Índice de El comunismo libertario y el regimen de transición de Christian CornelissenCapítulo sextoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VII

¿Existirá un gobierno en una sociedad comunista libertaria?

Al plantear, en su época, la cuestión de saber cuál es el mejor gobierno, Juan Jacobo Rousseau hizo ya observar que se hace así una cuestión tan insoluble como indeterminada,- o si se quiere, tiene tantas buenas soluciones como combinaciones posibles hay en las posiciones absolutas y relativas de los pueblos.

En efecto, la dirección general y superior -el gobierno de una nación o lo que se llama en la sociedad moderna el Estado- se establece por una larga evolución, y continúa desarrollándose constantemente.

Cada pueblo tlene el Gobierno que se merece, es un dicho conocido. Un anarquista individualista me decía un día, cuando yo me llamaba sindicalista: Los presidentes y los secretarios de vuestros sindiatos, podéis llamarlos revolucionarios o reformistas, serán vuestros futuros amos. No existe diferencia entre ellos y los altos funcionarios del Estado.

Y yo hube de responder: Si han de ser vuestros futuros amos, será porque lo merecéis, porque no sabréis sujetarlos.

De igual modo, estamos convencidos por cierto de que el Estado, en la Rusia soviética, es más despótico y más anti-democrático que el Estado en Inglaterra, en Francia, en Holanda o en Suiza; pero, tomando en consideración el carácter del pueblo ruso, estamos tan ciertos de que el Gobierno de los Soviets no ha podido obrar de manera distinta a como lo ha hecho.

Si un Gobierno se muestra demasiado retrógrado en presencia de las condiciones económicas y sociales del país, será arrastrado por los acontecimientos y derribado o bien forzado a seguir la evolución general; si, en cambio, se muestra accidentalmente muy avanzado, bien a consecuencia de una revolución reciente o ya debido a reformas legislativas muy evolucionadas para responder a la situación general de un país, sigue inevitablemente una reacción sobre la revolución o también las reformas prematuras quedan como letra muerta y no se aplican o se aplican muy poco.

Los comunistas libertarios deberán tener en cuenta esta ley general de la evolución del Estado; pues si sólo se preocupan de la teoría y no de las posibilidades de su aplicación práctica, su obra será esteril.

Hay camaradas entre los anarquistas que reclaman la abolición pura y simple del Estado.

Si ellos comprenden, bajo el término de Estado, el conjunto de los aparatos de administración y de coerción que representan los intereses de las clases dirigentes y sobre el cual basa hoy todo Gobierno su poder en los países modernos, esos camaradas tienen, desde luego, razón. El Estado actual que se dice ser el representante de la colectividad, mientras que es solamente el representante de una casta, debe desaparecer. Debe evolucionar como la Humanidad en general y ser reorganizado de manera fundamental para que llegue a ser más humano, más civilizado y para representar realmente a la colectividad.

Pero si hay camaradas individualistas que niegan la necesidad para las diversas colectividades sociales de ejercer derechos en tanto sea colectividad, si condenan toda representación de una colectividad, esos camaradas no tienen razón y difunden teorías perniciosas.

Pues no procuran darse cuenta de todas las dificultades, que se presentan en la vida real, cuando cuarenta millones de habitantes deben entenderse para vivir en conjunto en un territorio como el de Francia o el de Inglaterra, o cuando cuatro millones de ciudadanos de Nueva York o siete millones de londinenses, se encuentran reunidos en una sola aglomeración urbana.

Cuanto más densa es una población, más estrictamente deben mantenerse, en su medio y frente a los individuos y sus libertades, los derechos y los deberes de la colectividad.

La sociedad comunista libertaria tendrá, desde luego, su Gobierno, como cualquier otra sociedad.

Lo esencial consiste solamente en saber qué forma tendrá ese Gobierno.

Recordemos siempre, a este propósito, que las diversas formas de Gobierno no tienen importancia sino tanto como respondan a las condiciones económicas, étnicas y psicológicas de una población en una época determinada.

Hoy en día, en los países más avanzados, las tendencias hacia la soberanía de los pueblos, hacia la democratización del Estado y de la civilización, dominan a todas las demás tendencias.

Incluso la Dictadura que persiste actualmente en ciertos países, más atrasados, de Europa; -en Italia, en Hungría, en Rusia, en los Balcanes, en Turquía, en Polonia-, debe de ser comprendida como una medida transitoria de fortuna, destinada a empujar rápidamente a los pueblos en cuestión por la senda de la evolución general de las civilizaciones europeas.

Solamente poco a poco, en el transcurso de los siglos y a través de las formas más diversas de Gobierno de una casta, de una aristocracia (representada ésta también por un rey o por un emperador), y luego, a través de la Monarquía absoluta y de la Monarquía constitucional, fue como desde fines del siglo XVIII en la América del Norte y desde mediados del siglo XIX en Europa, se ha diseñado un movimiento irresistible hacia la democratización del Gobierno y de la vida social.

La vida democrática y su acción sobre la marcha general de los negocios públicos se ha acentuado mucho en estos últimos decenios gracias a las diversas organizaciones obreras y campesinas: sindicatos obreros, cooperativas, uniones de mujeres, secciones locales de partidos políticos y de ligas de todas clases, etc.

La evolución de la civilización en su conjunto hace prever un porvenir en que el Gobierno esté basado en el Trabajo, con una libertad siempre creciente para las grandes masas de la población laboriosa, del propio modo que la dirección de la sociedad actual está basada sobre los privilegios que proporciona la posesión de Dinero o como la sociedad medioeval lo estaba sobre los Derechos adquiridos de nacimiento por la nobleza y por las familias patricias.

En otro tiempo, el Estado servía los intereses de una aristocracia o de una clase dominante, y las grandes masas de los individuos estaban sometidas a él. En el porvenir, el Estado sólo existirá para servir los intereses de esas masas y habrá cambiado por completo de carácter. De un mecanismo de opresión organizada, se convertirá poco a poco en un organismo de negocios, encargado de ejecutar la voluntad colectiva de una nación y de administrar sus intereses. Dirigido en otro tiempo de arriba a abajo, será dirigido en el porvenir y, cada vez de abajo arriba.

La democratización del Estado y la realización de una verdadera soberanía de los pueblos modificará también Justicia y Jurisprudencia, Policía, Enseñanza y Educación de la juventud y toda la vida social.

Los camaradas anarquistas a quienes no agradasen estas perspectivas, sólo tienen una solución que proponernos: la institución de una dictadura de camarilla. Pero las experiencias hechas en Rusia, como en Italia y en otros países, nos prueban que el remedio sería peor que la enfermedad, peor que las desventajas de la soberanía popular.

La democratización acentuada de la vida social y de los Gobiernos, hará posible, en el porvenir, la fundación de una Federación económica y política de Estados europeos y creará una verdadera Sociedad de las Naciones.

El capitalismo moderno ha hecho que a las guerras religiosas y de sucesión sucedieran las guerras comerciales, cuya finalidad ha sido la posesión y explotación, por financieros e industriales, nacional e internacionalmente organizados, de plantaciones de algodón, de azúcar y de caucho, o de yacimientos de petróleo, de carbón, etc.

Sin poder decir que todas las guerras serán excluídas definitivamente entre las numerosas naciones y pueblos del mundo, puede afirmarse, sin embargo, que las guerras, no pudiendo servir ya a los intereses egoístas de financieros e industriales particulares, se habrá eliminado, por esto, un factor importante de discordia entre los hombres.

Las masas laboriosas: obreros y obreras, campesinos, pescadores y marinos, no tienen el mismo interés en lanzarse por miles y millones sobre los trabajadores de otro país, que tienen los financieros industriales y grandes comerciantes en ver a los pueblos combatir entre sí para que ellos puedan realizar beneficios industriales y comerciales.

El porvenir bajo un orden comunista libertario que será local, nacional e internacionalmente organizado, es rico en promesas de paz y de bienestar social. La divisa de los déspotas iluminados del siglo XVIII : Todo para el pueblo, pero nada por el pueblo, ha fracasado, y es este mismo fracaso el que ha modificado por completo su sentido hasta el punto que la divisa actualmente en vigor sea esta: Todo para el pueblo y por el pueblo.

Ciertamente, las masas laboriosas sienten también todo el peso de los obstáculos que se alzan ante la realización de una verdadera soberanía del pueblo y de un Estado verdaderamente democrático. Ellas no disponen de ciertas ventajas que representa la concentración de todo poder político en una sola mano: la Dictadura puede obrar de una manera más rápida.

Las masas deben recurrír, en toda ocasión, a los buenos cuidados de representantes que, con mucha frecuencia, piensan más en sus propios intereses que en el bienestar de sus mandatarios. Y sin embargo, estos representantes son los únicos que pueden medir toda la amplitud de una situación y abarcar con un mismo golpe de vista todos los peligros políticos y sociales, todas las dificultades eventuales.

No obstante, la potencia de los pueblos reside siempre en la fuerza primordial y fundamental que radica en los movimientos de las masas, fuerza que surge de lo profundo de la vida social y que, con una potencia irresistible, impele hacia el progreso.

Los pueblos modernos aprenderán sucesivamente a reemplazar a los individuos que los engañan por otros y sabrán elegir, respetar y honrar cada vez mejor a los individuos de mérito. Y llegarán así a tener a su frente a los más nobles espíritus de su época, hombres mucho más dignos que el primer rey o emperador llegado o que cualquier hijo de millonario o de hombre político heredero de la autoridad paterna.

Los comunistas libertarios insisten sobre la necesidad de una descentralización tan pronunciada como sea posible del futuro Estado frente a las tendencias de centralización que atestiguan con demasía los Gobiernos de los Estados actuales.

La descentralización de los poderes debe de ser completa, allí donde la naturaleza de las relaciones mutuas lo exija, por la libre federación de las agrupaciones, asociaciones, comunas, regiones o Estados interesados.

Los comunistas libertarios basan sus preferencias por los principios de la descentralización; de la libre federación y de la autonomía, sobre los motivos siguientes de orden económico, psicológico y moral:

Los derechos a la independencia y a la libertad del movimiento autónomo se hallan fundados, como el derecho a la libertad individual, sobre la Naturaleza y la Razón que exigen que las organizaciones e instituciones sociales, lo mismo que los individuos, puedan dirigir por sí mismas sus propios asuntos durante tanto tiempo como no graviten sobre la libertad de los demás.

Los hombres y las agrupaciones de hombres conocen generalmente mejor que otros sus intereses propios y se muestran más activos en atenderlos con toda independencia que si tienen que obedecer a las órdenes de algún Poder central (lo cual no excluye, claro está, directivas y sugestiones destinadas a coordinar los esfuerzos locales con miras a un resultado más racional).

La libertad individual, la Autonomía y la libre Federación crean espíritus fuertes y favorecen las iniciativas; mientras que una centralización extremada y la dominación del Poder central interviniendo en todas partes, hacen serviles los espíritus y ahogan las iniciativas personales, locales y regionales: las masas se habitúan pronto a que otros piensen por ellas tal ... como los pastores por los carneros.

Libertad, Autonomía y libre Federación estimulan a los hombres a los sacrificios individuales y colectivos; en cambio, la Centralización de los poderes hace a los hombres indiferentes y no despierta el entusiasmo más que en los grandes negociantes y en los arribistas del Poder central.

Incluso los funcionarios de Estado más conscientes no pueden interesarse toda su vida por asuntos que no son directamente los suyos.

La Autonomía, la libre Federación y la Descentralización de los poderes impulsan a los hombres a entenderse y a unirse para satisfacer sus múltiples necesidades. Mientras que la Centralización rompe los vínculos directos entre los hombres, disuelve las ricas variaciones de la vida social y tiende a uniformar las masas excesivamente.

Autonomía, libre Federación y Descentralización enlazan las responsabilidades de numerosas competencias, cada una en su dominio propio. La Centralización de los poderes, en cambio, abruma siempre a un corto número de personas -competentes o no en todos los dominios- con responsabilidades excesivas.

Autonomía, libre Federación y Descentralización de los poderes favorecen la buena armonía entre los hombres de todos los medios, entre el campo y las grandes ciudades. Pero la Centralización excesiva de los poderes, tal como la conoce nuestro siglo, subleva al campo contra las ciudades, a las pequeñas comunas contra las grandes aglomeraciones, a los pueblos pequeños y a las colonias contra las naciones más poderosas.

De ese modo, la aplicación de los principios de la libre asociación favorece la Paz social y mundial; mientras que la Centralización extremada de los poderes incita a la guerra civil y a las guerras de conquista, a las feroces resistencias a toda intervención de vecinos que no dejarán de ser tiranos si logran implantarse.

Por todas estas razones; es preciso que los asuntos locales y regionales que interesan directamente a las provincias de Valencia o de Cataluña, de Bretaña o de la Alsacia, del cantón de Vaux, de Sajonia o del Lancashire, sean arreglados localmente y no resueltos en las altas esferas, en Madrid, París, Berna, Berlín o en Londres. La Georgia (Cáucaso) debe de ser gobernada libremente desde Tiflis, por georgianos libremente elegidos, y no desde Moscú por rusos conquistadores.

Así es cómo la Etica moderna comprende las dificultades sociales y morales a resolver, cuando se basa en los derechos naturales; y así es cómo las comprenden los hombres escogidos de nuestros días, en la vida práctica.

Los principios generales desarrollados en estas páginas son suficientes para delimitar obligaciones y derechos de las agrupaciones sociales, y la inspección que deben sufrir por parte del Poder central.

Las empresas colectivas pueden servirnos de ejemplos.

La construcción y la explotación de una red de tranvías urbanos, de una fábrica de gas, de una conducción de agua local, de un matadero, de una piscina o de un jardín público, son empresas comunales. En ellas debe prevalecer la autonomía del Municipio, y el Poder central no tiene derecho a inmiscuirse en ello, salvo en caso de abuso y cuando sea lesionado el interés general o también para dar sugestiones o para facilitar el trabajo coordinando los esfuerzos de las diversas comunas (compras por mayor, standardización de los suministros, etc.).

Un camino de hierro local, un canal o un camino vecinal que una a dos comunas, una central eléctrica que suministre flúido a una región entera y, en general, todos los establecimientos e instituciones de interés regional, deben ser explotados, razonablemente, en nombre de toda la población de las diversas comunas servidas. Aquí es la autonomía regional la que se impone.

Una red nacional de caminos de hierro, un conjunto de gran comunicación que interese a más de una sola región, o también un museo excepcionalmente rico, son empresas e instituciones destinadas a servir a una nación entera y deben ser construídas y explotadas bajo la dirección de las autoridades competentes nacionales.

Consideremos, por último, una línea de ferrocarriles internacional, una empresa de navegación o de aviación de interés continental o intercontinental, un faro en una costa cualquiera destinado a todos los navegantes o un cable telegráfico transoceánico, que sirvan al comercio de todos los países. Todas estas instituciones, aun cuando puedan ser creadas y dirigidas directamente por un determinado país, deben quedar sometidas, sin embargo, a una inspección y a una reglamentación internacionales.

Convenios internacionales deben administrar y dirigir también, en todos los países, los servicios de Correos, Telégrafos y Teléfonos; la emigración de los hombres de diversas razas hacia los países en que puede tenerse necesidad de ellos, y las condiciones de trabajo de los obreros extranjeros que residan en los diversos países; el problema de los pasaportes y visados; las medidas de cuarentena aplicadas a los buques en caso de enfermedades contagiosas, y después, otros diversos problemas cuyo número aumenta constantemente debido a la amplitud de las comunicaciones mundiales.

El comercio libre e internacional, exento de todos los derechos de aduana, se impondrá como una necesidad urgente desde el momento en que las naciones acuerden no continuar estrangulándose mutuamente con regímenes rígidos de pretendida protección nacional.

Los problemas internacionales afectan cada uno a millones de individuos. Pero, por esta misma razón y debido a su naturaleza, deben hallar su solución por encima de la cabeza de los individuos, y prescindiendo de los intereses demasiado exclusivamente locales, provinciales o también nacionales, por medio de un arbitraje internacional en caso de conflictos de intereses.

Reflexionando detenidamente sobre el conjunto de los problemas sociales que se presentan o se plantean, se advierte que será más fácil el resolver las cuestiones en litigio de naturaleza nacional e internacional que el respetar siempre escrupulosamente, allí donde la naturaleza de las cosas y la Razón humana lo exijan, la libertad individual y la autonomía regional y nacional.

Cuanto más avancemos por el camino de la soberanía de los pueblos, con más energía exigirán todas las razas humanas, todos los hombres y todas las mujeres, su parte del festín de la vida, y las reglamentaciones generales de los problemas en litígio amenazarán más con ahogar la libertad individuaI y la autonomía local y regional.

En los centros de comunicaciones y en las carreteras, en las arterias nacionales, los peatones se hallan hoy amenazados a cada momento de ser aplastados por la vida turbulenta que les rodea. ¡Desdichados los débiles!

De manera análoga se verán amenazadas nuestras cualidades personales y nuestras libertades adquiridas, cuando todas las costumbres, todos los derechos y todos los privilegios se nivelen poco a poco en costumbres internacionales y en derecho único y uniforme.

Los comunistas libertarios y toda la élite de los hombres modernos, tendrán la ardua tarea de velar por las libertades individuales para que éstas no se hundan en la lucha general hacia la felicidad.

El nivelamiento de las costumbres ha de poder servir, en fin de cuentas, para el despertar de una libertad relativa, pero general, y de un bienestar quizá modesto durante largo tiempo aun, pero universal y generalizado.

Los individuos fuertes y generosos, todos aquellos que no aspiran a la dominación, pero que no quieren tampoco ser dominados por otros, aceptarán la igualdad de los derechos y de los deberes y la igualdad de las probabilidades de una vida feliz. No obstante, no dejarán menoscabar, por eso, su propia personalidad.

¿Bajo que formas políticas deberemos realizar el orden social en sociedad comunista libertaria?

Sin pretender negar que el régimen parlamentario y el sufragio universal ofrecen cierto progreso histórico, los consideramos, en su forma actual, como instituciones transitorias en la evolución secular de los pueblos.

Su impotencia relativa, de la cual existen quejas en todos los países modernos, se explica principalmente por dos razones:

En primer lugar: el Parlamento es el instrumento de dominación de la burguesía, la cual, fuerte en los negocios industriales, comerciales y financieros, entiende muy poco en la política y en la diplomacia, de suerte que sus mandatarios en el Parlamento han sido constantemente burlados y tratados de mal modo por los técnicos del Poder central y de la Administración. Teniendo la burguesía que tener en cuenta cada vez más las reivindicaciones de las masas proletarias y de sus representantes, el Parlamento se encuentra así paralizado y sus trabajos resultan estériles.

En segundo lugar: el Parlamento tiene que ocuparse muy exclusivamente de reglamentaciones legales. Es por excelencia el poder legislativo y no se ocupa sino excepcionalmente de la vida material e intelectual, de la vida productiva de las masas. No ve la vida real y sus necesidades más que a través de los textos jurídicos, de las jurisprudencias y de los precedentes administrativos.

Esta objeción se aplica mucho menos a los consejos municipales o departamentales, los cuales tienen mucho más profundo arraigo en la vida económica e intelectual de los pueblos. Por esto estimamos que la vida social del porvenir estará basada esencialmente en la organización económica y política de la comuna y de la región.

De igual modo, el Parlamento deberá transformarse necesariamente de un colegio de políticos profesionales, afiliados a cualquier partido o camarilla, partidarios ciegos de cualquier doctrina dogmática, en un organismo de técnicos competentes en las diversas direcciones de la vida social.

El Senado, la Primera Cámara, hállase en nuestros días muy particularmente sujeta al menosprecio de los pueblos. Si los políticos de carrera son el azote de la Cámara de los diputados, el Senado es la representación en todos los países de los antiguos prejuicios y tradiciones, de la vejez y de la impotencia.

En los siglos pasados, cuando la vida no evolucionaba sino muy lentamente, la experiencia de los hombres y de las mujeres de edad avanzada podía considerarse, mucho más que hoy, como factor útil a la buena marcha de los negocios públicos. En nuestros días, los ancianos retardan. La vida se ha hecho por demás intensa, Ios nuevos descubrimientos e invenciones se suceden con demasiada presteza, las masas se hallan muy galvanizadas, el individualismo y la dignidad personal de cada hombre y de cada mujer están por demás desarrollados para que los pueblos modernos no logren, en un lapso de tiempo relativamente corto, derribar todas las barreras de clase y de casta y desembarazarse de todos los prejuicios, de todas las tradiciones que sólo tienen a su favor la antigüedad de su existencia. Rehusamos más y más el mantener un mal hábito social, o una superstición ridícula, por la única razón de que nuestros antepasados hayan practicado el mismo hábito y cultivado la misma superstición.

La orientación que la Democracia americana ha dado, desde fines del siglo XVIII, a los países de Europa y al mundo entero, ha sido completada, en estos últimos años, por el ejemplo de la Gran revolución rusa. Dos instituciones de esta revolución parecen predestinadas particularmente a seguir y a tener una repercusión enorme: la de los Soviets y la de los delegados obreros de talleres y de fábricas.

Después del golpe de Estado de noviembre de 1917, el Gobierno dictatorial-bolchevista de Lenin y de Stalin abolió la segunda de estas instituciones y redujo la primera al carácter de una caricatura política. Y no obstante, la gran idea de los soviets como base de una Asamblea nacional compuesta por los productores organizados, desde directores de fábricas, ingenieros y arquitectos hasta los más simples obreros y obreras de fábrica, hasta los campesinos y domésticas, parece tener un porvenir en todos los países modernos, allí donde el comunismo libertario tiene probabilidades de salir victorioso.

Los trabajadores llegarán a ello desarrollando en todas las industrias la segunda de ambas instituciones antes citadas, es decir, organizando, en cada taller o fábrica, en cada sección de un gran establecimiento industrial, un cuerpo de técnicos capaces de dirigir en conjunto los establecimientos. Así es como se crearán órganos distintos de técnicos en cada dirección de la vida económica e intelectual: industrias, comercios, obras públicas, agricultura, ciencias y artes, justicia, higiene, sanidad, administración pública y enseñanza.

Un Senado de los consumidores, elegido por todos los hombres y mujeres adultos, originarios del pais o extranjeros establecidos, constituiría el coronamiento de un vasto organismo construído de abajo a arriba, y haría contrapeso a los productores organizados en la Asamblea nacional.

Si las masas populares quieren realizar, en el porvenir, su voluntad colectiva y obrar en la dirección de sus intereses, les será menester adoptar siempre una forma de existencia más fija, más rigida que la de una multitud reunida accidentalmente o de lo que se llama comúnmente el público, cuya cohesión es simplemente espiritual y de las más variables y más susceptibles de influjo. Su unión deberá adquirir la forma de lo que se llama la agrupación, la organización. Sobre la creación de un número ilimitado de agrupaciones u organizaciones de productores y de consumidores deberá fundarse la sociedad comunista libertaria.

Las masas, lanzándose a la calle, son capaces de hacer obra negativa, de echar abajo instituciones de dominación y de explotación anticuadas; pero no podrían hacer obra positiva, crear espontáneamente cosas nuevas, reconstituir la vida social sobre nuevas bases, sustituir las instituciones condenadas por otras mejor adaptadas a las necesidades de las poblaciones modernas. Para construir nuevas instituciones sociales, no les basta a las masas populares con hallarse animadas de deseos colectivos ni incluso unánimes. Las masas deben de diferenciarse, de especializarse, cada individuo en su papel. Y, para la ejecución de sus proyectos eventuales, deberán masas poner técnicos, especialistas responsables y debidamente autorizados, al frente de sus agrupaciones.

Los comunistas libertarios deberán contar, en fin, con un problema espinoso y delicado desde el punto de vista de la civilización general.

Las organizaciones de trabajadores intelectuales y manuales y sobre las cuales descansará la sociedad del porvenir en todos los países modernos, ¿dejarán en pos de sí masas de proletarios harapientos que, confundidos quizá con trabajadores de color, de civilización inferior, constituirán por todas partes una especie de Quinto Estado? ¿Harán, como en otro tiempo la burguesía -el Tercer Estado-, que se elevó sobre los hombros de los trabajadores, revolucionarios, pero no organizados, para rechazar a sus aliados después de la victoria? El Cuarto Estado que se halla ahora en vías de conquistar un puesto en la sociedad moderna, ¿será tan egoísta y tan cruel para con los más miserables y los más atrasados de los hombres como lo fue para ellos el Tercer Estado?

O bien, ¿asistiremos a la creación de una forma de comunismo libertario en que el cuidado de los enfermizos, de los lisiados, de los enfermos, de los ancianos, de los hombres y mujeres de civilización inferior, constituirá uno de los primeros deberes de la colectividad de los potentes, de los sanos y de los fuertes?

En una sociedad basada sobre la potencia del Trabajo, en la cual los trabajos más pesados podrán ser ejecutados por la Juventud alistada en una especie de Servicio social, desde el momento en que los ejércitos no exijan ya las mejores fuerzas de la Humanidad para el servicio militar; en una sociedad en que el maquinismo será llevado a un sumo desarrollo, donde el ingeniero, el químico y el trabajador manual se tenderán la mano para arrancar a la Naturaleza todos los tesoros con el mínimum de esfuerzos; en una palabra, en una sociedad moderna bien organizada, los trabajadores organizados pueden y deben mostrar más generosidad y más nobleza como no las han tenido, antes que ellos, la aristocracia de nacimiento, el clero y la burguesía.

Este problema es tanto más angustiador cuanto que los puebIos modernos se hallan rodeados aún, en todos los continentes, de razas humanas de civilización inferior, cuya educación será larga y penosa, y que, no obstante, no podremos continuar explotando con la misma ausencia de escrúpulos que ha demostrado a su respecto la burguesía industrial y comercial.

En la época de la caída del Imperio romano no fueron los bárbaros, sino más bien la élite de los países de civilización superior, la que tuvo que trazar los principios conductores para la creación de un mundo nuevo. De la propia manera, en los contactos cada vez más frecuentes e íntimos entre el mundo oriental o africano y la Europa occidental o América, no serán las tribus negras o los pueblos musulmanes apenas despertados de su letargo secular, los que habrán de levantar los planos de una nueva civilización mundial. Esta tarea incumbirá a los trabajadores intelectuales y manuales de los países más civilizados y más evolucionados. Pero éstos deberán trabajar, sin excepción, por el bienestar de todos.

Índice de El comunismo libertario y el regimen de transición de Christian CornelissenCapítulo sextoBiblioteca Virtual Antorcha