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LIBRO SEGUNDO
Primera parte
Advertencia del autor al
LIBRO SEGUNDO
Los norteamericanos tienen un Estado social democrático que les ha sugerido, naturalmente, ciertas leyes y costumbres políticas.
Este mismo Estado social ha hecho nacer entre ellos una gran cantidad de sentimientos y de opiniones que desconocían las antiguas sociedades aristocráticas de Europa, destruyendo o modificando relaciones que existían de antiguo y estableciendo otras nuevas. El aspecto de la sociedad civil no ha cambiado menos que la fisonomía del mundo político.
De lo primero traté en la obra que publiqué hace cinco años, acerca de la Democracia norteamericana, y el segundo hecho es objeto del presente libro. Estas dos partes no forman, pues, sino una sola obra.
Es preciso, desde luego, que prevenga al lector contra un error que me sería muy perjudicial.
Viéndoseme atribuir tan diversos efectos a la igualdad, podría creerse que la considero como la causa única de todo lo que sucede en nuestros días. Para ello sería necesario suponer en mí un criterio mezquino.
Existen hoy muchas opiniones, sentimientos e inclinaciones que deben su origen a hechos extraños y aun contrarios a la igualdad. Así es, que si tomo por ejemplo a los Estados Unidos, fácilmente probaré que la naturaleza del país, el origen de sus habitantes, la religión de los primeros fundadores, los conocimientos que han adquirido y sus costumbres anteriores, han ejercido y ejercen, independientemente de la democracia, una influencia inmensa en su modo de pensar y de sentir. En Europa se encontrarían varias causas, distintas también del hecho de igualdad, que explicarían una gran parte de lo que allí pasa.
Reconozco la existencia de todas esas causas y su poder; pero no es mi propósito hablar de ellas, porque no pretendo dar la razón de todas nuestras inclinaciones e ideas, y quiero solamente hacer ver hasta qué punto la igualdad ha modificado unas y otras.
Se extrañará que, creyendo yo firmemente que la revolución democrática de que somos testigos es un hecho irresistible contra el cual ni sería prudente ni útil luchar, dirija con frecuencia en este libro reconvenciones a las sociedades democráticas que esta revolución ha creado. Responderé sencillamente que esto depende, no de que sea enemigo de la Democracia, sino de que he querido ser sincero respecto a ella.
Los hombres no conocen la verdad por boca de sus enemigos, y sus amigos se la ofrecen raras veces. He aquí la razón en que me he fundado para decírsela.
Creo que habrá muchos que se encargarán de anunciar los bienes que la igualdad promete a los hombres; pero también, que muy pocos se atreverán a señalar de lejos los peligros con que ella los amenaza. Hacia estos peligros he dirigido principalmente mi atención y, creyendo haberlos descubierto con claridad, no he podido decidirme a callarlos.
Espero que se encontrará en esta segunda obra la misma imparcialidad que se ha debido notar en la primera. Situado en medio de las opiniones contrarias que nos dividen, he procurado ahogar momentáneamente en mi corazón las simpatías favorables a los sentimientos opuestos que me inspira cada una de ellas. Si los que leyeren mi libro encontrasen una sola frase cuyo objeto sea alabar a alguno de los grandes partidos que han agitado a nuestro país, o a alguna de las pequeñas facciones que lo inquietan y enervan, que estos lectores levanten la voz y me acusen.
El tema que he querido abrazar es inmenso; pues comprende la mayor parte de los sentimientos e ideas que nacen del nuevo estado del mundo.
Tal objeto sobrepasa, indudablemente, a mis fuerzas, y al tratarlo no he quedado del todo satisfecho; pero, si no he podido lograr el fin que me he propuesto, el lector me hará, al menos, la justicia de creer que concebí y seguí mi empresa con la idea de que podía hacerme digno de éxito.
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