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La inmigración de trabajadores mexicanos
Ya es penoso estar leyendo en la prensa diaria, noticias emanadas de la Casa Blanca y secundadas por los gobiernos de México, tendientes a impedir la interminable corriente de trabajadores mexicanos al otro lado del Bravo.
Sabemos de sobra los trabajadores de todas partes las causas que impulsan al pobre paria a andar de lugar en lugar, en busca de una vida mejor. Pero en México donde la miseria es más espantosa, la emigración de los trabajadores tiene aún más razón de ser. El crecido número de desocupados ya llega a la desesperación, cosa que alegra a los amos, porque las utilidades que obtienen en sus negocios siempre marchan en razón directa de la miseria del pueblo; entre más miseria, más utilidades; habrá hambrientos que les sirvan por la comida.
Todo esto es evidente, y en la conciencia de todos está que no es otra la causa que obliga a los esclavos del presente e injusto sistema social, a andar de pueblo en pueblo en busca de un amo más compadecido que les dé por su trabajo unos cuantos centavos más.
Ya otras veces que hemos tratado este importante problema, por creerlo de urgente solución, hemos expuesto nuestra opinión y el modo fácil de resolverlo, pero ambos gobiernos se hacen de la vista gorda, se hacen desentendidos, con el insano propósito de que mientras perdure el caos actual habrá grandes utilidades para los interesados en mantener las cosas en el estado en que están.
Los trabajadores que emigran de este país a los Estados Unidos de Norteamérica van en busca de una vida menos penosa que la que disfrutan en México, ahora gobernado por un Presidente dizque socialista, en donde la miseria del pueblo es más espantosa y la explotación es más inicua que durante los gobiernos pasados. El actual Presidente de esta llamada República fue nada menos que el Presidente del Partido Socialista Fronterizo del Noroeste, y el más novicio socialista tiene que saber lo que proclama el socialismo: la socialización de todas las cosas para el uso y el beneficio de todos. ¡Pero cuán lejos estamos de que este ideal que también perseguimos los anarquistas, sea realizado por los políticos! Con este ideal que se implantara en México, la emigración dejaría de existir. Las gentes que desearan ir a otra parte, lo harían por gusto y no porque sus malas condiciones económicas les impulsaran a hacerlo.
Pero todavía en México nos encontramos tan lejos de que se verifique el ambicionado fenómeno de la socialización de todas las cosas en beneficio de todos, que hace pocas semanas solamente, un tal Ismael Vázquez, Cónsul de México en Arizona, después de ser él mismo un causante de la miseria en que se debate el pueblo, se presentó ante la Secretaría de Relaciones Exteriores en México, con el fin de manifestar la repugnancia que le causó ver tanta mendicidad en su viaje a la ciudad de México.
He observado durante el camino - dijo el parásito Vázquez - centenares de mendigos que se acercan a los trenes de ferrocarril implorando la caridad pública y presentando todas las miserias, incluso su desaseo repugnante que deja muy mala impresión en los viajeros. Algunos norteamericanos que viajaban en el mismo tren en que yo hice el viaje, expresaron sus ideas sobre el particular y francamente manifestaron su repugnancia hacia esos mendigos.
Así se expresó el que si decoro tuviera, renunciaría al sueldo que disfruta como Cónsul, dinero sacado por medio de la fuerza, de los bolsillos de ese mismo pueblo miserable y andrajoso de que el mismo Vázquez tanto se avergüenza. No cabe duda de que la miseria disminuiría muchísimo, acabando también con todos estos pulpos humanos. Aunque el remedio primordial está en la completa abolición de la propiedad privada, haciendo que todo sea de todos.
Que los campesinos y no campesinos hagan uso de la tierra, bestias y útiles de labranza; abran los graneros de la burguesía y tomen los alimentos necesarios mientras se obtiene la primera cosecha; tomar posesión de las casas, minas, fábricas y vías de comunicación, y la vergonzosa miseria del pueblo juntamente con la emigración misma, se acabarían como por encanto, y los gobiernos se quitarían de enfrente esa terrible pesadilla que tantas inquietudes les causa.
Pero no se atreverán a hacerlo, porque con la abolición de la propiedad vendría también la abolición de los gobiernos.
Del periódico Avante, 10 de junio de 1929.
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