Indice de Los seis libros de la República de Jean BodinLIBRO QUINTO - Capítulo quintoLIBRO SEXTO - Capítulo primero.Biblioteca Virtual Antorcha

Los seis libros de la República
Jean Bodin

LIBRO QUINTO
CAPÍTULO SEXTO
De la seguridad de las alianzas y tratados entre los príncipes.


... De los negocios de Estado, ninguno preocupa tanto a los príncipes y señores como el afianzamiento de los tratados que suscriben, sea con enemigos, amigos, neutrales o con los propios súbditos. Unos confían en la buena fe recíproca, otros piden rehenes, algunos exigen plazas fuertes y, finalmente, otros desarman a los vencidos para su mayor seguridad. Se considera que la mejor garantía es su ratificación por matrimonio y parentesco. Según se trate de amigos o enemigos, vencedores o vencidos, poderosos o débiles, príncipes o súbditos, los tratados serán diversos y diferentes sus garantías. Sin embargo, se puede enunciar el siguiente e inobjetable principio general: en todo tratado la mayor garantía consiste en que sus cláusulas y condiciones sean convenientes a los negocios de que se trata ...

Por ser el tratado de protección más peligroso para el adherente que cualquier otro, requiere mayores garantías. Al faltar estas, frecuentemente la protección se transforma en señoría ... Por ello, conviene que la protección sea por tiempo limitado, en especial en los Estados populares y aristocráticos, que nunca mueren; por eso, los ginebrinos, al aceptar la protección de Berna, no quisieron que fuese por más de treinta años ... La mejor garantía de la protección consiste en evitar, si es posible, que el protector ocupe las fortalezas o instale guarniciones en las ciudades de los clientes ...

Muchos príncipes conceden su protección a todos los que se la piden, lo cual da lugar a muchos inconvenientes, si la protección no está justificada. Generalmente, los tratados de alianza con un príncipe o pueblo guerrero significan el estado de guerra constante para socorrerlo, corriendo su misma suerte. Los aliados de Roma estaban obligados, en virtud de los tratados respectivos, a suministrarle hombres y dinero, pero el provecho y honor de las conquistas era para los romanos. Actualmente no se hacen alianzas de este género, sino que el vencedor dicta la ley a los vencidos. Por ello, muchos piensan que lo que conviene más al príncipe es permanecer neutral y no mezclarse en guerras ajenas. Su principal argumento es que, mientras las pérdidas y daños son comunes, el fruto de la victoria es para aquel a quien se ayuda. Además, se está obligado a declararse enemigo de príncipes que no han ofendido. Quien permanece neutral, tendrá casi siempre ocasión de apaciguar a los enemigos y, al conservar la amistad de todos, contará con el agradecimiento y honra de cada uno ... Por otra parte, no hay mejor medio para conservar la grandeza de un Estado que dejar que sus vecinos se aniquilen entre sí. La grandeza de un príncipe depende de la ruina y decadencia de sus vecinos; es fuerte en la medida que los demás son débiles ...

Pero también hay razones en contrario. En primer lugar, es evidente en materia política que conviene ser el más fuerte o uno de los más fuertes ... De otro modo, se estará siempre a la discreción del vencedor ... Es la propia necesidad la que constriñe a ser amigo o enemigo. El ejemplo de Luis XI de Francia lo ilustra; mientras se mantuvo neutral, se vio envuelto en guerras constantemente, pero una vez que se alió con los suizos y con la ciudad de Estrasburgo, dejó de tener enemigos ... El camino de la neutralidad neque amicos parat, neque inimicos tollit, como dijo un antiguo capitán de los samnitas ... El medio de que se sirvió Fernando de Aragón para quitar el reino de Navarra a Pedro de Albret fue persuadirle para que se mantuviese neutral entre él y el rey de Francia, con el propósito de que se viese desasistido cuando precisase ayuda ...

Pero existe gran diferencia entre ser neutral por ser enemigo de unos y otros, a permanecer neutral por ser aliado de las dos partes. En el último caso, se está mucho más seguro que en el primero, porque se queda a salvo del ataque de los vencedores ... Si la neutralidad es encomiable en tales casos, más digna de elogio será en el caso de un príncipe neutral que excede en poder y dignidad a los demás. Le corresponderá el honor de ser juez y árbitro, ya que se acostumbra a que las diferencias entre los príncipes sean resueltas por amigos comunes, principalmente por aquellos que sobrepasan a los otros en grandeza. Muchos Papas, conscientes de su misión, han sabido siempre concertar a los príncipes cristianos, y, de ese modo, lograron honor, agradecimiento y seguridad para sus personas y Estados ... Quien puede ser juez o árbitro de honor, nunca debe tomar partido, aunque estuviese seguro de no correr ningún peligro. Con mayor razón si se trata de su Estado y no cuenta con otra garantía que la del azar de la victoria ...

Están en lo cierto quienes llaman la atención sobre el peligro que supone que el poderío de un príncipe crezca tanto que pueda dictar la ley a los otros, e invadir sus Estados a su antojo. Es esta una de las tareas más importantes que aguardan al neutral, pues debe evitar tal situación con todas sus fuerzas. La seguridad de los príncipes y Repúblicas depende de que el poder de todos esté debidamente equilibrado ... Es, pues, encomiable que los más grandes y poderosos permanezcan neutrales, aunque no actúen de concierto con los restantes príncipes, y que los más débiles hagan lo mismo, si así lo convienen con los demás príncipes, como ya queda dicho ... Pero muchas veces los neutrales atizan el fuego en vez de apagarlo, lo que solo es excusable si la conservación de su Estado depende de la guerra que alimenten entre los otros. Resulta muy difícil que su juego no se descubra, y, si así ocurre, las partes en discordia se concertarán para lanzarse contra el enemigo común. Así sucedió a los venecianos, que antiguamente se dedicaban a enzarzar a sus vecinos y solían pescar en aguas revueltas. Cuando Luis XII se dio cuenta, se alió con todos los príncipes y juntos se coligaron contra los venecianos ... En su propia seguridad, el neutral debe procurar la paz antes que fomentar la guerra ...

Una de las cosas que mayor seguridad presta a los tratados de paz y de alianza es el nombramiento de algún príncipe poderoso como juez y árbitro, para que, en caso de contravención, se pueda acudir a él como fiador y concierte a quienes, por ser iguales, no pueden honestamente rehusar la guerra ni demandar la paz.

No debe asombrarnos que muchos príncipes no mantengan la palabra dada en los tratados ... El perjurio es tan exacreble como el ateísmo. El ateo, al no creer en Dios, le ofende menos que quien, conociendo su existencia, jura su nombre en vano. La perfidia supone siempre impiedad y bajeza de ánimo, porque quien jura para engañar no hay duda de que se burla de Dios y solo teme a su enemigo ... Dado que la fe es el fundamento de la justicia, sobre la cual se levantan todas las Repúblicas, alianzas y sociedades humanas, es necesario considerarla sagrada e inviolable en los asuntos que no son injustos, especialmente entre los príncipes. Si ellos son los fiadores de la fe y los juramentos, ¿a quién recurrirían sus súbditos para hacer cumplir los juramentos, si ellos son los primeros en romper y violar la fe? He dicho si se trata de algo que no sea injusto, porque es doblemente perverso prestar la fe para realizar una mala acción. En tal caso, quien falta a su palabra no solo no es desleal, sino digno de alabanza. Del mismo modo, cuando el príncipe ha prometido no hacer algo permitido por el derecho natural, no será perjuro si rompe su juramento ... Los príncipes prudentes no deben jurar a los otros príncipes nada que sea ilícito por derecho natural o por derecho de gentes ...

Es tan frecuente la transgresión de los tratados, que se ha propagado una creencia -convertida casi en máxima-, según la cual el príncipe que se ve forzado a hacer la paz o a negociar un tratado en su perjuicio, puede incumplir su promesa si se le presenta la ocasión. Es de notar que ni los primitivos legisladores y jurisconsultos, ni los romanos, maestros de la justicia, imaginaron tales sutilezas ... Nunca ha habido príncipe tan desleal como para sostener que sea lícito faltar a la fe. Lo que algunos príncipes han alegado es una serie de casos en los que no debe considerarse obligatorio el juramento, por ser su causa o condición imposible o injusta: error de hecho, mal consejo, fraude, daño excesivo, malicia de la otra parte, alteración imprevisible de las circunstancias, imposibilidad de cumplimiento del tratado sin pérdida inevitable o evidente peligro de toda la República ...

Si dos príncipes en guerra quieren parlamentar -lo que normalmente se hace en medio de dos ejércitos-, aquel que venga con pocos hombres o desarmado debe recibir rehenes del otro o alguna fortaleza, como garantía, antes de reunirse ... Cuando se trata de dar rehenes para liberar a un gran príncipe, se debe hacer con fuerzas iguales por ambas partes, cambiándose los rehenes por el cautivo en el mismo acto. Así se hizo cuando Francisco I regresó de Madrid ... No hay confianza posible si el príncipe es pérfido y desleal, como era Alfonso de Nápoles, que hizo matar al conde Jacobo, embajador de Milán ... Del mismo género era el conde Valentino, hijo del Papa Alejandro VII, a quien Maquiavelo considera dechado de príncipes; nadie podía estar seguro de los tratados estipulados con él o con su padre ...

Los príncipes y señores soberanos no están obligados a prestar su fe a los súbditos y mucho menos a los bandidos, pero si la han dado, es necesario no violarla ... Cuando el súbdito, obligado como está a respetar el honor, los bienes y la vida de su príncipe soberano, le traiciona, no podrá quejarse en la misma medida que el que no es súbdito si, después de pactar con él y haberle dado seguridades, el príncipe no cumple su palabra ...

En todo tratado conviene estipular expresamente el número y calidad de los jueces que entenderán de las diferencias que surjan entre las partes. Debe cuidarse que ambas partes designen igual número, y otorguen poder a los árbitros para nombrar un superárbitro que resuelva las diferencias resultantes. Así se hizo en el tratado de los primeros cuatro cantones que se aliaron el año 1481 ... A menudo los príncipes se ven engañados por negociar con embajadores, diputados o lugartenientes que carecen de comisión especial. Puesto que su promesa de ratificación no es nunca segura, el príncipe que promete queda obligado, mientras la otra parte queda en libertad de aceptar o rechazar las condiciones del tratado ... Cuando menos es necesario fijar el plazo dentro del cual debe hacerse la ratificación, con cláusula resolutoria en caso contrario ... Por tanto, lo más seguro es no convenir nada sin poder especial o ratificación expresa, porque nunca faltan excusas y sutilezas para disfrazar la deslealtad ...

De todos los tratados, el que requiere mayor garantía, por ser de más difícil cumplimiento, es el que se hace con el súbdito que ha conspirado contra su príncipe. En tal caso, me parece lo más aconsejable que el tratado se estipule con los príncipes vecinos para dar seguridades a los súbditos, o abandonar el país ... Esto no significa que sea lícito que un príncipe extranjero, con pretexto de amistad o protección, alimente la rebelión de los súbditos de otro ... Por esto, una de las cláusulas principales de todo tratado entre príncipes consistirá en que ninguno reciba en protección a los súbditos de otro ...

Puede ocurrir que de tres príncipes aliados uno mueva guerra contra otro y pida ayuda al tercero. En este caso hay que distinguir. Si el tratado de alianza solo es de amistad, es claro que no está opligado a prestar ayuda. Si estipula liga defensiva, debe socorro al aliado más antiguo, en virtud de la precedencia. Si los aliados son contemporáneos, debe socorro al aliado con liga ofensiva y defensiva. Si la liga es ofensiva y defensiva con ambos, no está obligado a ayudar a ninguno. Lo que debe hacer es procurar la paz y resolver las diferencias por aliados comunes, lo que es costumbre ya establecida. Si alguno no acepta el arbitraje o, aceptándolo, no lo cumple, puede denunciar el tratado y dar socorro a la otra parte ...

Para evitar todos estos peligros, lo más seguro es limitar las alianzas a tiempo cierto, con el fin de que los aliados puedan ampliar o restringir los tratados, o rescindirlos, si lo estiman oportuno. Esto es especialmente recomendable para los Estados populares y aristocráticos que nunca mueren, ya que, por lo que se refiere a los príncipes, no pueden mediante ningún tratado obligar a sus sucesores ... Se me podrá decir que la primera cláusula de todos los antiguos tratados de alianza y amistad que estipularon los romanos con los demás pueblos, era su perpetuidad, y que es de mal agüero limitar la amistad, puesto que las enemistades deben ser mortales y las amistades inmortales ... Sin embargo, afirmo que no hay nada que incline tanto a violar los tratados como su carácter perpetuo, ya que a quien se siente perjudicado por el tratado no le falta razón para incumplirlo cuando la carga es perpetua, en tanto que si hay un plazo no tiene por qué quejarse. Además, siempre cabe la posibilidad de continuar las alianzas y amistades existentes y renovarlas antes que el plazo expire, como, desde hace cincuenta años, se viene haciendo con los Estados de las ligas suizas ...
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