LIBRO SEGUNDO
Tercera parte
Capítulo vigésimo
La influencia de los empleos en ciertas naciones democráticas
Desde que un ciudadano en los Estados Unidos tiene algunas luces y cuenta con algunos recursos, trata de enriquecerse en el comercio y en la industria, o bien compra un campo cubierto de maleza y lo cultiva. Todo lo que pide al Estado es que no se le perturbe en sus labores y se le asegure su fruto.
En la mayor parte de los pueblos europeos, cuando un hombre empieza a conocer sus fuerzas y a extender sus deseos, la primera idea que se le presenta es la de obtener un empleo público. Estos diferentes efectos, producidos por una misma causa, merecen que nos detengamos a considerarlos.
Cuando los empleos públicos son pocos, mal dotados e inestables, y por otra parte las carreras industriales son numerosas y productivas, hacia la industria y no hacia la administración se dirigen los nuevos e impacientes deseos que hace nacer a cada instante la igualdad.
Pero, al mismo tiempo que las clases se igualan, si las luces continúan siendo incompletas, o los espíritus tímidos, o el comercio y la industria están detenidos en su vuelo, no ofrecen sino medios difíciles y lentos de hacer fortuna. Es entonces cuando los ciudadanos, desesperando de mejorar por sí mismos su suerte, corren en tropel hacia el jefe del Estado, a pedirle protección. Gozar más comodidad a costa del tesoro público les parece, si no la única vía, al menos la más fácil de todas para salir de esa condición que no les satisface, y los empleos son la industria más concurrida.
Así debe suceder, sobre todo, en las grandes monarquías centralizadas, donde el número de las funciones retribuidas es inmenso, y la existencia de los funcionarios se halla bien asegurada. Entonces nadie desespera de tener un destino y gozar pacíficamente de él como de un patrimonio.
No diré que este deseo universal e inmoderado de las funciones públicas, es un gran mal social, que destruye en cada nación el espíritu de independencia y derrama en todo el cuerpo social un humor servil y venal y que sofoca en él las virtudes varoniles. No señalaré tampoco que una industria de esta clase, no crea más que una actividad improductiva y agita al país sin fecundarlo, pues todo esto se concibe fácilmente.
Quiero, sí, hacer ver que el gobierno que favorece una tendencia semejante, arriesga su tranquilidad y pone en gran peligro su existencia. Sé que en un tiempo como el nuestro, en el que se ve extinguirse gradualmente el amor y el respeto que en otra época se tenía al poder, puede parecer necesario a los gobernantes encadenar más estrictamente a cada hombre por su interés; y servirse de sus mismas pasiones para conservarlo en el orden y en el silencio; mas esto no puede durar largo tiempo, y lo que parece en cierto periodo un elemento de fuerza, se transforma con el tiempo en una causa poderosa de trastorno y de debilidad.
En los pueblos democráticos, como en todos los demás, el número de empleados públicos acaba por tener un límite; pero el de los ambiciosos no lo tiene y crece sin cesar por un movimiento gradual e irresistible, a medida que las condiciones se igualan, y no se limita sino cuando faltan los hombres.
Cuando la ambición no tiene más punto de vista que los empleos, el gobierno encuentra una oposición permanente, porque se ve reducido a satisfacer, con medios limitados, deseos que no tienen límite. Es preciso convencerse de que, entre todos los pueblos del mundo, ei más difícil de contener y dirigir, es el que se compone de solicitantes. Por muchos esfuerzos que hagan los jefes, no pueden jamás satisfacerlos y debe temerse siempre que echen por tierra la constitución del país y logren conmover al Estado sólo con el fin de que haya empleos vacantes.
Los príncipes de nuestro siglo, que se esfuerzan en contentar y en atraer hacia ellos solos todos los nuevos deseos que suscita la igualdad, acabarán, si no me equivoco, por arrepentirse de semejante empresa: descubrirán un día que han aventurado su poder al quererlo hacer tan necesario, y que hubiera sido más razonable y seguro enseñar a cada uno de sus súbditos el arte de satisfacerse por sí mismo.