Índice de La sociedad moribunda y la anarquíade Jean Grave | La colonización | Por qué somos revolucionarios | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
La sociedad moribunda y la anarquía
Jean Grave
CAPÍTULO DECIMOQUINTO
No hay razas inferiores
El problema de la colonización está enlazado con el de las razas llamadas inferiores. Argumentando sobre asa supuesta inferioridad, se han querido justificar las hazañas de los blancos, que originan la desaparición de los pueblos conquistados.
El mismo argumento se emplea contra el trabajador para justificar la explotación de que es víctima, llamándola clase inferior. Para el capitalista y hasta para ciertos sabios, el trabajador es una bestia de carga, cuya única misión consiste en crear comodidades para los elegidos y en reproducir otras bestias de carga que a su vez elaborarán los goces para los descendientes de los elegidos y así sucesivamente. Sin embargo, los trabajadores no nos creemos inferiores a los demás; creemos a nuestro cerebro tan apto para desarrollarse como el de nuestros explotadores, si tuviéramos medios y tiempo para ello. ¿Por qué no ha de ocurrir lo mismo con las razas llamadas inferiores?
Si fueran los políticos los únicos que afirmaran la inferioridad de las razas, sería inútil tratar de refutar su aserción, porque al fin y al cabo poco les importa que se acepte o se invalide, puesto que no es más que un pretexto, y demostrada la falsedad de éste, no dejarían de encontrar otro. Pero algunos sabios han querido dar el análisis de la ciencia a esa teoría, y demostrar que la raza blanca era superior a las demás. Hubo un tiempo en que el hombre se creyó centro del universo; no sólo se figuraba que el sol y las estrellas giraban en derredor de la tierra, sino que afirmaba que todo había sido creado para él. Llamabase aquello antropocentria.
Muchos siglos de estudio han hecho falta para arrancarle al hombre sus orgullosas ilusiones y hacerle comprender su verdadero papel en la naturaleza. Pero esas ideas de dominación son tan fuertes y tenaces, y tan difícil es renunciar a ellas, que después de haber perdido el cetro que pretendía arrojarse sobre los astros, se ha agarrado a la afirmación de que el globlo terraqueo, con todos sus productos, no tenía más objeto que servirlo de cuna a él, rey de la creación.
Desposeído también de esa monarquía ficticia por la ciencia, que le demuestra que no es más que el producto de una evolución, el resultado de una reunión de circunstancias fortuitas, que no hubo premeditación para su nacimiento y que por consiguiente nada se creó para su aparición, que no se esperaba, el espíritu de dominación del hombre no pudo resolverse a aceptar los hechos como son y a considerarse como un intruso; se ha empeñado en sostener la idea de las razas superiores, y cada raza, como es natural, se ha figurado ser la más hermosa, más inteligente y más perfecta. En virtud de esa afirmación, la raza blanca absorbe a las demás; en esa eliminación tratan de basar los sabios su afirmación.
Los sabios pueden justificar además su opinión basándose en los tres puntos siguientes:
1° La antigüedad de las razas inferiores está reconocida implícitamente por todo el mundo sabio como igual a la de la raza blanca; luego, el estado estacionario de aquéllas, cuando la otra ha progresado, prueba su inferioridad absoluta.
2° Los pueblos atrasados suelen habitar bajo los climas más favorables, lo cual debiera haber contribuído a apresurar su desarrollo.
3° Los niños salvajes que se han querido educar a la europea, no han respondido a las esperanzas de sus educadores. Se presentan también como ejemplo las aglomeraciones de salvajes colocadas en aldeas y que siguen siendo lo que eran hace dos años, así como la República negra de Haiti y sus revoluciones sin objeto.
No hay que remontarse demasiado en la historia para reconocer que el consensus universal no es garantía de acierto. Hasta que Galileo demostró que la tierra giraba alrededor del sol, se admitía universalmente que el sol daba vueltas en torno de la tierra. Nada prueba, por lo tanto, el consentimiento universal si no se apoya en hechos, y todavía en el caso que acabamos de citar, parecía que hechos aparentes apoyaban la opinion errónea. Sería necesario averiguar si corroboran loe hechos la opinión de la antigüedad igual de las razas.
En los monumentos egipcios se han encontrado reproducciones de ciertos tipos africanos existenteg todavía, lo cual, en efecto, probaría una antigüedad relativa y también está comprobado que aquellos pueblos, sometidos en otro tiempo a los egipcios, no han progresado; al principio parece que eso confirma la teoría de la inferioridad de las razas, pero un examen concienzudo demuestra que esa deducción sería muy ligera.
En efecto, la antigüedad reconocida a los monumentos egipcios debe de ser de unos 8.000 años, o de 10.000. De modo que parece que en todo ese tiempo no han progresado aquellos pueblos, y la raza blanca ha recorrido mucho camino.
Pero es que en la época en que se erigieron aquellos monumentos representaba ya Egipto una civilización muy avanzada; era enorme la diferencia entre aquellos pueblos atrasados y los constructores de los templos de Karnak y de Menfis; los egipcios habían atravesado el período prehistórico que se calcula en cientos de miles de años.
Muy lentos debieron de ser los primeros progresos del hombre cuaternario, y el período de educación todavía resultará más largo si se admite la existencia del hombre en la época terciaria.
Los 10.000 años de estancamiento de aquellos pueblos representan, por lo tanto, muy poca cosa en la historia del desarrollo de la humanidad, y es probable que 10.000 años después de haber aprendido a labrar la primera piedra, no presentara el egipcio primitivo ninguna mejora sensible para el observador, y pareciera también de una raza inferior.
Por otra parte, los egipcios, que hicieron los grandes progresos atestiguados por sus ciencias y sus monumentos, ni siquiera son blancos, y ese mismo pueblo, al cual se clasifica entre las razas superiores de la antigüedad, está clasificado ahora entre las razas inferiores. Los dominadores ingleses se lo enseñan así. ¡Qué conjunto de contradicciones! Para las necesidades de la discusión, los egipcios son alternativamente superiores e inferiores.
Los cráneos y las mandíbulas de Cros-Magnon, de Néanderthal, de la Naulette que pertenecen a una época lejana, representan caracteres tan símicos, que los antropólogos al estudiarlos han dudado entre clasificar a sus posesores como antecesores del hombre o como grandes monos antropoides. ¿Nos autoriza principio tan modesto para proclamarlos los fénix de la humanidad?
¿Con qué derecho se habla de la inferioridad de otras razas, cuando su estado actual proviene de nuestras bárbaras persecuciones? Nada prueba la inferioridad actual de la raza de piel roja, porque es sabido que las civilizaciones autóctonas, que florecían cuando la conquista europea, fueron destruídas por los invasores, y sus descendientes, perseguidos, despojados y diezmados, han tenido que retroceder poco a poco y anularse ante el vencedor. Las civilizaciones en pleno florecimiento han desaparecido sin que se sepa lo que habrían podido dar de sí: no se las puede juzgar más que por los indígenas embrutecidos y degenerados que los yankis van haciendo desaparecer.
No citaré el ejemplo del imperio de México ni el de los incas; al llegar allá los españoles, aquellos imperios estaban en completa decadencia. Por eso no pudieron resistirse. Los hurones e iroqueses se defendieron mucho más enérgicamente que lbs aztecas y peruanos.
Podría creerse que para demostrar la antigüedad igual de las razas queda otro medio, el de practicar excavaciones en los terrenos que quedan por explorar y comparar la edad de los esqueletos que allí debe de haber, pero el medio es ilusorio; no existe forma posible de establecer la concordancia exacta de la formación de los terrenos en las diversas partes del mundo. ¿Cómo se podría establecer, por lo tanto, la concordancia perfecta entre los restos descubiertos en las distintas regiones?
En resumen, ese problema de la antigüedad igual de las razas es insoluble y no tiene valor para resolver el problema de la igualdad virtual. ¿Tiene alguna importancia para aquellos que hacen derivar todo progreso de la influencia, variable sin cesar, de los medios?
Los pueblos atraeados suelen habitar en los países más favorecidos, afirmaba en uno de sus cursos de antropología zoológica, el profesor G. Hervé, uno de los partidarios de la inferioridad de las razas. Esa afirmación necesita pruebas. ¿Puede aplicarse a los esquimales, a los habitantes de la Tierra de Fuego, o a los pieles rojas, privados de animales capaces de domesticación, o a los negros que viven en la región de los pantanos del Nilo o los enormes bosques del Congo, o a los tunguses de las estepas de Siberia, o a los bushmen de los desiertos secos de Kalahari? No hay que falsear de esa manera la verdad. Queda además por resolver el grave problema de saber cuáles son los países más favorecidos. ¿Son los que solicitan el trabajo o los que no lo solicitan?
Esa afirmación, por otra parte, también puede volverse contra la opinión que quiere defender. Precisamente, esa facilidad de la existencia es lo que ha dejado estacionarios a muchos pueblos. Teniendo que satisfacer, sin trabajar, sus primeras necesidades, los hombres pueden no haber visto nacer en ellos facultades que han seguido durmiendo, mientras otros pueblos, obligados a arrancar al terreno y al clima la subsistencia diaria, tenían que desarrollar intintos y facultades que despertaban otras, y los llevaban por el camino del progreso. A los favorecidos les bastaba con dejarles vivir.
Vienen luego los argumentos sacados de tentativas de cultura hechas con tribus africanas y colonias salvajes, que se pretende haber dejado desarrollarse en pueblos que se le habían concedido.
Puede que haya ejemplos de tentativas infructuosas de cultura, pero eso no probaría nada en general, porque habría que saber en qué condiciones se han hecho esas tentativas, en qué situación se encontraban los grupos interesados, y averiguar si se han dejado subsistir causas de degeneración. Esos ejemplos prueban menos, porque hay ejemplos contrarios. Los iroqueses del Canadá son perfectamente iguales a los blancos que los rodean. El primer geógrafo de México es un azteca. Y tenemos la satisfacción de reconocer que los primeros soldados del mundo fueron arrojados de México por los descendientes de razas inferiores. Se necesitan muchas edades de hombres para fijar toda nueva adquisición; el cerebro de un individuo, sea cual fuere su poder de desarrolio, no puede hacer en el transcurso de su existencia, la evolución que su raza tardará generaciones enteras en recorrer. Los resultados negativos sobre individuos, nada absolutamente prueban, aun admitiendo que el ensayo se haya hecho en condiciones prácticas, porque se les pueden oponer muchos resultados positivos, así como a los progresos de los blancos se pueden oponer muchos retrocesos.
¿No citan precisamente las obras de etnografía casos de pieles rojas, negros y otros salvajes que se ha logrado instruir, y que habían llegado a gran desarrollo de conocimientos, pero que, despreciando lo que les habían enseñado, llenos de nostalgia de su antigua vida libre, ahorcaron los hábitos de civilizados, para volver a la existencia nómada? Nadie niega que sea a veces el atavismo más poderoso que la facultad de perfectibilidad, pero esos ejemplos no demuestran la imperfectibilidad de la raza, porque los individuos sometidos a la educación europea, han progresado durante un período de su existencia en el camino trazado por los educadores.
El mismo Hervé (al cual volvemos a citar porque es a quien hemos visto defender mejor la inferioridad de las razas), cita el hecho de que el salvaje es más apto en su infancia para comprender que en la edad adulta. ¿Y qué prueba eso? Cuando menos desarrolladas están las razas, más deben aprender los pequeños y más sagacidad han de necesitar de sus más tiernos años. Si el desarrollo cerebral de los adultos se detiene pronto, depende eso de un hecho físico, de la obliteración de las suturas del cráneo. Al revés que en los salvajes blancos, la consolidación empieza en las partes anteriores, de modo que el desarrollo cerebral se para justamente en las partes más activas de la inteligencia.
Prueba sería esa de inferioridad si estuviese demostrado que las razas blancas no pasaron por ese estado, pero se ha reconocido en los cráneos prehistóricos que las suturas se operaban de adelante a atrás, lo mismo que en las razas blancas inferiores. Cítanse en nuestros días casos atávicos del mismo proceso. ¿Qué queda, pues, de ese argumento?
Se cita para ridiculizarla, la República de Haiti con sus revoluciones militares, pero no habría que remontarse mucho en nuestra historia, para hallar ejemplos semejantes y menos disculpables, ya que alardeamos de raza superior. De todos modos, los haitianos han reconquistado su libertad sobre los franceses. ¿Quiénes han sido los superiorés? ¿Los que han reconquistado su libertad, o los que querían seguir esclavizando a otros pueblos? Además, es necesario ignorar completamente la historia para no confesar que han progresado los haitianos, a pesar de su Suluque, tan semejante a nuestro Napoleón III. Cuando se reflexiona que la mayor parte de nuestros llamados civilizados trabaja y perece de miseria para enriquecer a una minoría de holgazanes y parásitos; cuando se recapacita que los explotados constituyen la fuerza encargada de defender a los explotadores, ¿podemos creer que tenemos el derecho a estar orgullosos y a jactarnos de nuestra superioridad?
¿Y a las aglomeraciones de salvajes que se han dejado subsistir, se les han dado las condiciones necesarias para su completo desarrollo?
No queremos decir realmente que las razas sean absolutamente idénticas, pero estamos convencidos de que todas tienen ciertas aptitudes, ciertas cualidades morales, intelectuales o físicas que, si les fuese dado evolucionar libremente, les habrían permitido dar su tributo a la obra colectiva de la civilización humana.
Por ejemplo, esos australianos tan ruines, colocados en peldaño tan bajo en la escala humana, ¿no han inventado el boomerang, arma arrojadiza de efectos retrógrados, tan curiosos, que los europeos a pesar de todo su talento, no han sabido imitar, y que toda su ciencia balística no acierta a explicar?
Poco da a la historia de la humanidad el descubrimiento del boomerang, pero puesto que el ingenio de sus inventores ha podido desarrollarse sobre un objeto que les es particular en absoluto, mientras la lanza, el rompecabezas, las flechas, han sido conocidas por todas las demás razas, ¿quién no dice que, en otras condiciones, no habría evolucionado esa facultad en mejor dirección?
Pero no, la raza blanca, ayudada por la raza jUdía, que se ha convertido en blanca para las necesidades de la causa, ha querido invadirlo y explotarlo todo. Dondequiera que se ha impuesto, las razas atrasadas han tenido que desaparecer. Frente a las ruinas amontonadas por su furia conquistadora, en presencia de las matanzas originadas por sus explotaciones, podemos preguntar si su misión no ha sido más nefasta que beneficiosa.
Hemos necesitado 150.000 años para salir de la animalidad, y en 10.000 se han extinguido las civilizaciones egipcia, caldea, griega, romana, india y árabe, mientras se desarrollaba paralelamente la raza amarilla. Asistimos hoy a un principio de decadencia de las razas latinas, que no tardará en ser agonía si no se verifica a tiempo una transformación social para detener la decadencia física y moral que entraña el sistema capitalista.
Si los pueblos siguen atrincherándose detrás de sus fronteras, quizá recogerán nuestra herencia las razas slavas, que nos parecen más jóvenes porque llegaron más tarde a la corriente de la civilización europea. ¿Pero cuánto durará ese período? ¿Qué sucederá luego? ¿Cuál será la corriente regeneradora que vivifique nuestra raza anémica, agotada por los excesos de una civilización mal entendida y mal dirigida?
Cada civilización tiene su crepúsculo, ha visto surgir una raza nueva que, sabiendo asimilarse los conocimientos de la raza a la cual sustituía, hará, en cambio, un cerebro nuevo, nuevas aptitudes, una sangre joven y vigorosa, y esa desaparición de las civilizaciones, demuestra que las razas no tienen más que cierta dosis de energía y aptitudes, y después de soltarla desaparecen o permanecen estacionarias.
Algunos amigos objetarán a lo que antecede que hoy ya no hay razas, que el mundo civilizado se divide en Estados, restos de un pasado que está en desacuerdo con la realidad, pero que constituye un todo indisoluble. La civilización, desde Francia a Rusia y desde América hasta Australia, es la misma. No hay razas, sino clases en presencia unas de otras.
Estamos convencidos de que, dadas las facilidades de locomoción entre los países, la enorme extensión de las relaciones internacionales, están llamadas las razas a desaparecer fundiéndose, mezclándose por los cruzamientos, y por eso nos ahoga la indignación al ver desaparecer pueblos enteros, antes de que hayan podido dar a nuestra civilización la nota original que podían poseer virtualmente. Cuando recordamos las matanzas de pueblos inofensivos, en las razas desaparecidas, o a punto de desaparecer, nuestro pensamiento se llena de melancolía y de tristeza, porque nos preguntamos si esos hermanos inferiores, poseerán algunas de las cualidades que nos faltan.
La raza blanca no ha podido comprender las razas atrazadas, las ha destruído. Si hubiera querido guiarlas a una fase superior de desarrollo, no hubiera alcanzado su objeto hasta recorrer una larga evolución, pero nunca ha deseado educar, ha querido explotar y la explotación se convierte a la larga en exterminio.
Resumiendo; en presencia de nuestro furor de dominación, preguntaremos si la civilización de los iroqueses, por ejemplo, es muy inferior a la nuestra. No tenemos derecho a proclamarnos superiores a aquellos incas, que a lo menos habían sabido asegurar la comida a todos los miembros de su sociedad, mientras la miseria roe nuestras civilizaciones modernas.
Nada justifica la teoría llamada de las razas inferiores; no sirve más que para cohonestar los crímenes de las razas llamadas superiores.
Índice de La sociedad moribunda y la anarquíade Jean Grave | La colonización | Por qué somos revolucionarios | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|