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En recuerdo de Librado Rivera

T. H. Bell

Acabo de enterarme que nuestro valiente y viejo camarada Librado Rivera, murió en un accidente ocurrido en la ciudad de México. Calculo que tendría unos 72 años.

En 1891 vi a los trabajadores mexicanos en el más deplorable estado de miseria y degradación; el país se hallaba bajo la mano de hierro del viejo tirano Porfirio Díaz. Pero poco tiempo después surgieron los primeros elementos del que más tarde sería el Partido Liberal, la organización anarquista que inició la lucha contra la tiranía de Díaz, una organización que de haber sido mejor entendida y apoyada por los anarquistas de los demás países hubiera comparecido antes en la palestra contra Díaz y hecho algo importante. Pero después de que ellos habían abierto el camino hacia la revolución mediante su espléndido trabajo propagandístico y de educación, realizado a través de su magnífico periódico Regeneración, Madero supo aprovecharlo y si se les adelantó no fue debido a su valor sino a su dinero, que ellos no tenían. Los hombres más conocidos del Partido, fueron los hermanos Magón y Librado Rivera; y sé que fue Rivera, en aquel entonces director de una preparatoria, quien inició la lucha contra la tiranía de Díaz. Su vida desde ese momento osciló entre la propaganda y la cárcel, primero en México, después en los Estados Unidos, y de nuevo en México. Lo vi por vez primera en el tribunal de Phoenix, cuando se le juzgaba por estar inmiscuido en una conspiración para incrementar la rebelión en Arizona.

Por obvias razones, en esos días no se podía contar la verdadera historia de ese asunto; pero ahora pienso que los lectores la encontrarán interesante cuán larga es.

Cuando en 1910 me puse en contacto con los radicales de Phoenix, poco después de establecerme en Arizona, quedé sorprendido y apenas podía creer que se encontraban afiliados a los I.W.W. (Trabajadores Industriales del Mundo), no menos de quinientos trabajadores mexicanos, a quienes recordaba como peones acobardados y desanimados. Habían sido organizados por Fernan Velarde, el organizador más hábil y exitoso que haya conocido, un hombre espléndido en todos los sentidos, inteligente, ingenioso, con sentido del humor, bien informado, valiente; un hombre centrado y con un carácter que infundía respeto incluso a sus enemigos. Toda su familia, sin excepción, sigue activa en el movimiento de los I.W.W. Aprovecho la oportunidad que me brinda este artículo para rendir homenaje a Velarde, a pesar de que esté dedicado al hombre que en cierto modo fue su rival pese a la alta estima que se tenían ambos.

La mayoría de los campesinos mexicanos tenían acceso a Regeneración y, cuando estalló la revolución, incluso los mexicanos de Phoenix afiliados a la I.W.W. se precipitaron en ella de inmediato, cruzando en bloque la frontera.

Desafortunadamente la revolución se convirtió, debido a las direcciones de Madero y Villa, en algo muy diferente a lo que hubiera podido ser con el Partido Liberal. Hacia 1915 Carranza había tomado el poder. Parecía un politiquillo incapaz de hacer algo para el pueblo, pero naturalmente debía tener una política exterior inspiradora y llevó a tal punto sus diferencias con los Estados Unidos que a mucha gente le parecía inevitable la guerra entre ambos países. Naturalmente, también a muchos mexicanos en E.U. les perjudico esta situación.

Los radicales mexicanos residentes en Phoenix estaban muy influenciados, en aquel tiempo, por tres hombres, uno de los cuales era un zapatero anarquista que leía todo lo que caía en sus manos sobre anarquismo; otro era un indio Yaqui; siempre he tenido gran respeto por los Yaquis, los últimos de los indios indómitos que con su resistencia pudieron, hasta ese tiempo, alejar de sus montañas al conquistador; y muchos de ellos participaron en la revolución. En Arizona, siempre hubo algunos yaquis y, nosotros los granjeros de las riberas del río Gila, hemos descubierto que son una ayuda inapreciable en la construcción de represas y canales de regadío. Tales faenas, sobre un río voluble y traicionero, requieren de hombres serenos, con nervios templados, confiables y alertas. A estos Yaquis los identificamos como auténticos granjeros, como nosotros mismos; es raro que hablen inglés o español, pero no necesitan hablar, ya que al trabajar al parejo con nosotros entendían lo que se necesitaba hacer, pudiendo cuidar de nuestras yuntas tan eficientemente como nosotros. Nunca tomaban un trabajo a largo plazo, nosotros no entendíamos el porqué, después lo supimos. Ellos trabajaban duro y ahorraban, pero no para adquirir finos zapatos o costosos sombreros como hacían muchos trabajadores mexicanos, ya que en realidad el Yaqui cruza la frontera para trabajar y ahorrar hasta poder comprarse un rifle y municiones y luego regresar a defender su casa en las montañas.

El tercer hombre era un salvadoreño muy educado a quien le gustaba que platicáramos sobre literatura en francés. Se quejaba amargamente por la manera en que eran tratados sus hermanos hispanoamericanos en los Estados Unidos. Decía que eran un pueblo oprimido. Le dije que en Arizona no los trataban tan mal en comparación a como recordaba lo hacían en Texas y sobre todo pudiéndolo evitar el viejo gobernador Hunt que era una rara mezcla de político y de hombre honesto. Precisamente por aquellos días se juzgaba a un granjero norteamericano por haberle disparado a un trabajador mexicano que acarreaba agua en un cubo, y a quien asesino; se le defendía sobre la base de que un cubo para agua era una arma mortífera.

Inesperadamente me enteré de que habían sido arrestados en Phoenix algunos mexicanos radicales acusados de conspirar. Primero vi a Librado Rivera en el tribunal donde se le juzgaba. Sólo después conocí la historia completa.

Pues sí, los mexicanos residentes ahí, efectivamente habían planeado un alzamiento. Habían convenido que a cierta hora interrumpirían todas las comunicaciones telegráficas con el mundo exterior, quemarían los puentes ferroviarios y, mientras esto sucedía, un cuerpo selecto de hombres se haría del arsenal y de las armas ahí depositadas. (Por esos días, la Guardia Nacional estaba en la frontera, en Texas). Las armas se repartirían entre la población mexicana radicada en Phoenix y a los blancos se les infundiría respeto. Los indios Pimas, con sus rifles listos, partirían de su reservación y recorrerían a galope 30 o 40 millas, durante un día entero. Había muchas desavenencias entre los pimas y los blancos, pues estos les robaban mucha de su agua para regar. Arizona volvería a ser parte de México y con esto se esperaba que la población mexicana residente en Texas y Nuevo México se uniría al movimiento, y tal vez la de Louisiana, Mississippi, Alabama y otros Estados donde la población es mayoritariamente negra. Los norteamericanos que vivían en el valle del Salt River serían advertidos de que, en caso de presionar demasiado a los rebeldes, ellos volarían la presa Roosevelt de la que dependía su prosperidad. Se calculaba que con las vías ferroviarias destruidas y con los inmensos desiertos ningún cuerpo de infantería respetable podría alcanzarlos o al menos durante cierto tiempo, el suficiente para poder preparar adecuadamente la defensa.

Me imagino que para volar la presa Roosevelt se hubiera requerido de varios furgones cargados de dinamita y se hubiera llevado varias semanas de trabajo y como la población de granjeros y rancheros norteamericanos estaba acostumbrada a las armas y a los caballos, no hubieran sido fácil de amedrentar; pero estoy seguro de que esos mexicanos hubieran hecho un audaz intento. Su paisano Hidalgo, al proclamar la Independencia de México hizo algo todavía más temerario.

Con todo esto en mente le habían escrito a Librado que se encontraba en Los Angeles pidiéndole que los visitara. A su llegada le contaron el plan y lo convidaron a encabezarlo ya que el valor de Librado era conocido por todos.

Pero claro, Librado les indicó que sus planes no eran anarquistas sino nacionalistas y que por esto se romperían inevitablemente sus nexos con los trabajadores norteamericanos. Librado no aceptó su oferta pero les hizo una contraproposición.

Me temo que Rangel y Kline, junto con sus valientes camaradas han sido olvidados ahora, no obstante oí hablar de Rangel en la ciudad de México hace poco. Cuando se inició la revolución un grupo de mexicanos residentes en Texas cogió las armas y bajo las órdenes del capitán Rangel se movilizaron a la frontera y se unieron a la revolución. En el camino fueron atacados por un pelotón de agentes policiacos. Los mexicanos, demasiado fuertes para ellos, los hicieron presos, les explicaron que no se proponían hacer algo incorrecto en Texas y que el pleito no era contra ellos. Nadie salió herido; y si los agentes prometían dejarlos ir sin molestias los librarían y a nadie se le haría ningún daño. Los agentes dieron su palabra. Esto sería digno de risa a no ser por los efectos trágicos de ver a los mexicanos, que en las películas norteamericanas aparecen siempre como traidores y cobardes villanos mientras que el sheriff y su pelotón figuran como unos caballeros valientes e idealistas. Hace poco, el imperdonable acribillamiento de los dos jóvenes estudiantes mexicanos que iban en su auto y la absolución de los agentes rufianes que lo realizaron muestran en realidad que las cosas son muy diferentes. En el asunto Rangel, los agentes liberados, sin escrúpulos, faltando a sus promesas, se fueron a reunir más fuerzas y regresaron para perseguir al grupo armado que se les escapaba. Esa vez el encuentro costó bajas de ambos lados; los mexicanos fueron vencidos y capturados. Seis u ocho de ellos fueron sentenciados a largas condenas y algunos murieron en la cárcel a causa del duro tratamiento que se les dio.

Pues bien, Librado propuso a los mexicanos de Phoenix que se olvidaran de los planes de rebelión en Arizona y que se movilizaran por la frontera y se unieran a cualquiera de los grupos guerrilleros que operaban en México o cerca de ahí. Cualquier grupo guerrillero sería idóneo, sin importar mucho si se apoyaba a un político o a un bandido. Una vez que les hubieran sido repartidas las armas, se despedirían a la francesa y se movilizarían hacia el este, a Coahuila o Tamaulipas, colindantes con el Estado de Texas. Ahí se concentrarían y a su debido tiempo harían una audaz incursión en Texas para liberar a los hombres de Rangel confinados en la cárcel.

Los rebeldes de Phoenix aceptaron de inmediato esta propuesta. Uno de ellos se encargó de comunicar a los Pimas el cambio de planes. Desgraciadamente el encargado de avisar el cambio de planes, no considero necesario acudir en persona a donde ellos estaban, en Sacaton, a unas treinta o cuarenta millas, así que dirigió una carta a un indio que conocía, y en quien podía confiar. Esto pudo no ser del todo desacertado, si el indio hubiera sabido leer. Al mirar la carta, pensó que probablemente tenía que ver con los abonos de un arado que había comprado hacía poco, así que se la llevó para que se la leyera... ¡al representante del gobierno norteamericano ante los indios!

Después vinieron los arrestos. El Yaqui y el salvadoreño se escaparon, pero a Librado lo arrestaron como cabecilla. Fue detenido durante dos o tres meses, ya que naturalmente no podía probar su inocencia sin tener que delatar cosas, pero a la larga no lo declararon culpable. Los demás fueron apresados dos años.

Tengo la idea de que el pobre Librado pensó que ellos habían sido malamente abandonados por sus compañeros. Los radicales mexicanos que quedaron libres no podían actuar; los muchachos norteamericanos de la I.W.W. estaban en la ciudad únicamente en el invierno; yo mismo, vivía a treinta millas, por lo que rara vez iba a Phoenix. Escribí a Regeneración contándoles esto y me ofrecí como enlace, si podían confiar en mí.

William C. Owen, el anarquista inglés que tan bien trabajó en Regeneración, me contestó que no se trataba ya de una cuestión de confianza, que había reconocido mi nombre si bien no nos conocíamos, y que el problema es que ellos, allá en Los Angeles, pasaban por desesperadas estrecheces. Algunos de ellos habían sido arrestados por incriminación; después Librado fue apresado, lo mismo que Enrique Flores Magón; tiempo después, cuando pusieron en marcha la maquinación, Ricardo Flores Magón y Librado fueron enviados a prisión por resistir. La condena de Ricardo expiró antes que la de Librado. Este vio a Ricardo a la víspera de su liberación. No lo iban a soltar sino a deportar a México. Pero, después de todo, no es cosa tan terrible ser deportado a su propio país de origen: Ricardo estaba en excelente estado de ánimo. Al día siguiente, se convocó a Librado para que identificara el cadáver de Ricardo. Suponía que éste había fallecido de una cardiopatía, todos ellos tenían la salud quebrantada por las privaciones y la cárcel. Pero Librado advirtió muchas manchas en el cuerpo de Ricardo y siempre sospechó firmemente que la brutalidad de los guardias tuvo mucho que ver con el deceso.

El cuerpo de Ricardo fue llevado a Los Angeles para que sus numerosos amigos le rindieran un último homenaje. El gobierno mexicano ofreció darle unas adecuadas exequias públicas en la ciudad de México. Sus amigos rechazaron la oferta al saber que Ricardo así se hubiera opuesto. Pero el sindicato de los ferroviarios, un sindicato radical e intransigente, recibió el cuerpo; se lo llevaron a México haciendo escalas en las grandes ciudades del trayecto con fines propagandísticos; Ricardo tuvo las exequias más imponentes que jamás se había presenciado en la ciudad de México, se erigió un monumento en su honor y una calle recibió su nombre.

Librado, una vez liberado, fue deportado a México, lo que no le favorecía. Cuando estaba encarcelado en los Estados Unidos, el gobierno de San Luis Potosí le había ofrecido una pensión. Siendo anarquista, la rechazó, no sin agradecerla. Si hubiera regresado muerto, a él también le hubieran erigido otro monumento. Pero como regresó vivo, muy pronto estuvo en la cárcel de nuevo. En un pésimo estado de salud, viejo y solo, ya que su esposa e hijo habían fallecido, el bravo camarada reinició su trabajo propagandístico una vez más. Durante varios años editó un periódico en un pequeño lugar cerca de Tampico. Ahora como entonces, sería atacado. El y sus colaboradores serían arrestados, intimidados, amenazados, golpeados, incomunicados. Un heroico general, enfurecido por el intrépido ánimo de este viejo, le golpeó en cierta ocasión con un cable de alambres.

Pero, incluso, hoy, como siempre, se hará publicidad y algunos de los viejos en la República, sorprendidos, reconocerán por el nombre, al hombre arrojado a las mazmorras, cuyo valor les inspiró cuando fueron jóvenes, reconocerán que Librado Rivera fue quien desafío a Díaz mientras otros temblaban. Habrá sonoras protestas de indignación y Librado saldrá, otra vez de la cárcel. Nunca permitirá que se deposite una fianza a su favor mientras sepa que son ignorados los camaradas menos conocidos y que fácilmente pueden ser olvidados una vez que él salga libre. Mientras tanto, los rufianes en el poder han descubierto una manera más eficiente de tratarlo; sabedores de que no se le puede intimidar y de que habría publicidad y protestas si se le encarcelará, sencillamente le destrozan su imprenta. Esto es duro de resistir. Supongo que fue la razón por la que se mudó a la ciudad de México, en donde hasta el día de su muerte publicaba Paso. Su última denuncia fue a favor de los maestros de San Luis Potosí. Estas pobres personas, después de pasarse cuatro meses sin cobrar, se atrevieron a reclamar su sueldo y porque lo hicieron como hombres y mujeres dignos y no como esclavos, el animal que ahí funge de gobernador los lanzó a las mazmorras con vil arbitrariedad y brutal trato. Hubo una violenta protesta por todo el país y tuvieron que liberarlos pero los maestros no han recibido ni un centavo de su salario.

Adiós, viejo combatiente, valiente campeón de los oprimidos. Derrotado a menudo, pero indómito siempre, mucho después de que los insignificantes tiranuelos que hoy prevalecen hayan sido olvidados, cálidos jóvenes en tu nativa tierra, se inspirarán en la leyenda del inmutable valor y la constante dedicación de Librado Rivera.

Del periódico The Road of Freedom

Junio de 1932.


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