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La sociedad moribunda y la anarquía
Jean Grave
CAPÍTULO QUINTO
La propiedad
Antes de avanzar más en la exposición de nuestras ideas, bueno será pasar revista a las instituciones que queremos destruir, reconocer en qué baees descansa la sociedad burguesa, el valor positivo de esas bases, por qué y cómo no puede transformarse la sociedad más que cambiando toda su organización y demostrar que no será posible ninguna mejora mientras no se complete esa transformación; de ese estudio se derivarán las razones que nos hacen anarquistas y revolucionarios.
El principio en que descansa la sociedad actual es la defensa de la propiedad individual y su transmisión en la familia.
Autoridad, familia, magistratura, ejército y toda la organización jerárquica y burocrática que nos explota y nos ahoga, se derivan de ese principio. Podríamos hablar de la religión, pero la dejaremos aparte. La ciencia, aunque burguesa, la ha matado. Paz a los muertos.
No reproduciremos la historia de la propiedad; ya la han repetido todas las escuelas socialistas; todos han demostrado que era el producto del robo, del fraude y del derecho de la fuerza; no nos toca más que recordar algunos hechos que demuestran su iniquidad, que prueban que los males que sufrimos nacen de ella; que las reformas propuestas son engañifas para adormecer a los explotados y que para evitar los males, cuya curación se persigue, hay que atacar su origen primordial, la organización propietaria y capitalista.
Demuestra hoy la ciencia que la tierra debe su origen a un núcleo de materias cósmicas que se separó primitivamente de la nebulosa solar. Aquel núcleo, por su rotación sobre sí mismo y alrededor del astro central se condensó hasta tal punto, que la compresión de los gases produjo una explosión, y el globo, hijo del sol, brilló, como el que le dió origen, con luz propia en la vía láctea, a manera de estrella. El globo se ha enfriado, pasando del estado gaseoso al líquido, pastoso y después, cada vez más denso, hasta su completa solidificación. Pero en aquel horno primitivo, se habían asociado los distintos gases de tal manera que, sus diversas combinaciones dieron origen a las materias fundamentales que forman la composición de la tierra, minerales, metales, gases libres en suspensión en la atmósfera.
Por el lento enfriamiento, la acción del agua y la atmósfera sobre los minerales, ayudó a formar una capa de tierra vegetal; durante aquel tiempo, la asociación del hidrógeno, el oxígeno, el carbono y el aire, llegaba a dar, en el seno de las aguas, nacimiento a una especie de gelatina orgánica sin forma definida, sin órgano, sin conciencia, pero dotada ya de la facultad de moverse, lanzando prolongaciones de su masa hacia el sitio adonde quería ir; más bien al lado que la atraía, y de la otra facultad de asimilarse los cuerpos extraños que se pegaban a la masa, y alimentarse de ellos. Por último, tenía la facultad de poder partirse en dos, llegada a cierto grado de desarrollo, dando nacimiento a un nuevo organismo, semejante completamente a su progenitor.
Así nació modestamente la humanidad; tan modestamente que hasta muchísimo tiempo después, tras de un largo período de evoluciones, tras de la formación de cierto número de tipos en la cadena de los seres, no se llega a distinguir el animal del vegetal.
Seguir toda la serie para llegar al hombre sería rehacer aquí la historia de la evolución, que explica la ciencia actual de modo claro y comprensible para quienes quieren juzgar con libertad; por lo tanto, recurra el lector a esa ciencia; nosotros nos contentaremos con apreciar hechos principales para apoyar nuestra demostración del acaparamiento arbitrario de una parte del terreno por cierta parte de individuos que se apoderaron de ella en provecho suyo y de sus descendientes y en detrimento de otros menos favorecidos y de las generaciones futuras.
Es evidente que esa explicación de la aparición del hombre en la tierra, destruye todas las maravillas contadas acerca de su creación, Ya no hay Dios ni entidad creadora, el hombre es el producto de una evolución de la vida terrestre, la cual no es más que el producto de una combinación de gases, que sufrieron también una evolución antes de llegar a combinarse en la proporción y con la densidad necesarias para que surgiera el fenómeno vital.
La tesis del origen sobrenatural del hombre anda descartada, y por lo tanto, la idea de que la sociedad, tal como existe, con su división en ricos y pobres, gobernantes y gobernados, se deriva de una voluntad divina, se derrumba también. La autoridad, que tanto tiempo se ha apoyado en su origen sobrenatural, fábula que ha contribuído a su sostenimiento tanto como la fuerza bruta, se ha desmoronado también, gracias a la discusión; hoy se atrinchera detrás del sufragio universal y de la ley de las mayorías. Pero la autoridad no podía sostenerse más que mientras no se la discutiera. Luego veremos que hoy no la sostiene más que la fuerza. Podemos decir que la propiedad y la autoridad, que ya se discuten, están agonizando, porque lo que se discute ya no se respeta, y lo que sólo la fuerza sostiene, la fuerza puede destruirlo.
El vegetal se alimenta a expensas del mineral, el animal, a costa del vegetal y mucho más tarde a costa del mismo animal, pero no hay en ello ideas preconcebidas -para establecer una jerarquía cualquiera entre los seres- por parte de un creador o de la naturaleza- entidad, que crearan el vegetal para alimentar al animal, y el vegetal y el animal para alimento del hombre, y servidores en la raza humana para dar goces a los elegidos. No hubo más que una serie evolutiva de leyes naturales, en cuya virtud, formados los minerales por la condensación de los gases, pudo la vida vegetal asimilarse al mineral y transformarlo en combinación orgánica que facilitó la aparición de la vida animal.
Admitido el origen evolutivo del hombre, resultará evidente que, cuando aparecieron en la tierra los primeros seres pensantes, no hubo necesidad de providencia tutelar para facilitar su florecimiento, y por lo tanto, nadie puede asignar a unos poder directivo sobre sus semejantes, a otros la propiedad del suelo, a la masa la miseria y las privaciones y el respeto a sus amos, con la única función de produdr para éstos.
Como la lucha por la existencia empezó por ser la única, ley vital para los individuos, su única preocupación fue comer para no ser comidos, pero cuando empezamos a practicar inconscientemente esa otra ley vital más elevada, el auxilio para la lucha, como la herencia había desarroliado en ellos los instintos de combatividad, de opresión sobre la presa, siendo para el hombre una presa todo, hasta el hombre mismo, es evidente que ese espíritu de lucha y dominación, almacenado en el cerebro por las generaciones pasadas, trata de imponerse en la colectividad formada. Los individuos que lo tenían más desarrollado, se impusieron a los que lo poseían en grado menor. Esa autoridad establecida siguió las fluctuaciones de la inteligencia numana y las transformaciones de la organización social, se veriticaron según que fuera la fuerza, el espíritu religioso o el mercantilismo el que triunfara. La autoridad, bajo esos diversos modos de influir, se ha sostenido hasta nuestros días, y se sostendrá hasta que el hombre, libre de todo error y preocupaciones, se reconquiste por completo a sí mismo, renunciando a imponer su voluntad, para no tener que soportar la de otros más fuertes.
Pero, aniquilado el origen divino de la autoridad y de la propiedad por la misma ciencia burguesa, los burgueses han tratado de darle bases más sólidas y naturales, los economistas han venido a estudiar los hechos sociales, que se derivan de una mala organización, erigiéndoles en leyes naturales, convirtiéndoles en causa de lo que es, cuando no son más que efecto; adornando tales sandeces con el nombre de ciencia, han intentado legitimar los crímenes más monstruosos de la sociedad, con las más enormes piraterías del capitalismo, echando la culpa de la miseria a los mismos miserables, exigiendo como ley de conservación social el egoísmo más monstruoso, cuando hemos visto en un capítulo anterior que es, al contrario, causa de conflicto, de pérdida de fuerzas y de regresión, si no lo atempera y suaviza otra ley más evolutiva y más humana: la solidaridad.
Fundada la sociedad burguesa en el capital, representado éste por el dinero, para disfrazar la misión excepcional que le corresponde en los trabajos de producción y cambio, los economistas burgueses todo lo han reducido a estado de capital. El hombre que fecunda a su mujer y engendra niños, gasta capital, pero también lo crea, porque el niño, convertido en hombre, será también capital, y la fuerza muscular que gastó el obrero en producir, capital. Observemos de paso que, además de sus brazos, emplean los obreros en cualquier trabajo una cantidad de inteligencia superior a veces a la del contratista, pero como entonces habría que atribuir dos partes de capital al obrero, trastornando así los cálculos de los economistas, éstos prescinden de ello.
Y como toda esta reducción de la actividad humana a capitales no acepta el origen del capital-dinero, los economistas han dicho: Es la parte de trabajo que los individuos industriosos y previsores no han consumido en seguida, y han reservado para necesidades futuras. Aquí va siendo interesante el cálculo.
Todo capital empleado, afirman doctamente los economistas, que debe producir:
1° Una cantidad igual a su valor para que se pueda reconstituir completamente.
2° Como ese capital empleado corre riesgos, debe producir un plusvalor que represente una prima de seguro que ha de cubrir aquellos riesgos.
Ahora bien: el obrero que va cobrando según trabaja y que por lo tanto no corre riesgo ninguno, tiene únicamente derecho a la primera cantidad que le permite reconstituir el capital gastado, es decir, alimentarse, vestirse, pagar casa y reparar las fuerzas que ha perdido. No debe tener más hitos que los que el sobrante del salario le permita criar.
En cuanto al patrono, la cosa varía mucho. EmpIeza por aportar un primer capital, el dinero necesario para pagar a los obreros, hacer las compras, y que representa los goces de que se priva. Ese capital, como el del obrero, ha de producir para su reconstitución, y además, la prima de seguro de los riesgos que corre, lo cual constituye el beneficio del explotador. Si es una empresa industrial, tiene edificios y máquinas empleadas, otro capital que debe reproducirse y producir su prima de seguro, pero hay más. ¡Y la inteligencia del explotador, que es otro capital, y no el más chico! Un capitalista tiene que saber emplear con juicio sus capitales, tiene que saber dirigir sus negocios y su propia persona -lo cual, generalmente, no sabe hacer el obrero-, ha de averiguar qué productos es conveniente producir, en qué lugar hay demanda, etc. Es necesario que ese tercer capital se recupere en la empresa. Obsérvese que si el patrono o contratista es ingeniero, sabio, médico, la prima ha de ser mayor, porque, como cuestan más caros de establecer, cuestan también más en reparaciones.
Establecida esa distinción sutil, transformando en capitales los diversos elementos que toman parte en la producción, el reparto parece normal; el capitalista se embolsa tres partes de productos por su cuenta, y la jugada está hecha. Si el obrero ha recibido lo que le toca, ¿de qué se queja? Que ahorre y emplee sus ahorros en empresas y cobrará triple parte. Que no gaste tontamente el dinero en la taberna, que no tenga tantos hijos. Que sepa economizar, si quiere llegar a ser algo. La lucha es dura, hay que reducir los goces si se quieren aumentar más adelante ... ¡Hatajo de mamarrachos!
Señores economistas, que habláis de la mayor inteligencia de los capitales, ¿os atreveréis a afirmar que los que en jugadas de Bolsa, en chanchullos y en monopolios recogen millones han gastado una inteligencia un millón de veces superior, no a la del obrero, que puede pasar por artista en su oficio, sino a la del obrero más humilde, en edificio más vulgar?
Tómese, por ejemplo, un obrero de los más favorecidos, que gane buenos jornales (buenos, con relación a los menos favorecidos) y nunca esté parado ni enfermo. ¿Podrá pasar la vida desahogada que deberían disfrutar cuantos producen, podrá satisfacer sus necesidades físicas e intelectuales trabajando? Ni siquiera la centésima parte de ellas, aunque fueran de las más limitadas; tendrá que reducirlas, si quiere economizar algo para la vejez, y por mucho que ahorre, nunca será lo bastante para vivir sin hacer nada. Los ahorros hechos en el período productivo apenas llegarán a compensar el déficit originado por la vejez, como no coja una herencia o cualquiera otra ganga independiente del trabajo.
Por cada trabajador"privilegiado de esos, hay muchísimos desdichados que no pueden matar el hambre. El desarrollo de las máquinas ha permitido a los explotadores reducir su personal; los obreros sin trabajo, más numerosos, han hecho disminuir los salarios y que se multipliquen los paros; las enfermedades los disminuyen también, de modo que el obrero acomodado tiende cada vez más a convertirse en mito, y en vez de esperar salir de su miseria de trabajador, debe temer ser cada vez más desdichado, como la sociedad burguesa dure mucho.
Supongamos ahora que el obrero acomodado, en vez de seguir colocando sus ahorros en cualquier clase de valores, se dedique a trabajar por su cuenta cuando haya reunido cierta cantidad. Cada vez será eso más imposible, gracias a las herramientas mecánicas que exigen la concentración de enormes capitales y no permite la industria aislada, pero podemos admitir la posibilidad y suponer que el obrero-patrono trabaja solo. Si son verdaderos los datos de la economía política, si cada facultad del hombre es un capital comprometido que produce la fortuna para quien lo emplea, ese individuo aporta capital-dinero, capital-fuerza y capital-inteligencia. No teniendo que partir las ganancias con nadie. no tardará en ser duplicado el capital-dinero entre sus manos y llegará a millonario.
En la práctica, el obrero que trabaja solo por su cuenta, casi no existe; el patrono en pequeño, con dos o tres obreros, puede que viva un poquillo mejor que éstos, pero ha de trabajar tanto como ellos o más, oprimido sin cesar por los pagos; no puede esperar ninguna mejora, y se considerará feliz si consigue sostenerse en un bienestar relativo y evitar la quiebra.
Las ganancias grandes, las grandes fortunas, la vida lujosa están reservadas a los grandes propietarios, a los grandes accionistas, a los grandes fabricantes, a los grandes especuladores que no trabajan por sí mismos, y ocupan a centenares de obreros. Lo cual prueba que el capital es efectivamente trabajo acumulado, pero trabajo ajeno acumulado en manos de una sola persona, de un ladrón. Además, la mejor prueba de que hay un vicio fundamental en la organización social, es que las herramientas mecánicas, que son un progreso engendrado por todos los conocimientos adquiridos, transmitidos de generación en generación y que debería favorecer por lo tanto a todos los seres humanos, dándoles más cómoda y desahogada vida (porque aumenta su fuerza productiva y les da medios para producir más trabajando menos), no proporcionan a los trabajadores más que un aumento de miseria y privaciones. Los capitalistas son los únicos que ganan con las invenciones mecánicas, que les permiten reducir su personal, y con auxilio de ese antagonismo establecido, disminuir el salario de éste, porque la miseria impulsa al personal desocupado a aceptar el precio ofrecido, aunque sea inferior a la cantidad necesaria para su conservación y reproducción, lo cual demuestra que las supuestas leyes naturales se ven violadas por su propio funcionamiento, y que, por consiguiente, si son leyes, nada tienen de naturales.
Por otra parte, vista la certidumbre de que los capitalistas, con todos sus capitales, y su herramienta mecánica, nada podrían producir si les faltara el concurso de los trabajadores, mientras estos últimos, entendiéndose entre sí y solidarizando sus fuerzas, podrían producir sin ayuda de los capitalistas. Lo que nosotros queremos deducir es lo siguiente: desde el momento que los capitalistas no pueden emplear sus capitales sin ayuda del trabajador, resulta que éste es el factor más importante de la producción y que lógicamente a él debe corresponder la mejor parte del producto. Pues ¿cómo es que los capitalistas absorben la mejor parte, y cuanto menos producen, más gozan? ¿Cómo es que cuanto más producen los trabajadores, más probabilidades de paro acumulan y menos probabilidades tienen de consumir? ¿Cómo es que cuanto más se llenan de productos los almacenes, más hambre tienen los productores y lo que debería ser un manantial de riqueza y de goce generales, se convierte en manantial de miseria para los productores?
Claramente resulta de todo eso que la propiedad individual no es accesible más que para aquellos que explotan a sus semejantes; la historia de la Humanidad demuestra que esa forma de la propiedad no fue de las primeras asociaciones humanas, hasta que estuvo muy adelantada su evolución, cuando empezó la familia a desprenderse de la promiscuidad, y entonces la propiedad individual empezó a aparecer en la propiedad común de la clase o de la tribu.
Nada probaría esto contra su legitimidad si tal apropiación no se hubiera verificado arbitrariamente; lo decimos sólo para demostrar a los burgueses (que han querido argumentar en su favor suponiendo que la propiedad fue siempre lo que es hoy) que ese argumento no tiene valor alguno para nasotros.
Aparte de esto, los que tanto declaman contra los anarquistas que invocan la fuerza para desposeerlos, ¿se mantuvieron con miramientos para desposeer a la nobleza en 1789 y burlar a los aldeanos, que los ayudaron ahorcando hidalgos, destruyendo archivos y apoderándose de los bienes señoriales?
¿Las confiscaciones y ventas, ficticias o a precios irrisorios, no tuvieron por objeto despojar a los poseedores de entonces y al pueblo que aguardaba su parte, para aprovecharse de ellos? ¿No usaron el derecho de la fuerza, que disfrazaron y sancionaron con comedias legales? ¿No fue aquel despojo una iniquidad mayor (suponiendo que el que reclamamos lo sea, lo cual negamos) puesto que no se hizo en beneficio de la colectividad, sino que contribuyó únicamente a enriquecer a algunos traficantes que se apresuraron a declarar la guerra a los aldeanos (que habían asaltado los castillos), fusilándolos y tratándolos de bandidos?
Mal hacen, pues, los burgueses llamando ladrones a quienes quieren obligarles a restituir su propiedad, porque no es más que el producto de un robo.
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