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LIBRO SEGUNDO
Segunda parte
Capítulo décimo
El gusto por el bienestar material en Norteamérica
La pasión del bienestar material no es siempre exclusiva de Norteamérica, pero es general, y si no la experimentan todos del mismo modo, al menos todos la sienten. El cuidado de satisfacer las más mínimas necesidades del cuerpo y de proveer a las pequeñas comodidades de la vida, preocupa allí universalmente a los espíritus. Se ve, cada día más, alguna cosa semejante en Europa.
Entre las causas que producen efectos iguales en los dos mundos, hay muchas que se acercan a la materia de que trato y, por consiguiente, debo explicarlas.
Cuando las riquezas se consolidan hereditariamente en las mismas familias, se ve un gran número de hombres que gozan del bienestar material, sin experimentar el gusto exclusivo del bienestar. Lo que interesa más vivamente en el corazón humano, no es la pacífica posesión de un objeto precioso, sino el deseo no completamente satisfecho de poseerlo y el temor incesante de perderlo.
Los ricos de las sociedades aristocráticas, no habiendo conocido nunca un estado diferente de aquel en que se hallan, no temen el cambio y apenas se imaginan que pueda haberlo. El bienestar material no es, pues, para ellos, el objeto primitivo de su vida, sino una manera de vivir. Lo consideran en cierto modo como la existencia misma, y lo gozan sin pensar en él.
Cuando el gusto natural que por instinto sienten todos los hombres por el bienestar se halla así satisfecho, sin pena y sin temor, dirigen su alma hacia otra parte y la interesan en empresas más grandes y más difíciles, que la animen y seduzcan.
Así es como en el seno mismo de los goces máteríales, los miembros de una aristocracia dejan frecuentemente ver un orgulloso desprecio por estos mismos goces y tienen una fortaleza singular cuando es menester privarse de ellos. Todas las revoluciones que han turbado o destruido las aristocracias, han mostrado la facilidad con que gente acostumbrada a lo superfluo, podía pasar sin lo necesario, mientras que hombres que con mucho trabajo han llegado a la comodidad, apenas pueden vivir después de haberla perdido.
Si de las clases superiores desciendo a las inferiores, veré sin duda efectos análogos, producidos por causas diferentes.
En las naciones en que la aristocracia domina la sociedad y la tiene inmóvil, el pueblo acaba por habituarse a la pobreza y los ricos a su opulencia. Los unos no se ocupan del bienestar material, porque lo poseen sin trabajo; los otros no piensan en él, porque tienen perdida la esperanza de adquirirlo y ni aun lo conocen bastante para desearlo.
En esta clase de sociedades, la imaginación del pobre se dirige siempre hacia el otro mundo y, aunque las miserias de la vida real la estrechen se separa, sin embargo, de ellas para buscar fuera de sus goces. Cuando las clases al contrario, se confunden y los privilegios están destruidos; cuando los patrimonios se dividen y las luces y la libertad se extienden, el deseo de adquirir el bienestar se presenta a la imaginación del pobre y el temor de perderlo, al espíritu del rico. Se establecen una infinidad de fortunas mediocres; los que las poseen tienen bastantes goces materiales para comprender el gusto de ellas, pero no los suficientes para estar satisfechos; jamás se los procuran sino con esfuerzos, ni se entregan a ellos sino con temor, y así se aplican constantemente a adquirir y a retener estos goces tan preciosos, tan incompletos y tan fugitivos.
Si busco una pasión que sea natural a los hombres, que la obscuridad de su origen o la mediocridad de su fortuna excitan y limitan, no encuentro ninguna más propia que el gusto por el bienestar. La pasión del bienestar material es esencialmente pasión de la clase media; se engrandece, se extiende y se hace preponderante con ella; de aquí se eleva a las clases superiores de la sociedad y desciende hasta el seno del pueblo.
No he visto en Norteamérica un ciudadano pobre que no eche una mirada de esperanza y de envidia hacia los goces de los ricos, y cuya imaginación no se apodere anticipadamente de los bienes que la suerte se obstina en rehusarle. Tampoco he visto, entre los ricos de los Estados Unidos, ese soberbio desdén por el bienestar material que se muestra algunas veces hasta en el seno de las aristocracias mas opulentas y relajadas. La mayor parte de estos ricos han sido pobres, han sentido el aguijón de la necesidad, por largo tiempo han combatido contra una suerte que se les resistía y cuando han obtenido la victoria, sobreviven aún las pasiones que les han acompañado en la lucha y quedan como embriagados en medio de estos pequeños goces que han buscado con empeño por espacio de cuarenta años.
Esto no quiere decir que no se encuentre en los Estados Unidos, como en todas partes, un crecido número de ricos que, teniendo sus bienes por herencia, posean sin esfuerzo inmensas fortunas que no han adquirido; pero estos mismos, sin embargo, no son menos aficionados a los goces de la vida material. El amor al bienestar ha llegado a ser el gusto nacional y dominante, y la gran corriente de las pasiones humanas va hacia este lado, arrastrando todo en su curso.
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