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Frente a las tiranías

El 24 de enero de 1902 fui arrestado e internado en los calabozos de la penitenciaría de San Luis Potosí, con el cargo de ataques a funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones.

Reinaba en todo su esplendor la dictadura de Porfirio Díaz. En San Luis Potosí yo formaba parte de un Club oposicionista contra aquella funesta dictadura que había convertido a México en un inmenso cuartel y al pueblo mexicano en servil vasallo de su majestad Porfirio I, título con que ya lo honraba la alta clerecía de la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana.

Era yo entonces de filiación liberal, y mi posición era comprometida, porque servía a un gobierno que me había nombrado catedrático de varias ciencias en la escuela normal para profesores.

A veces me hacía las reflexiones siguientes: ¿Estaba yo realmente obligado a la dictadura por este simple hecho? Mi conciencia me respondía que no, y un deber humano tendiente a impedir los excesos de la tiranía me impulsaba a hacer algo.

Por otra parte, ¿no pesaba sobre mi conciencia una gran responsabilidad moral ante mis alumnos? Porque hay que hacer notar que en mi calidad de catedrático de historia, por ejemplo, había que analizar y juzgar a los hombres y su participación en los acontecimientos, así como en las distintas causas que habían influido al progreso y retroceso de los pueblos en sus largos y penosos esfuerzos por el disfrute de una vida mejor.

Además, el dinero que yo percibía como honorarios era sacado de los escuálidos bolsillos del pueblo en forma de contribuciones. Mi responsabilidad era, pues, mayor ante el pueblo que ante el gobierno; porque un gobierno puede ser cambiado de la noche a la mañana por la voluntad popular. Obedecí, pues, al grito de mi conciencia y comencé a combatir la dictadura, ya en la cátedra, como fuera de ella.

Por este hecho se me confinó en los calabozos de la penitenciaría, en donde a las 24 horas recibí un oficio del clerical gobernador Blas Escontria, comunicándome mi destitución de las cátedras que desempeñaba.

Esta prisión, que duró cerca de un año, fue el primer zarpazo de la tiranía contra mis actos de hombre rebelde.

Han transcurrido 27 años. Más de la mitad de ese larguísimo tiempo lo he pasado tras las frías rejas del presidio, debido a mis sistemáticos ataques y a mis concentrados odios a todas las tiranías. Y puedo asegurar con orgullo que a pesar de mi vejez, mi ánimo no ha sido quebrantado. Me siento con energías de sobra, y tan decidido como nunca por implantar en México mis viejos ideales de libertad, amor y justicia; ideales que mi imaginación ve tan al alcance de todos los humildes que no necesitarían un gran esfuerzo para tomarlo y transformarlo todo. Cuestión de oportunidades; por eso es importante estar preparados, para cuando una oportunidad venga, recibirla con los brazos abiertos.

¡A prepararse para no ser sorprendidos! La lucha por nuestra libertad económica y política tiene que efectuarse quiéranlo o no lo quieran los que hoy nos explotan y nos oprimen. Que perezcamos unos cuantos, ¡qué importa! Cuando millones y millones de seres humanos ya han dejado sus huesos en las entrañas de la Tierra, en la fábrica o en el taller, agotados por el trabajo y la miseria.

La historia se repite. Hoy pesa sobre mi cabeza una acusación semejante a la que me llevó al presidio en San Luis Potosí hace 27 años. Con la diferencia de que en tiempos de la dictadura porfiriana fui absuelto por falta de méritos; mientras que hoy se me ha declarado culpable por reincidente.

Es que vuelvo a la carga, contra una dictadura más feroz. Las verdades que lanzaba desde la cátedra contra la dictadura de entonces, hoy las lanzo desde el presidio contra la dictadura de hoy, y las seguiré lanzando mientras no me acorten el resuello de sus calabozos regeneradores. Los propósitos de las tiranías de aislarme del contacto de los vivos con el fin de regenerarme, declaro que han fracasado. No han sido suficientes catorce años de encierro para conseguirlo. Sus instrumentos de tormento se han estrellado ante la roca de mi inquebrantable voluntad en donde descansan mis más puras y sanas convicciones de emancipación en favor de todos los oprimidos y explotados de la Tierra.

Cuando yo me regenere de acuerdo con el estrecho criterio de los jueces que me tienen en este encierro; cuando yo haga todo lo que hacen los lacayos de todas las tiranías, es que he amoldado mi cerebro y mis sentimientos más nobles y generosos a los corrompidos e insanos instintos de los tiranos. Pero como no hay señales de que ese cambio se verifique algún día en mi individualidad, ni de que yo elogie en lugar de criticar los crímenes de las tiranías, porque eso sería traicionar los más sanos impulsos de mi propia conciencia, tienen que ser inútiles e infructuosas todas las torturas que se me apliquen con el fin de hacerme cambiar de opinión.

Sin embargo, si se me demuestra que mi labor es insana y perjudicial a los pobres; si se me demuestra que mi labor es altamente inmoral y contraria a los intereses de la inmensa mayoría de los humanos que poblamos este planeta Tierra, entonces cambiaré de opinión. Mientras tanto sigo y seguiré mi vieja tarea de propagar las ideas anarquistas que considero las más justas y humanas y las únicas que sacarán a la humanidad del caos en que la ha sumido la organización social actual.

Penitenciaría de Andoneguí

Tampico, Tamaulipas.

Del periódico Cultura Proletaria, 15 de octubre de 1927.


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