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Las farsas electorales

Es un hecho ya bien conocido en la historia de la evolución humana, que no son los pueblos los que aspiran a tener gobierno, sino que la idea incuba y nace del corrompido cerebro de un puñado de burgueses y ambiciosos políticos que procuran vivir cómodamente una vida ociosa y parasitaria a costa del afanoso trabajo de los demás. Su vanidad los arrastra a todas las infamias con tal de adquirir riquezas y distinciones, acaparar medallas, ser objeto de fiestas, honores y mucha fama. Y para llevar acabo este objetivo es para lo que se ingenian, tomando como lema el dogma jurídico: El fin justifica los medios.

La confirmación de estos hechos la vimos en la farsa de las elecciones presidenciales. No fue el pueblo quien se lanzó a las giras de propaganda con el fin de elevar a la silla presidencial a José Vasconcelos o a Pascual Ortíz Rubio sino que fueron los mismos aspirantes a encaramarse sobre las espaldas del pueblo, los que andaban en la gira. Todos sabemos lo que se desgañitaron para hacernos creer lo mucho que ellos se iban a sacrificar por hacernos felices, frases dichas con palabras sonoras y retumbantes para acarrearse simpatizadores. Y el pueblo, cansado de los sufrimientos, de la opresión y miseria en que vive, se va, como prenda de empeño en un remate, con el que le ofrece más. Por esto la masa estaba con Vasconcelos, porque más hábil y más astuto que Ortíz Rubio, fue el que ofrecía un cambio completo del actual estado de las cosas, y, casi, casi, una revolución social. Y el pueblo, en general, lo que ansía es un cambio, cualquiera que él sea, imaginándose tal vez que cualquiera otro, por malo que sea, no será peor que el actual.

Pero cruel desengaño sufrieron los que se creían vencedores. Todos se quedaron burlados.

Y tenía que suceder así. La camarilla dictatorial comprendió a tiempo su aplastante derrota, y arrojó de un golpe la máscara con que encubría su imparcialidad y comenzaron las persecuciones, encarcelando, secuestrando y matando a los que no se sometían a su candidato. Los partidarios de la imposición oficial tenían de su parte la policía, las cárceles y el ejército.

El dilema era terrible para toda la policía, ayuntamientos y empleados de oficinas de la Federación. A todos se les dijo que había que apoyar a Ortíz Rubio o perder el empleo, y por no morir de hambre, el problema estaba resuelto: había que votar por Ortíz Rubio.

El terror se llevó a todas partes. Anarquistas que nunca votan para elevar a nadie, fueron de los primeros en llenar las prisiones, por andar diciendo que todo gobierno es malo para los pobres, y que el gobierno sólo sirve para cuidar los intereses del rico. A los campesinos que no querían votar en favor del candidato oficial, se les amenazó con quitarles las tierras, llevarlos a la prisión o multarlos. Y algunos de ellos sufrieron este bárbaro castigo.

Para no ser más extensos, señalaremos un caso típico efectuado en Tampico y en Villa Cecilia, la víspera del día de las elecciones.

La guarnición militar de Tampico avisó en términos alarmantes lo que acontecería al día siguiente en caso de que el pueblo concurriera armado a las elecciones. La misma víspera llegaron dos trenes de carga bien repletos con carne de cañón, campesinos bien armados traídos de largas distancias para impedir que votarán los vasconcelistas, quienes con tales demostraciones de terror, tuvieron miedo, y sin jefes que los dirigieran, porque todos estaban en las prisiones, se abstuvieron de votar. Uno que tuvo el valor civil de decir que él votaba por Vasconcelos, fue a dar al cementerio.

En Villa Cecilia se presentaron hechos como el siguiente: unos mil decididos vasconcelistas se propusieron instalar una mesa electoral en favor de su candidato; pero a poco de comenzar a recibir la votación llegó la policía montada, y la de a pie, y con pistola y espada en mano cargó sobre ellos, matando a unos e hiriendo a muchos. Todo en presencia de los federales encargados de cuidar el orden (no el desorden).

Todo lo acontecido no nos sorprende porque estamos acostumbrados a estas farsas democráticas de que tanto alarde hacen países como los Estados Unidos de Norteamérica, aunque allá, en tales casos, no son las bayonetas las que dominan, sino el dólar. El partido que derrocha más millones es el que triunfa.

Nosotros aprovechamos los hechos referidos, hechos reales, verídicos y palpables, para demostrar al pueblo la falacia de la boleta electoral, única base de arena en que descansa el edificio del presente desbarajuste social. A nosotros no nos importa quien sea el que suba a ocupar el sitio del tirano, puesto que sabemos de antemano que, cualquiera que él sea, tendrá que ser un azote para el pobre y un apoyo para el rico y poderoso.

Sabemos demasiado que la boleta electoral es el medio eficaz del que se valen los políticos para engañar al pueblo y defraudar sus bellos y viejos anhelos de pan, tierra y libertad predicados por los revolucionarios de verdad.

Las tiranías no caen de su pedestal con boletas electorales. La fuerza bruta las sostiene, y sólo la fuerza bruta las podrá derrocar.

Del periódico Avante, 30 de enero de 1930.


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