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LIBRO SEGUNDO
Segunda parte
Capítulo sexto
Reación que existe entre las asociaciones y los periódicos
No estando los hombres ligados entre sí de un modo sólido y permanente, no puede lograrse que un gran número obre en común, a no ser que se persuada a cada uno de aquéllos cuyo concurso es necesario, de que su interés particular los obliga a unir sus esfuerzos a los de todos los demás.
Esto no se puede hacer habitual y cómodamente, más que con la ayuda de un diario. Sólo él puede llevar a la vez a mil espíritus el mismo pensamiento.
Un diario es un consejero a quien no hay necesidad de ir a buscar, porque se presenta todos los días por sí mismo y habla brevemente del negocio común, sin distraer de los negocios particulares. Los periódicos se hacen más necesarios a medida que los hombres son más iguales y es más de temer el individualismo. Sería disminuir su importancia pensar que no sirven sino para garantizar la libertad, cuando sostienen y conservan igualmente la civilización.
No negaré que, en los países democráticos, los diarios llevan frecuentemente a los ciudadanos a realizar, en común, empresas disparatadas; pero, si no existiesen éstos, apenas habría acción común. Así, pues, el mal que producen es infinitamente menor que el que remedian. Un diario, no solamente tiene por objeto sugerir a un gran número de hombres el mismo designio, sino que también les suministra los medios de ejecutar en común lo que han concebido por sí solos.
Los ciudadanos más notables que habitan en un país aristocrático se descubren desde lejos, y si quieren reunir sus esfuerzos caminan los unos hacia los otros arrastrando consigo a la multitud.
En los países democráticos sucede muchas veces lo contrario; un gran número de hombres que tienen el deseo o la necesidad de asociarse, no pueden hacerlo, porque siendo todos muy pequeños y estando perdidos entre la multitud, no se ven ni saben en dónde encontrarse. Aparece un periódico, que expone a los ojos del público el sentimiento o la idea que se presentó simultáneamente y en forma separada a cada uno de ellos; entonces todos se dirigen hacia esta luz, y aquellos espíritus vacilantes que se buscaban hacía largo tiempo en las tinieblas, se encuentran al fin y se reúnen.
El periódico, después de haberlos reunido, continúa siéndoles necesario para mantenerlos unidos.
Para que una asociaCión tenga algún poder en un pueblo democrático, es necesario que sea numerosa y como los que la componen están ordinariamente diseminados en un gran espacio y cada uno de ellos tiene que permanecer en el lugar que habita, ya sea por la mediocridad de su fortuna o por la gran cantidad de pequeños cuidados que exige, les es indispensable hallar un medio de hablarse todos los días, sin verse, y marchar de acuerdo, sin estar reunidos. Por lo tanto, no hay ninguna asociación democrática que no tenga necesidad de un periódico.
Entre las asociaciones y los periódicos existe, pues, una relación necesaria. Los periódicos forman las asociaciones y las asociaciones hacen los periódicos, y si es cierto como se ha dicho que las asociaciones deben multiplicarse a medida que las condiciones se igualan, no lo es menos que el número de periódicos crece a medida que las asociaciones aumentan.
Por esto, Norteamérica es el país del mundo en que se encuentran a la vez más asociaciones y más periódicos.
Esta relación entre el número de periódicos y el de asociaciones, nos conduce a descubrir otra, entre el estado de la prensa periódica y la forma de la administración del país, y nos enseña que el número de periódicos de un pueblo democrático debe disminuir o crecer, a medida que la centralización administrativa es más o menos grande, porque en los pueblos democráticos no puede confiarse, como en los aristocráticos, el ejercicio de los poderes locales a los principales, y es preciso abolir estos poderes o extender su uso a un gran número de hombres. Éstos forman una verdadera asociación establecida por la ley de un modo permanente, para la administración de una parte del territorio, y tienen necesidad de que un diario venga a buscarlos cada día en medio de sus quehaceres y les diga en qué estado se encuentran los asuntos públicos. Mientras más numerosos son los poderes locales, mayor es el número de los que la ley llama a ejercerlos, y cuanto más se multiplican los diarios, tanto más esta necesidad se hace sentir a cada instante.
La división infinita del poder administrativo, más que la gran libertad política y la independencia absoluta de la prensa, es lo que multiplica tan singularmente los diarios en Norteamérica. Si todos los habitantes de la Unión fueran electores, bajo un sistema que limitase su derecho electoral a la elección de los legisladores del Estado, no necesitarían sino de un corto número de diarios, porque no tendrían más que algunas ocasiones, muy raras aunque muy importantes, de obrar juntos; pero, dentro de la gran asociación nacional, la ley ha creado en cada provincia, en cada ciudad y, por decirlo así, en cada pueblo, pequeñas asociaciones que tienen por objeto la administración local. De este modo, el legislador ha obligado a cada norteamericano a concurrir diariamente, con algunos de sus conciudadanos, a una obra común, y todos necesitan, por consecuencia, un diario que les diga lo que hacen los demás.
Creo que un pueblo democrático (1) que no tuviese representación nacional sino un gran número de pequeños poderes locales, concluiría por poseer más diarios que otro cuya administración centralizada existiera al lado de una legislatura electiva. Lo que mejor explica el desarrollo prodigioso que ha tomado la prensa periódica en los Estados Unidos, es el hecho de que la más grande libertad nacional se combina entre los norteamericanos con las libertades locales de toda especie.
Se cree generalmente, en Francia e Inglaterra, que basta con abolir los impuestos de la prensa" para aumentar indefinidamente el número de periódicos. Esta opinión exagera mucho los efectos de una reforma semejante. Los diarios no se multiplican sólo porque sean baratos, sino según la necesidad más o menos frecuente que tiene un gran número de hombres de comunicarse y de obrar en común. Yo atribuiría también el poder creciente de los diarios a razones más generales de las que se alegan frecuentemente para explicarla. Un diario no puede subsistir, sino a condición de reproducir una doctrina o un sentimiento común a un gran número de hombres: representa siempre a una asociación cuyos miembros son sus lectores habituales.
Esta asociación puede ser más o menos definida, más o menos estrecha, más o menos numerosa; pero siempre existe su germen en los espíritus, puesto que el periódico no muere.
De aquí nace otra reflexión que terminará este capítulo. Cuanto más iguales se hacen las condiciones, tanto más débiles son los hombres individualmente, con tanta más facilidad se dejan arrastrar por la corriente de la multitud y más trabajo les cuesta mantenerse solos en una opinión que ella abandona.
El diario representa a la asociación y puede decirse que habla a cada uno de sus lectores en nombre de todos los demás; los arrastra con tanta más facilidad cuanto más débiles son individualmente.
El imperio de los diarios debe, pues, crecer a medida que los hombres se igualan.
Notas
(1) Dije un pueblo democrático. La administración puede estar muy descentralizada en un pueblo aristocrático, sin que la necesidad de los periódicos se sienta, porque los poderes locales están entonces en las manos de un número muy pequeño de personas que actúan aisladamente o que se conocen y pueden verse y entenderse.
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