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CAPÍTULO TERCERO
FORMACIÓN DEL CAPITAL SOCIAL
Una vez admitido, con la firme voluntad de respetarlo, el principio de la nueva institución, es a saber, la identidad de los comanditarios y los clientes, desaparecen todas las dificultades relativas a la formación del capital social, a las operaciones de la Compañía, a su administración, a su extensión, etc.
Mas ¿cómo, se dirá, se ha de poder interesar al público por una empresa de interés general, que ha de obrar exclusivamente por satisfacerle, sin intención egoista de ningún género, cuando ese público se compone de individuos a quienes mueve sólo la esperanza del lucro o el interés privado?
¿Cómo encontrar para una sociedad tal, gente dispuesta á dar fondos, accionistas?
Por de pronto el público, el de los productores, que es al que pensamos principalmente dirigirnos, tiene poco dinero o ninguno; y ya que lo tenga, lo quiere para servirse de él y no para prestarle; es avaro de sus capitales y nada amigo de soltarlos.
Sería luego desconocer el corazon humano suponer al hombre dispuesto a poner su dinero en especulaciones de esta especie. El interés de todos no es el de nadie. Se tiene dinero para satisfacer su ambicion, sus pasiones, sus placeres, no para una obra de filantropía. Se compran billetes de lotería y acciones de beneficio; se juega hasta con los valores de peor género, porque si bien es verdad que las probabilidades de buen éxito son insignificantes, no lo es menos que en el caso de obtenerlo, los beneficios son enormes. Pero por lo general nadie compra garantias.
Un fabricante, creyendo que puede dar un buen golpe, empleará 100.000 francos en primeras materias, y no dará un sueldo por asegurarse su expendicion. ¡Cuán pocos son los que ni áun por un ligero sacrificio se aseguran contra la falta de trabajo, el exceso de producción, las quiebras, la muerte!
¿Cómo pues, repetimos, vencer aquí esa primera dificultad, escollo ordinario de todas las sociedades comanditarias, la formacion del capital?
En el capítulo anterior, tratando de la formación de la Sociedad, hemos sentado como principio de derecho o base principal, el llamamiento a comanditarios de los que han de ser clientes de la Compañía.
Partamos de ahí, y sentemos de nuevo como principio de economía o base científica el conocido aforismo: Los productos se cambian con productos, principio incontestable, pero hasta aquí estéril en manos de los economistas, que se han limitado a consignarlo sin hacer de él la menor aplicación.
Puesto que la Sociedad se compone de productores, y su primer objeto es la expendición o la venta de los productos, no hay inconveniente, antes todo género de ventajas, en recibir gran parte del valor de las acciones suscritas, no ya en metálico, sino en mercaderías, es decir, en productos, exigiendo en dinero sólo el pago del décimo.
La Compañía procederá desde luego a la venta de esos géneros, cobrando por ellos la comisión oportuna, y pasará naturalmente lo que produzcan al haber de la cuenta de los accionistas, que por este medio habrán realizado estas acciones casi sin soltar un cuarto.
Las acciones serán de 100 francos y al portador; y producirán un interés anual de 4 por 100 que garantirá el Estado, el cual, como iniciador del pensamiento, y tambien para dar impulso a la Sociedad, cederá además por tres años, en beneficio de la Compañía, el precio de arriendo del Palacio de la Industria.
¿Quién no verá que, bajo estas condiciones, tomar una acción equivale a una verdadera venta de productos a tres, ó cuando más a seis meses de plazo, puesto que la acción, estando garantido su interés, no es más ni ménos que una especie de moneda igual a los bonos del Tesoro y a los billetes del Banco?
Por esta combinación, en efecto, las acciones no son ya un valor aleatorio, susceptible de alza ni de baja; son títulos de renta que no pueden perder sino porque quiebre la Sociedad o se incendien sus almacenes, eventualidades ambas que sabrá prevenir sin duda la constitución, es decir, los estatutos y reglamentos de la Compañía.
Quebrando la Sociedad, o quemándose sus almacenes, desaparecerian los valores que las acciones representasen; mas, léjos de que esto pueda suceder, esa masa de valores ha de ir por lo contrario aumentando con el tráfico y las operaciones de la Compañía, en atención a que reduciéndose éstas a ventas y cambios, no tienen tampoco nada de aleatorio, ántes son tanto o más seguras que las de los caminos de hierro.
No sólo está por lo tanto asegurada la constitucion del capital social, 25, 50, 100 millones, sino que se puede además decir que, áun cuando la Sociedad no hiciese otra cosa, con sólo limitarse á recibir suscriciones de acciones pagaderas en productos, tendria tanto capital como quisiera, pues estando reducida la manera de realizar las acciones a convertir mercancías en numerario por medio de la venta, y luego a convertir ese numerario en títulos de renta con interés de 4 por 100, es como si el Banco de Francia se ofreciese a tomar a los industriales de París todas sus mercancías en cambio de sus billetes, y les diese por añadidura el interés de 4 por 100, que éstos no producen.
Al llegar aquí dudamos de que deje de preguntársenos: Mas ¿cómo no se ha realizado nunca una idea tan sencilla?
A esto responderemos que por una razon más sencilla todavía; y es, que para formar una sociedad comanditaria de este género, y determinar la realizacion de las acciones, mercancías ó productos, se necesitaba un concurso de voluntades que en la situación actual de la sociedad sólo podrian facilitar la iniciativa y la garantía del Estado, y precisamente el Estado no podia concebir semejante idea, gracias a sus preocupaciones aristocráticas y tradicionales, y a que anda siempre más solícito e inquieto por la fortuna de los privilegiados que por el bien del país y la utilidad pública.
Ahora bien, por más que haya entrado hace ya años en el dominio público el sistema de formación de capital que proponemos para la Sociedad del Palacio de la Industria; por más que lo encontremos en casi todas las sociedades de cambio antes mencionadas; por más que haya hecho ruido despues de la polémica de estos últimos tiempos, y se le vea admitido hasta en la práctica por los establecimientos que parecen aceptarle ménos, tales como el Crédito Moviliario, la Caja Nacional y el Banco de Francia; el hecho es que no se le ha realizado jamás en su poderosa sencillez, y es para nosotros dudoso que sin la iniciativa del Estado llegue a serlo en mucho tiempo por la sola fuerza de la opinion pública.
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