - Capítulo cuartoLIBRO QUINTO - Capítulo sexto.Biblioteca Virtual Antorcha

Los seis libros de la República
Jean Bodin

LIBRO QUINTO
CAPÍTULO QUINTO
Si es conveniente armar y aguerrir a los súbditos, fortificar las ciudades y mantener a la República en pie de guerra.


La cuestión de si se debe aguerrir a los súbditos y preferir la guerra a la paz, no parece de difícil solución. Debemos considerar feliz una República cuando el rey obedece a la ley de Dios y a la natural, los magistrados al rey, los particulares a los magistrados, los hijos a los padres, los criados a los amos y los súbditos están unidos por lazos de amistad recíproca entre sí y con su príncipe, para gozar de la dulzura de la paz y de la verdadera tranquilidad del espíritu. La guerra es en todo contraria a esto, y los soldados son enemigos declarados de tal género de vida. Además, es imposible que una República florezca en religión, justicia, caridad, integridad de vida y, en suma, en todas las ciencias liberales y artes mecánicas, si los ciudadanos no gozan de una paz duradera. Esta, por el contrario, significa la ruina de los soldados, ya que, cuando se goza de la paz, no se tiene en cuenta a estos ni a sus armas ... El mayor placer que experimentan los soldados es saquear el país, robar a los campesinos, quemar las aldeas, perseguir, maltratar, violentar, saquear las ciudades, matar sin discriminación jóvenes y viejos, de cualquier edad y sexo, violar a las doncellas, lavarse con la sangre de los muertos, profanar las cosas sagradas, arrasar los templos, blasfemar el nombre de Dios y pisotear todas las leyes divinas y humanas. He aquí los frutos de la guerra, agradables para los soldados, abominables para las personas honestas y detestables para Dios ... Por consiguiente, debe evitarse aguerrir a los súbditos para ahorrarles un modo de vida tan execrable, ni buscar en modo alguno la guerra, salvo para resistir a la violencia en caso de necesidad extrema ... Quienes buscan la guerra para engrandecerse a costa de otros, vivirán en perpetuo tormento y arrastrarán una vida miserable, porque la codicia no tiene límites ...

Hasta aquí los argumentos de una parte. Veamos ahora los de la otra. En cuanto al primer punto, se puede alegar que las ciudades sin murallas están expuestas a la codicia de todos, y la vida de sus habitantes a merced de unos y otros. Una ciudad sin murallas constituye una constante tentación para sus eventuales invasores, cuya codicia y poder serían menores si tuvieran que habérselas con una ciudad bien fortificada ... Además, la principal razón para que los hombres se uniesen en sociedad y comunidades, fue para la tutela y defensa de cada uno en particular y de todos en general; mujeres, hijos, bienes y posesiones no están seguros si las ciudades carecen de murallas ... Es ridículo afirmar que los hombres que viven sin murallas son más valientes; si fuera así, no serían necesarios ni escudos ni armas defensivas para enfrentarse al enemigo ... Frente al argumento de que los enemigos no se apoderarán de un país cuyas ciudades no están amuralladas, puede preguntarse: ¿quién les impedirá quemar las casas, saquear las ciudades, matar a los hombres, violar a las mujeres, someter a esclavitud a los jóvenes ...?

A la misma conclusión habrá que llegar por lo que respecta a la necesidad de aguerrir al pueblo. Dado que la defensa de la vida y la persecución de los ladrones es de derecho divino, natural y humano, es necesario adiestrar a los súbditos en las armas defensivas y ofensivas, para defensa de los buenos y sujeción de los malos. Llamo ladrones y malos a todos los que promueven injustamente guerra y a los que se apoderan injustamente de los bienes ajenos. Por la misma razón que se debe castigar a los súbditos que roban y asaltan, es necesario también castigar a los extranjeros, aunque posean título real ... El mejor medio para conservar un Estado y mantenerlo a salvo de rebeliones, sediciones y guerras civiles, así como para sustentar la amistad de los súbditos, es la existencia de un enemigo a quien hacer frente. La historia de todas las Repúblicas, y en especial la de Roma, ilustra esto. Los romanos nunca tuvieron mejor antídoto, ni remedio más eficaz contra las guerras civiles que enfrentar los súbditos al enemigo ...

Además de las razones apuntadas, otra de no menor importancia es que no hay medio más seguro para mantener a un pueblo en la práctica del honor y de la virtud que el temor suscitado por un enemigo aguerrido. Nunca -dice Polibio- fueron los romanos más virtuosos ni los súbditos más obedientes a los magistrados, ni estos a las leyes, que cuando Pirro, en una ocasión, y Aníbal, en otra, llegaron hasta las puertas de Roma ... Se ha de creer que el gran Político y Gobernante de todo el mundo, del mismo modo que ha dado a cada cosa su contrario, también ha permitido las guerras y enemistades entre los pueblos para castigar a unos con otros y mantenerlos a todos en el temor, que es el único freno de la virtud ... Todas estas razones ponen de relieve el gran error en que incurren quienes piensan que el único fin de la guerra es la paz. Pero, si fuese así, ¿existe mejor medio para conseguir la paz, a pesar de los enemigos, que hacerles sentir que se cuenta con medios de hacer la guerra? Ningún príncipe sabio ni buen capitán hizo la paz desarmado. Decía Manlio Capitolino: Ostendite modo bellum, pacem habebitis: videant vos paratos ad vim, ius ipsi remittent ...

Para llegar a alguna conclusión es preciso distinguir entre los diversos tipos de República. Sostengo que en el Estado popular conviene aguerrir a los súbditos para evitar los inconvenientes señalados y a los cuales, por su propia naturaleza, la democracia es propensa. Si los súbditos son belicosos y sediciosos por naturaleza, como los pueblos nórdicos, y, además, han sido aguerridos por el arte y la disciplina militares, conviene enfrentarlos frecuentemente a los enemigos y no convenir la paz si no es en muy buenas condiciones ... Alcanzada la paz, debe mantenérselos en pie de guerra, guarneciendo las fronteras ..., o enviándolos en ayuda de los príncipes aliados, para, por este medio, contar siempre con soldados ... Respecto a las fortalezas, no es necesario que las ciudades estén muy fortificadas -excepto la capital, sede del Estado popular-, ni que haya castillos ni ciudades. Es de temer que la ambición incite a alguien a apoderarse de la fortaleza y a cambiar el Estado popular en monarquía, como hizo el tirano Dionisio, después de haberse apoderado de la Acradina de Siracusa ... Por ello, los cantones de Uri, Underwalt, Glaris y Appenzel, que son completamente populares, no tienen murallas, como las tienen los gobernados aristocráticamente. Lo mismo diremos del Estado aristocrático, por lo que se refiere a las fortalezas. No es menor el peligro de que uno de los magnates se convierta en soberano y en señor de sus iguales ... En las monarquías reales, si son antiguas y de gran extensión, no conviene al príncipe construir ciudadelas ni plazas fuertes, salvo en las fronteras, para que el pueblo no crea que lo quieren tiranizar ... Con ello se sigue el ejemplo de la naturaleza, que armó muy bien la cabeza y las extremidades de los animales, pero cuyas entrañas y partes centrales están inermes ...

Es notorio que los animales que carecen de armas ofensivas, como las liebres, o que no tienen hiel, como los ciervos y palomas, se salvan de las aves de rapiña y de otros animales armados mediante la huida. También existen hombres y Repúblicas que, por carecer de medios de resistencia, no aceptan la guerre. y piden la paz. Tal proceder, que ocasionaría el descrédito de un pueblo guerrero, no debe servir para censurar o menospreciar a hombres y Repúblicas como los descritos ... Los romanos hubieran preferido perder el Estado a obrar de tal modo. Durante setecientos años que movieron guerra contra todas las naciones, nunca pidieron la paz, salvo a los galos ... Pero, aunque el príncipe sea poderoso, si es sabio y magnánimo, nunca buscará la guerra ni la paz, si la necesidad ... no le obliga, ni dará jamás batalla que no represente mayor beneficio, en caso de victoria, que daño, en caso de derrota ... Nada como la virtud abate tanto el ánimo de los enemigos, aunque sean poderosos y aguerridos, y, en ocasiones, da la victoria sin combatir ...

El príncipe prudente no debe jamás esperar a que el enemigo invada su territorio, si puede derrotarlo o detenerlo antes que entre, a menos que cuente con otro ejército o pueda retirarse a lugares fortificados. En otro caso, se juega todo al azar de una batalla, como hicieron Antíoco, Perseo, Juba y Ptolomeo, el último rey de los egipcios, contra los romanos ... Por esta razón el rey Francisco I condujo a su ejército allende las montañas a fin de aliviar el reino y atacar al enemigo, poniendo sitio a Pavía. Al hacerlo así, no solo evitó los estragos que los dos poderosos ejércitos hubieran ocasionado a Francia, sino también las graves consecuencias que para el reino habría significado la prisión del rey. Por suceder todo en Italia, los vencedores se contentaron con su victoria y los súbditos tuvieron tiempo para reunir sus fuerzas y asegurar las fronteras.

Los políticos más sabios separaron el arte militar de las demás profesiones ... Por esta causa, Platón dividió al pueblo en tres estados: guardianes, guerreros y artesanos ... Poco a poco los atenienses separaron las armas de la política y de la justicia, ejemplo que siguieron los romanos en tiempos del emperador Augusto ... Después, unos tras otros, todos los pueblos han separado a los soldados de los hombres de letras y de los de toga, pues, si es difícil destacar en un arte, será imposible brillar en todos, ni ejercer dignamente diversas profesiones. Además, resultaría casi imposible que los súbditos de una República sean obedientes a las leyes y a los magistrados, después de haberles enseñado el arte de la guerra ...

La República bien ordenada debe confiar en sus propias fuerzas, que deben ser superiores a toda la ayuda que le puedan prestar sus aliados. Es evidente que será señor del Estado quien sea señor de la fuerza; cualquier ocasión le parecerá buena al hombre ambicioso para apoderarse del Estado. Si los aliados son de temer cuando son más poderosos que el país en el que se encuentran, ¿qué confianza se puede tener en los soldados extranjeros a los que no nos une liga ofensiva ni defensiva? ... ¡Cuántas veces se ha visto cómo los extranjeros, al saberse más fuertes, se han hecho señores absolutos de quienes los llamaron! ...

En conclusión: me parece que la República bien ordenada, de cualquier especie que sea, debe fortificar sus entradas naturales y fronteras, y disponer de un buen número de hombres diestros y aguerridos. Ciertos bienes deben ser destinados a los soldados, a quienes se les otorgarán a título vitalicio, como eran antiguamente los feudos y feudatarios y, actualmente, los timares y timariotes en Turquía, con obligación de hacer la guerra sin sueldo, cuatro o, al menos, tres meses por año, conforme a las antiguas ordenanzas ... Hasta que puedan restaurarse los feudos en su carácter originario, deben organizarse algunas legiones de infantería y caballería, de acuerdo con el Estado, territorio y grandeza de cada República. En tiempos de paz deben ser adiestrados, desde la mocedad, en las guarniciones y fronteras, en la disciplina militar de los antiguos romanos ... Para conservar esta disciplina ..., es preciso recompensar a los buenos capitanes y soldados, en especial cuando son viejos, con algunas exenciones, privilegios, inmunidades y mercedes. No sería excesivo dedicar la tercera parte de las rentas públicas al pago de la milicia, si con ello se puede contar con hombres que, en caso de necesidad, defiendan el Estado, sobre todo si la República está rodeada de naciones ambiciosas ...
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