Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo séptimo de la primera parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo noveno de la primera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Primera parte

Capítulo octavo

Cómo la igualdad sugiere a los norteamericanos la idea de perfectibilidad indefinida del hombre

La igualdad sugiere a los hombres muchas ideas que no se les ocurrirían sin ella, y modifica casi todas las que tenían formadas. Tomo, por ejemplo, la idea de la perfectibilidad humana, porque es una de las principales que puede concebir la inteligencia y la que constituye por sí sola una gran teoría filosófica, cuyas consecuencias se dejan ver a cada paso en la práctica de los negocios.

Si bien el hombre se parece en muchas cosas a los animales, hay, sin embargo, una circunstancia particular, que es la perfección, que lo distingue de ellos, porque éstos no se perfeccionan y él puede fácilmente conseguirlo. La especie humana ha reconocido desde su origen esta diferencia, y la idea de la perfectibilidad es tan antigua como el mundo, debiendo advertirse que la igualdad no es la que la ha creado, sino que ella le ha dado su nuevo carácter.

Cuando los ciudadanos están clasificados según la calidad, la profesión y el nacimiento, y todos se ven forzados a seguir el camino a cuya entrada los colocó la casualidad, cada uno cree ver cerca de sí los últimos límites del poder humano y ninguno pretende luchar contra un destino inevitable. Los pueblos aristocráticos no niegan al hombre la facultad de perfeccionarse, ni la juzgan indefinida; conciben la mejora, mas no el cambio completo; se imaginan que la condición de las sociedades puede ser más ventajosa, pero no llegar a ser distinta, y conviniendo en que la humanidad ha hecho grandes progresos, y que puede hacer algunos todavía, la encierran desde luego dentro de ciertos límites que no puede traspasar. Jamás creen haber llegado al bien supremo y a la Verdad absoluta (¿Qué pueblo o qué hombre ha sido tan insensato para figurárselo nunca?); mas, sin embargo, quieren persuadirse de que han alcanzado el nivel de grandeza y de saber que nuestra naturaleza imperfecta permite, y como nada se mueve alrededor de ellos, les parece que todo está en su lugar. Entonces es cuando el legislador intenta promulgar leyes eternas, cuando los pueblos y los reyes quieren levantar sólo monumentos seculares y cuando la generación presente se encarga de ahorrar a las venideras el cuidado de arreglar sus destinos.

A medida que las castas desaparecen; que se aproximan las clases; que, mezclándose los hombres en tropel, varían los usos, las costumbres y las leyes; que sobrevienen hechos nuevos y salen a luz verdades recientes; que las antiguas opiniones desaparecen y son reemplazadas por otras, la imagen de una perfección ideal y siempre fugitiva, se presenta al espíritu humano, y a cada instante suceden grandes mudanzas a los ojos de cada hombre; los unos empeoran su posición y comprenden perfectamente que un pueblo o un individuo, por esclarecido que sea, no es infalible; los otros mejoran su suerte y demuestran, por consecuencia, que el hombre en general está dotado de la facultad indefinida de perfeccionarse. Sus desgracias le dan a conocer que ninguno puede lisonjearse de haber descubierto el bien absoluto, y sus éxitos felices lo animan a seguirlo sin descanso, de modo que, buscando siempre, cayendo, levantándose, frecuentemente alucinado y nunca desalentado, tiende sin cesar hacia esa grandeza inmensa, que percibe confusamente al fin de la carrera que la humanidad debe andar todavía.

Es imposible imaginar los hechos que provienen de esta teoría filosófica, por la cual el hombre es infinitamente susceptible de perfección, y la poderosa influencia que ejerce sobre aquellos mismos que, habiéndose ocupado en obrar, pero nunca en pensar, parecen conformar con ella sus acciones, sin conocerla.

Si al encontrar a un marinero norteamericano, le preguntase por qué razón los buques de su país están construidos como para tener poca duración, él me respondería sin vacilar que el arte de la navegación hace cada día progresos tan rápidos, que el navío más hermoso vendría a ser muy pronto inútil si durase más allá de un corto número de años. Estas palabras, pronunciadas tal vez sin pensarlas por un hombre tosco y a propósito de un hecho particular, me hacen descubrir fácilmente la idea general y sistemática por cuya influencia conduce un gran pueblo todas las cosas.

Las naciones aristocráticas están naturalmente inclinadas a estrechar demasiado los límites de la perfectibilidad humana y las democráticas los extienden, algunas veces sin medida.

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