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LIBRO SEGUNDO

Tercera parte

Capítulo séptimo

Influencia de la democracia en los salarios

La mayor parte de las observaciones que he hecho, al hablar de los señores y de los sirvientes, pueden aplicarse a los patronos y a los obreros.

A medida que las reglas de la jerarquía social se observan menos, mientras los grandes se humillan, los pequeños se elevan y la pobreza y la riqueza dejan de ser hereditarias, se ve disminuir diariamente la distancia de hecho y de opinión que separaba al obrero del patrón.

El primero concibe una idea más alta de sus derechos, de su porvenir y de sí mismo; una nueva ambición, nuevos deseos le llenan y nuevas necesidades le cercan. A cada momento echa sus codiciosas miradas sobre las ganancias del que lo emplea; con objeto de participar de ellas, se esfuerza en poner su trabajo a precio más alto, y concluye por conseguirlo casi siempre.

Así, en los países democráticos, como en todos los demás, la mayoría de las industrias son dirigidas con pocos gastos por hombres cuya riqueza y cuyas luces no los colocan sobre el nivel común de los que emplean. Esos empresarios de industria son muy numerosos; sus intereses difieren y, por lo tanto, no pueden fácilmente ponerse de acuerdo entre sí ni combinar sus esfuerzos.

Por otra parte, los obreros tienen casi todos algunos recursos asegurados que les permiten rehusar sus servicios cuando no se les paga lo que considieran como justa retribución de su trabajo, y en la lucha continua de estas dos clases por los salarios, las fuerzas se dividen y el éxito alterna.

Debe creerse que, a la larga, el interés de los obreros prevalecerá, porque los buenos salarios que han obtenido los hacen cada día más independientes y pueden obtener con más facilidad un aumento de salario. Tomaré como ejemplo la industria que en nuestros días es más general entre nosotros y en casi todas las naciones del mundo: el cultivo de la tierra.

La mayor parte de los que en Francia ajustan sus servicios para cultivar el terreno, poseen siempre alguna cosa que, en caso de necesidad, les puede servir para subsistir sin trabajar para otro. Cuando vienen a ofrecer sus brazos al dueño o al arrendatario vecino y no se les da un cierto salario, se retiran a su pequeño dominio y aguardan que se les presente otra ocasión.

Pienso que, en general, puede decirse que el aumento lento y progresivo de los salarios es una de las leyes generales que rigen las sociedades democráticas. A medida que las condiciones se hacen más iguales los salarios se elevan y, a medida que los salarios son más altos, las condiciones se igualan. Mas ahora se encuentra desgraciadamente una gran excepción.

He hecho ver en el capítulo precedente cómo la aristocracia, huyendo de la sociedad política, se había retirado a ciertas partes del mundo industrial y establecido allí su imperio bajo otra forma diferente: esto influye poderosamente en la tasa de los salarios.

Como para emprender las grandes industrias de que hablo es preciso ser ya muy rico, el número de los que las emprenden es muy corto, y, siendo así, pueden unirse entre ellos y fijar al trabajo el precio que les acomode.

Por el contrario, los obreros son siempre muchos y su número crece hasta lo infinito, porque ocurren de tiempo en tiempo sucesos extraordinarios que aumentan los salarios sin límite alguno y atraen hacia las fabricas las poblaciones vecinas. Mas, una vez que los hombres entran en tal carrera, hemos observado que no pueden salir de ella, porque adquieren hábitos de cuerpo y de espíritu que los inhabilitan para cualquier otro trabajo.

Estos hombres, por lo regular, tienen pocas luces, pocos recursos y pocas iniciativas y están casi siempre a la discreción de su patrón. Cuando por alguna competencia u otras causas fortuitas, se disminuyen las utilidades de éste, puede fácilmente reducir los salarios a su arbitrio y recuperar con ello lo que la suerte le quita.

Si por algún tiempo rehusan de común acuerdo los obreros el trabajo, como el dueño es un hombre rico, puede esperar sin arruinarse a que la necesidad los obligue a presentarse de nuevo; pero ellos necesitan trabajar todos los días para no morirse de hambre, pues no tienen más propiedad que sus brazos, y como la opresión los ha empobrecido con anterioridad, son más fáciles de oprimir a medida que se hacen más pobres. Es un círculo vicioso del que no pueden salir de modo alguno.

Nada tiene de extraño que, después de haber subido algunas veces de repente los salarios, bajen de un modo permanente, al paso que en las otras profesiones el precio del trabajo, que no crece en general sino poco a poco, se aumenta sin cesar.

Tal estado de dependencia y de miseria, en la que se encuentra en nuestros días una parte de la población industrial, es un hecho excepcional y contrario a todo lo que lo rodea; por esto mismo, no hay ninguno más grave ni que merezca más la atención particular del legislador, pues es muy difícil, cuando la sociedad entera se conmueve, conservar una clase inmóvil y, cuando se dirige incesantemente el mayor número hacia la prosperidad, hacer que algunos soporten con tranquilidad sus deseos y sus necesidades.

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