Índice de La sociedad moribunda y la anarquíade Jean GraveIneficacia de las reformas Las ideas anarquistas y su practicabilidadBiblioteca Virtual Antorcha

La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO VIGÉSIMO

¿Y después?


- ¿Y después?

Eso preguntan muchos contradictores, cuando hemos demostrado el mal resultado de la organización social viciosa que nos rige, cuando les hemos hecho comprender que no hay reforma posible con el régimen actual, que las mejores son contraproducentes y agravan la miseria de los explotados; que las que podrían cambiar eficazmente la suerte del trabajador, tendrían que atacar la institución, pero como las rechazan los directores, se necesitará una revolución para realizarlas.

Esa revolución es la que asusta a mucha gente; los trastornos que ha de originar, hacen retroceder a muchos ante el remedio, después de haber conocido el mal.

- , dicen, puede que tengáis razón; mal constituída está la sociedad, habrá que transformarla ... Pero la Revolución ... sí, tal vez ... pero, ¿y después?

Después (contestamos) reinará la libertad más completa para lOS individuos, a todos les será posible satisfacer sus necesidades físicas, intelectuales y morales. Abolidas la autoridad y la propiedad, no basándose la Sociedad, como ahora, en el antagonismo de los intereses, aino en la solidaridad más estrecha, no necesitando atesorar los individuos en previsión de lo porvenir, no se mirarán como enemigos dispuestos a devorarse para disputarse un bocado de pan, o un puesto en el taller del explotador. Destruídas las causas de lucha y animosidad; se establecerá la armonía social.

Existirá entre las diversas agrupaciones una concurrencia, una emulución hacia lo mejor, hacia un objeto ideal que se ensanchará según la facilidad que encuentren los individuos, pero esa concurrencia, esa emulación, serán corteses, puesto que el interés mercantil, propietario o gubernamental, no las dificultarán y a los concurrentes retrasados les será fácil asimilarse los progresos adquiridos por sus concurrentes más afortunados.

Hoy, lo que produce la miseria es el exceso de los productos que, llenando los almacenes, ocasionan paros y hambre a quienes no encuentran trabajo mientras dichos productos no encuentran salida. Eso demuestra el estado anormal de la sociedad presente.

En la sociedad que queremos, cuanto más abunden los productos más fácil será la armonía entre los individuos, puesto que no tendrán necesidad de medir los medios de existencia; cuanto más de prisa se produzca, cuanto más se aceleren los perfeccionamientos de la maquinaria, cuanto más se reduzca la parte do trabajo productivo que corresponda al individuo, más pronto será lo que debe ser en realidad, una gimnasia necesaria para ejercitar los músculos de los individuos.

En una sociedad constituída normalmente, el trabajo debe perder el carácter de pena y padecimiento que adquiere por su intensidad en nuestras sociedades de explotación, no debe ser más que una distracción en medio de los demás trabajos que hagan los individuos por su gusto para sus estudios, para las necesidades de su temperamento, sin lo cual se transformarían en simples sacos digestivos, como llegaría a serlo la burguesía si pudiera asegurar su dominio; como ha llegado a serlo una especie do hormiga que es incapaz de alimentarse a sí misma, y se muere de hambre cuando deja de tener esclavos que la alimenten.

; replican los contradictores, todo está muy bien, sería el ideal más hermoso que podría lograr la humanidad, pero ¿quién nos asegura que las cosas andarán tan bien como dicen ustedes, que los más fuertes no tratarán de imponer su voluntad a los débiles, que no habrá holgazanes que quieran vivir a expensas de los trabajadores?

Si no hay diques para contener a las masas, ¿quién asegura que en vez de ser un paso hacia adelante, no será un retroceso? ¿Y ese fracaso, no será un retroueso de 20, 30, 50 años o más?

¿Si vencen ustedes, podrán evitar las venganzas individuales? ¿no serán ustedes arrollados por las turbas? ¿Se desencadenarán por ambas partes las pasiones bestiales, la violencia, el salvajismo y todos los horrores del hombre transformado en animal?

Replicamos a eso que, al acentuarse la crisis económica, al aumentar la frecuencia de los paros, siendo mayor la dificultad de vivir, y agravándose progresivamente las dificultades políticas, con lo cual enloquecerán los que llevan las riendas del Estado, vamos seguramente a esa revolución que será traída por la fuerza de las cosas, y como nadie puede evitarla, lo que debemos hacer es tomar parte en ella para aprovecharla en beneficio de las ideas que defendemos.

Pero ese temor a lo desconocido es tan grande, tan tenaz, que después de haber reconocido lo lógico de todas nuestras objeciones, después de declarar que es verdad cuanto inferimos, el contradictor replica: Sí, todo eso será verdad, pero quizá sería mejor proceder con prudencia. El progreso anda despacio; se debe evitar la acción brutal; tal vez acabáramos por lograr concesiones de los burgueses.

Si discutiéramos con gente necia y de mala fe, que no quisiera convencerse, sería cosa de volverle la espalda, contestándole una insolencia. Desgraciadamente, es gente de buena fe, que, sujeta por el medio ambiente, por la educación, acostumbrada a la autoridad, lo cree todo perdido cuando la ve desaparecer del horizonte, lo que vuelve, sin caer en ello, a su primera argumentación, porque no puede imaginar una sociedad sin leyes, ni jueces, ni guardia civil, en que los individuos pudieran vivir juntos y auxiliándose mutuamente en vez de pelearse.

¿Qué hemos de contestarle?

¡Quieren pruebas de que la sociedad andará como suponemos!

Podemos deducirlas de la lógica de los hechos, de su comparación, de los argumentos que podemos sacar de su análisis, pero pruebas palpables no podemos esperarlas más que de la experiencia, y esa experiencia no puede llegar más que cuando esté destruída la sociedad actual.

No nos queda que decirles más que lo siguiente:

Hemos demostrado que la sociedad actual engendra la miseria, crea el hambre, conserva la ignorancia de la clase más numerosa de individuos, impide el desarrollo de las generaciones, y les deja como herencia mentiras y preocupaciones.

Hemos demostrado que su organización tiende a confirmar la explotación de la masa en beneficio de una minoría de privilegiados.

Hemos demostrado que su mala manera de funcionar, así como el desarrollo de aspiraciones nuevas en los trabajadores, nos lleva a una revolución. ¿Qué más hemos de decir?

Si hemos de batirnos, que sea para reaiizar lo que nos parece hermoso y justo.

¿Seremos vencedores o vencidos? ¿Quién puede preverlo? Si aguardamos para reclamar nuestros derechos a estar seguros de la victoria, esperaremos siglos enteros nuestra emancipación. Además, nadie dispone de las circunstancias; éstas son las que suelen arrastrarnos; la cuestión es preverlas para que no nos ahoguen. Empezada la pelea, los anarquistas tendrán que desplegar toda la energía de que sean capaces para arrastár a la masa con ellos por medio del ejemplo.

Muy probable es que en la revolución que se avecina haya venganzas individuales, actos de salvajismo y matanzas; ¿qué le vamos a hacer?

No sólo no podrá impedirlo nadie sino que nadie deberá impedirlo. Si las turbas avanzan más que los propagandistas, mejor. ¡Que fusilen a todos los que alardean de sensiblería! Si toleraran que se sacudiera a la reacción para arrebatarle alguna víctima, también se podría acudir a la reacción para detener el arranque revolucionario, para impedirle tocar las instituciones que han de desaparecer, para hacerlos perdonar lo que deben destruir. Entablada la lucha, la sensiblería debe deeaparecer, la muchedumbre deberá desconfiar de los fraseólogos y triturar implacablemente todo lo que se le oponga.

Lo que podemos declarar desde ahora, es lo siguiente: que la desaparición de los individuos debe importar poco a los trabajadores; que lo que han de atacar son las instituciones, esas son las que deben socavar y destruir, sin que quede de ellas ni un vestigio, para que no se reconstituyan con otro nombre.

La burguesía no es fuerte más que por sus instituciones, porque ha sabido hacer creer a los explotados que les interesa su conservación; porque ha sabido convertirlos en defensores suyos. Reducidos a sus propias fuerzas, no podrían resistir a la revolución los burgueses, de modo que los individuos no son peligrosos por sí mismos.

Pero si el día de la revolución hay algunos que sean obstáculos, arrebátelos ]a tormenta; si hay venganzas individuales, peor para quienes las hayan suscitado. Mucho daño deberán de haber hecho para que el odio a sus personas no sea inferior a la destrucción de su casta y a la abolición de sus privilegios; peor para quienes se entretengan en defenderlos. Las muchedumbres nunca van demasiado lejos; únicamente los que las dirigen lo temen así, porque tienen miedo a las responsabilidades morales y efectivas.

Nada de necio sentimentalismo, aunque el furor de la masa amenazara cabezas más ó menos inocentes. Para acallar nuestra piedad, no tendremos más que pensar en los millares de víctimas que devora diariamente el actual Minotauro social en beneficio de la barriguda burguesía. Si algún burgués acaba colgado de un farol, asesinado en una esquina, ahogado en un río, recogerá lo que su clase haya sembrado. ¡Peor para ellos! El que no está con la masa está contra ella.

Para nosotros, los trabajadores, la situación está bien definida: a un lado lo presente, la sociedad actual con su cohorte de miserias, inseguridades del mañana, privaciones y padecimientos, sin esperanza de mejora; una sociedad que nos ahoga, que marchita nuestro cerebro, que nos hace ocultar hasta en lo más profundo de nuestro sér los sentimientos de lo bueno y lo bello, de justicia y amor; al otro, el porvenir, ideal de libertad, ventura, goces intelectuales y físicos, florecimiento completo de la individualidad. Hemos escogido. Sea lo que sea la revolución futura, suceda lo que suceda, no será peor para nosotros que la sociedad actual, nada hemos de perder en el cambio y podemos ganarlo todo. La sociedad nos estorba. Echémosla abajo. Peor para aquellos a quienes aplaste su caída. Será porque hayan querido resguardarse con sus paredes, o agarrarse a sus puntales apolillados. Que se pongan al lado de los demoledores.

Índice de La sociedad moribunda y la anarquíade Jean GraveIneficacia de las reformas Las ideas anarquistas y su practicabilidadBiblioteca Virtual Antorcha