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Discurso
Los pueblos rebeldes caminan hacia la libertad; los pueblos sumisos marchan hacia la esclavitud.
Cuando a principios del siglo pasado Napoleón I vencía y sometía al trono de Francia casi todos los tronos de Europa y llevaba sus armas victoriosas al norte de África, en la América latina también se verificaban cambios de relativa importancia.
Vivía en México, en un rincón del Estado de Guanajuato, un anciano sacerdote de muy humilde aspecto, conocido por toda la comarca con el nombre del cura Hidalgo. Hidalgo era un hombre de gran corazón, de ilustración y educación excepcionales, era en México uno de los más sabios de su época. Sabía varios idiomas, entre ellos el francés y el latín. Pero debido a su carácter rebelde contra todas las injusticias e insumiso a todas las tiranías, el cura Hidalgo vivía postergado allá en uno de los pueblos de inferior categoría conocido con el nombre de Dolores en el Estado de Guanajuato. Aún allí fue constantemente hostilizado por el alto clero por negarse Hidalgo a cobrar ciertas gabelas impuestas a los nativos y que él consideraba injustas, pues la miseria que atravesaban los indios era manifiesta.
La contradicción con la política de los encomenderos y Virreyes de México, que no ponían escuelas porque con la lectura los indios se volvían igualados, altivos e irrespetuosos con sus amos, Hidalgo estableció escuelas donde se enseñaba a leer y a escribir, la música y la agricultura, en donde se enseñaba el cultivo de la morera para la cría del gusano de seda.
Hidalgo era querido entre la gente pobre, y ese mutuo entendimiento entre él y los nativos crecía en relación con las injusticias con que eran tratados los que el mismo cura consideraba únicos y legítimos dueños de la tierra.
Cuando Napoleón el Grande invadió España en 1808, impuso como Rey a su hermano José Bonaparte, Hidalgo sabía todos estos cambios por las informaciones en francés que él leía. Y cuando el pueblo español luchaba contra la invasión francesa, entonces concibió el cura la idea de aprovechar aquella oportunidad para proclamar la independencia de México y devolver a los nativos su libertad y sus tierras que el gobierno de España les había arrebatado desde hacía cuatrocientos años.
Reunió algunos de los suyos con quienes ya se había puesto de acuerdo y en medio del silencio de las altas horas de la noche del 15 y 16 de septiembre resolvió lanzarse a la revolución.
A los tres meses se asegura que Hidalgo contaba con un ejército de cien mil hombres, con el que consiguió fáciles victorias contra los ejércitos del Virrey de México representante del gobierno español.
Entretanto, el clero católico que veía en Hidalgo a un peligroso enemigo por las simpatías que disfrutaba, lanzó una excomunión declarándolo hereje y traidor. Más tarde esta excomunión se hizo extensiva a todos los que le siguieran o prestaran alguna ayuda en cualquier forma.
Hidalgo para evitar desconfianzas entre los suyos, les habló en los siguientes términos:
Abrid los ojos mexicanos, ¿qué acaso no es verdaderamente cristiano el que no está sujeto al gobierno español? Y tomó entonces como bandera a la Virgen de Guadalupe, y frente a esta bandera, los ejércitos del Virrey usaron a la Virgen de los Remedios.
Hidalgo se dirigió rumbo al norte con el fin de extender la revolución por toda la región mexicana. Pero al pasar por Bajan, cerca de Saltillo, Coahuila, fue traicionado por Elizondo; conducido prisionero a Chihuahua, se le formó primero un proceso religioso, en el que después de degradarlo, se le despojó de su investidura sacerdotal, y después de este acto llevado a cabo con todo lujo de crueldad, fue sometido a un proceso militar que lo condenó a ser pasado por las armas, acto que sufrió con estoicismo y valor.
Antes de hacer mención de los demás rebeldes que después de Hidalgo continuaron la obra de insurrección, pondremos un paréntesis para hablar aunque sea unas cuantas palabras acerca de lo que son la patria y la bandera de que tanto se ha hecho aquí mención.
Se han entonado himnos y se han recitado bellas composiciones poéticas a la bandera y a la patria. Pero en toda esa música literaria no se nos ha dicho, ni se nos ha explicado lo que es la patria, ni lo que significa la bandera.
En las escuelas oficiales por ejemplo, se nos enseña que la patria es el lugar o el país en que se ha nacido. Palabras huecas, ambiguas y sin sentido. Yo digo que la patria nada tiene de común con nosotros los pobres, ni siquiera por el mero hecho accidental de haber nacido en ella. Desde pequeños se nos puede transportar a otra patria en donde nuestros afectos son más manifiestos y sinceros.
Los que se empeñan en enseñarnos a amar a la patria en donde nacimos, son los gobiernos, que nos pueden utilizar como carne de cañón para defender intereses que no son nuestros, sino que pertenecen a unos cuantos privilegiados.
¿Qué protección les da la patria a esa interminable caravana de trabajadores que a pesar de las leyes represivas de ambos gobiernos - el de México y Estados Unidos - cruzan la línea fronteriza a buscar trabajo más de cien mil obreros cada año?
Si fuera la patria como una madre cariñosa que da abrigo y sustento a sus hijos, si se les diera tierras y herramientas para sembrar, nadie abandonaría su patria para ir a mendigar el pan a otros países en donde se les desprecia y se les humilla.
Mentira que la patria pertenece a todos los que nacimos en ella. Pertenece a una pequeñísima minoría de acaparadores de la tierra y de las riquezas del suelo. Pertenece a los terratenientes, grandes negociantes y banqueros.
El peón, el caminante pobre que va atravesando las serranías, campos y ferrocarriles, por donde quiera que él transita va pisando terrenos y propiedades que no son suyos. Porque nada de lo que tiene la Madre Patria es suyo. Los petroleros, los terratenientes, las empresas mineras y ferrocarrileras, son los verdaderos dueños de la patria. Sólo cuando es necesario defenderla, los gobiernos encargados de proteger los intereses del rico, reclutan batallones de puros miserables que no tienen un terrón donde reclinar la cabeza, para arrojarlos a arrancar las entrañas a los hijos de otra patria que tampoco es de ellos, sino de otros acaparadores de aquellas tierras y de aquellas riquezas.
Las patrias son símbolos de odio eterno de unos pueblos con otros pueblos.
Mientras existan patrias habrá guerras, jamás existirá la paz sobre la Tierra.
Yo odio las patrias.
Yo amo una patria universal, una patria sin límites y sin fronteras; una patria común cuyos intereses pertenezcan a todos los habitantes de ella, como nos pertenece el aire, la luz y el calor del sol.
Otro tanto o más diré de la bandera, de esa bandera que representa los intereses de la burguesía; la que nos legó el traidor y clerical Agustín de Iturbide; con la que se envolvió el cobarde traidor Santa Anna; la que enarboló en sus manos el Archiduque Maximiliano de Austria, traído como emperador de México por el clero católico; es la misma prostituta de la que se valió el chacal Porfirio Díaz para oprimir y esclavizar a los trabajadores de México, y de la que se sirven los gobiernos actuales para asesinar a los trabajadores. Yo odio esa bandera, pero amo otra que lleva en sus pliegues un ideal de igualdad y justicia; con esta bella inscripción: Pan, Tierra y Libertad para todos.
Del periódico Avante 5 de noviembre de 1927.
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